Transmitido en vivo a través de las cadenas de televisión más importantes del mundo, el discurso que pronunció el presidente del Comité Nóbel durante la entrega del premio Nóbel de la Paz a Liu Xiabo constituye un verdadero manifiesto de guerra [1].
Su concepto fundamental es tan claro como burdo y maniqueo: las democracias no guerrean entre sí y nunca lo han hecho, por lo tanto para que la causa de la paz triunfe de una vez y por todas lo que hay que hacer es propagar la democracia a escala planetaria. Quien así habla está ignorando la historia. Ignora, por ejemplo, la guerra que enfrentó de 1812 a 1815 a Gran Bretaña y Estados Unidos, dos países «democráticos» que además forman parte de la «pragmática» y «pacífica» estirpe anglosajona.
Aquella guerra alcanzó sin embargo tal grado de furor que Thomas Jefferson llegó a comparar al gobierno de Londres con «Satanás» y declaró incluso que Gran Bretaña y Estados Unidos estaban librando entre sí una «guerra eterna» (eternal war) destinada a concluir sólo con el «exterminio» (extermination) de una de las partes.
Al identificar la causa de la paz con la causa de la democracia, el presidente del Comité Nóbel embellece la historia del colonialismo, a lo largo de la cual hemos visto a muchos países «democráticos» promover el expansionismo recurriendo para ello a la guerra, a las más brutales formas de violencia e incluso a prácticas de carácter genocida. Pero no se trata solamente del pasado. A través de su discurso, el presidente del Comité Nóbel legitimó a posteriori la primera guerra del Golfo, la guerra contra Yugoslavia y la segunda guerra del Golfo, desencadenadas todas por grandes «democracias» y en nombre de la «democracia».
El mayor obstáculo para la propagación universal de la democracia está representado ahora por China, que por lo tanto constituye al mismo tiempo el foco de guerra más peligroso. Luchar por todos los medios por un «cambio de régimen» en Pekín constituye entonces una noble empresa al servicio de la paz.
Ese es el mensaje que se transmitió al mundo entero desde Oslo, precisamente en momentos en que toda una flota de guerra estadounidense viene «entrenándose» a poca distancia de las costas chinas.
Un ilustre filósofo occidental y «demócrata», John Stuart Mill, defendió en su época las guerras del opio desatadas contra China como una contribución a la causa de la libertad, poniendo incluso la libertad del «comprador» por delante de la «del productor o del vendedor».
Esa es la funesta tradición colonialista que están siguiendo los señores de la guerra de Oslo. El manifiesto del presidente del Comité Nóbel debe sonar como un toque de alarma a los oídos de los verdaderos defensores de la causa de la paz.