Como efecto del desbarajuste mundial, una Corea del Norte hambreada utiliza este momento para provocar a Corea del Sur atacándola y de paso provocar a Estados Unidos y a la OTAN. Tratándose de la agresión de un país totalitario, no nos queda más remedio que el saludable ejercicio de especular; y para ello nada mejor que observar el contexto internacional en el que se desarrolla la acción bajo dos principios de observación de la coyuntura actual: la crisis económica mundial no sólo no cede, sino que parece agudizarse en términos estructurales, sobre todo en materia de desempleo a nivel global, y los Estados Unidos están dando muestras de debilidad en su calidad de potencia hegemónica, y su Presidente se ha debilitado también ante los embates de una derecha y una extrema derecha republicanas, que prefieren ver a su país derrotado en el exterior con tal de quitarle la presidencia al "negro socialista" o "musulmán africano" repudiado de Barack Obama.
Recordemos que la provocación armada del pasado martes 23 de noviembre siguió a otras dos provocaciones igualmente agresivas: por más que los norcoreanos lo nieguen, resulta claro que en marzo torpedearon y hundieron el buque sudcoreano Cheonan, matando a 46 marinos que se encontraban a bordo, y a principios de noviembre un científico estadunidense de la Universidad de Stanford, Siegfried S. Hecker, fue invitado a recorrer las nuevas instalaciones norcoreanas para el enriquecimiento de uranio, que confirman su disposición de expandir su arsenal atómico o de construir misiles atómicos de mayor potencia. Para Hecker lo sorprendente fue el nivel de sofisticación de las instalaciones, con más de dos mil centrífugas instaladas y funcionando.
La gravedad de las provocaciones de Corea del Norte se calibra a partir de una situación mundial prendida con alfileres. Es claro que los regímenes totalitarios con las estructuras patriarcales de dominación más rígidas -Cuba y Corea del Norte- se encuentran más desperados por haber llevado a sus pueblos a la hambruna apenas disfrazada y a la parálisis: los dictadores -Fidel Castro y Kim Yong-il- prefirieron llevar a todos los habitantes de sus países a la ruina (con la excepción de los propios dictadores y de una nomenklatura cada vez más pequeña) antes que ceder un ápice de su poder omnímodo. Y ya una vez con sus países quebrados prefieren la provocación como chantaje, para que sus enemigos les cedan algunas migajas antes que otorgarle la libertad y los derechos humanos básicos a su gente para que reconstruya su capacidad creativa, imaginativa y productiva.
Las cosas no serían de preocupar si no fuese porque las grandes potencias están agujereadas y haciendo agua por todos lados. Los Estados Unidos y la Unión Europea con gran dificultad han mantenido la confrontación abierta de Afganistán bajo control y no tendrían ni los recursos ni los ejércitos para encargarse de otro frente abierto. La Alianza Atlántica se ha debilitado y los mandatarios de los países integrantes también, por más que frente a Rusia se sigan comportando como si fueran los vencedores de una Guerra Fría que ya no ocupa la imaginación de nadie.
A nivel planetario los ratones totalitarios ya le perdieron el respeto a Obama y a nivel interno los gusanos intelectuales de la derecha estadunidense están esperando su entierro para lanzarse hambrientos sobre su cadáver. Y todo sería como de opereta si no fuera por el riesgo renovado de una confrontación que impulse una Tercera Guerra Mundial que nadie espera ni quisiera. Los Estados Unidos ya mandaron al portaviones George Washington al mar Amarillo para unirse a las fuerzas sudcoreanas en maniobras militares conjuntas de cuatro días. Así las cosas, no debe escaparnos la delicadeza del momento. |