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Un Cuento para pensar
Abrió la puerta con la llave que aún conservaba, entró en la pieza y se quedó mirando la escena un rato. La cama todavía sin hacer, los platos de varios días sin lavar, la ropa usada sobre las dos únicas sillas y el mantel sucio sobre la mesa, le recordaron su larga condena.
¡Qué chiquero! Pensó con tristeza, y se apresuró a cerrar la puerta para que no pudieran ver los vecinos. – De qué me salvé al irme, pensó, – porque esto es lo que me esperaba el resto de mi vida si me quedaba.
De pronto escuchó el ruido de otra llave que giraba el picaporte y al darse vuelta, apareció la figura desaliñada del que había sido alguna vez alguien que ella creyó tan importante. Ese loco amor que le había hecho por tanto tiempo tanto daño, pero que por tener tan baja la autoestima y otras razones, no había podido dejar hasta ahora, a pesar de los abusos y los agravios.
Ni siquiera lo saludó, pero con voz decidida le aclaró de entrada: – La única razón por la que vine fue porque olvidé la ropa que tenía colgada en la soga del patio, porque es mía; no hay nada tuyo, porque vos sabés bien que te cambiás los calzoncillos, la camiseta y la camisa sólo los días sábados, cuando salís con tus amigos.
- Pero qué pasa, dijo él. – Ahora tengo yo la culpa de todo?
-No, la culpa es mía, por no sabe bien qué es el amor y vivir pendiente de tu persona, lavarte tu ropa, cocinarte, trabajar para mantenerte y además, soportar tus infidelidades y tus desplantes.
- Está bien, llevátelo todo pero no vuelvas, yo me voy a arreglar, porque en esta pieza nosotros dos ya éramos muchos.
- Y ahora íbamos a ser tres, pero no importa, no te merecés un hijo al precio de tratarme como una esclava y encima tener que trabajar para mantenerte.
-Un hijo, mío y tuyo, no lo puedo creer, ¿y te vas a ir así, sin decirme dónde vas, para impedir que conozca alguna vez a la carne de mi carne?
-No quiero siquiera que lo conozcas, pobre chico, un padre como vos, que nunca trabajó, que después de dormir todo el día me pide que le planche la camisa para salir, como si fuera su madre, y que vuelve a la madrugada borracho, sin un centavo en el bolsillo y con la pretensión de terminar la fiesta conmigo, para reconciliarse.
- Bueno, no es para tanto, después de todo siempre fui así y soy lo que soy.
- Si, ciega estuve todo este tiempo pero hasta aquí llegué, corto la cadena de este padecimiento y me voy. Me merezco alguien mejor que vos, que me quiera, me ayude, trabaje codo a codo conmigo y no me use como una cosa cualquiera.
-Que lástima, y yo que ya me había acostumbrado a vos, así son las mujeres, no se puede confiar en ninguna. Te aseguro que sólo voy a extrañar tus ravioles de los domingos, pero no importa, ya encontraré a alguien que me aprecie por lo que soy y no por lo que tengo, porque ahora me doy cuenta que te interesa más una cuenta bancaria que yo, que te amé tanto.