En su libro “Con los Adolescentes…quién se anima”, Juan Pablo Berra, profesor de Filosofía, Licenciado en Ciencias de la Religión y Teología y especialista en Comunicación, intenta ayudar a los padres a orientar a sus hijos en el camino que tienen que recorrer para llegar a ser adultos.
Un adolescente, casi siempre se convierte en una situación familiar pesada y difícil de sobrellevar para los padres, que incluso presienten grandes dificultades antes de que sus hijos lleguen a esa edad.
Sin embargo, Berra propone una forma diferente de encarar esta etapa, sin prejuicios y sin vivirlos como prolongaciones de ellos mismos, porque son otras personas diferentes y con el derecho de tener una vida propia.
Un adolescente quiere por sobre todas las cosas llegar a ser él mismo y que los demás lo acepten como es.
Es difícil para los padres ponerse en el lugar de un hijo adolescente y acompañarlo en el proceso de crecimiento con amor y sin intentar que sea como ellos.
Aunque resulte imposible para un padre creer que puede aprender algo de su hijo, es importante que lo escuche, que conozca su punto de vista, su forma de pensar y sus proyectos, sin juzgarlo y tratando de ser abierto a los cambios.
Tener un hijo adolescente, remueve las ansiedades de los adultos que se relacionan con sus propias experiencias adolescentes, que pueden haber dejado aspectos inconclusos que aún no sanaron.
Según Berra, esta es una etapa que los padres también pueden disfrutar, dándoles aliento en sus logros y contención frente a los fracasos.
En la adolescencia, el rol de los padres cambia; y ya no sirven los antiguos modos de relación, porque simplemente no los aceptan. Sus intereses no son los mismos, su conducta parece desquiciada e inestable, se tornan reservados, ausentes y dispuestos a oponerse a cualquier iniciativa u opinión.
De la alegría propia de un niño, un adolescente pasa a estar amargado, ensimismado y taciturno, a enojarse con frecuencia y a estallar con violencia, prefiriendo estar con sus pares más que con su familia.
El adolescente tiene que enfrentar el crecimiento de su cuerpo y su sexualidad; debe aprender a desarrollar un concepto propio del mundo y de si mismo, controlar su afectividad en todos los órdenes y abrirse paso al mundo y a su generación con confianza y fortaleza para poder tolerar la frustración y los fracasos.
El adolescente necesita afirmarse, ser autónomo y diferenciarse como persona única y distinta.
El grupo de pares lo ayuda en este proceso, porque necesita identificarse con sus iguales para poder finalmente ser él mismo.
Berra propone en esta etapa que en lugar de convertirse en enemigos de los hijos, los padres aprendan a ser sus aliados.
Ser aliado no significa sacrificar el rol de padres, sino lograr una relación de igualdad y respeto mutuo, que significará la única vía de acceso posible a ellos.
Los aliados favorecen el desarrollo de las potencialidades, ayudan, protegen y valoran el mutuo apoyo pero no son los dueños del territorio.
Los padres que no pueden convertirse en aliados de sus hijos en esta etapa, les demuestran que no confían en ellos, que no los valoran y que intentan someterlos a su voluntad y a su forma de pensar.
Esta alianza también resulta eficaz extenderla a los padres de los adolescentes a quienes frecuentan sus hijos, con los cuales pueden compartir las dificultades y temores comunes de esta etapa y hacer un frente común.
Significa dejar de lado la omnipotencia y los prejuicios y atreverse a conectarse con los que tienen los mismos problemas para poder enfrentar con mayor eficacia este difícil desafío.
La comunicación es y siempre será una herramienta incomparable en los conflictos, y en este caso puede disminuir la posibilidad de que los hijos caigan en alguna dependencia.
Una buena relación familiar que brinde seguridad y continencia hace mucho más difícil que un joven se deje llevar por otros de su grupo que viven en un contexto distinto, a sufrir de esos aproblemas.
Fuente: “Con los adolescentes…quién se anima”, Juan Pablo Berra.