He transcrito lo siguiente del último libro de Melquizedec, por interesarme sobremanera... queria saber en que lugar o templo de Palenque enterró el cristal que decia... ya lo sé, la siguiente ocasión que vaya a Palenque a las ruinas, también me hospedaré en el hotel que estuvo, que también ya se cuál es... solo me faltaria que al estar de noche en la madrugada, me espante "ese ojón" que le salió! jaja!
Aqui pueden descargar y leer todo el libro..
las páginas correspondientes al texto abajo son la 52 - 59.
El tercer ojo
Entramos en aquel recinto, inmerso en la jungla, en el que el cielo quedaba completamente
fuera de la vista. Había estanques con flores de loto flotando en la superficie del agua y plantas
tropicales por todas partes. Era increíblemente fantástico..., ¡y tan surrealista! Nada parecía real.
Me sentí como si estuviera en el escenario de una película de Hollywood.
Encontramos a un hombre solitario, un arqueólogo a punto de irse a casa, y nos dijo que su
equipo acababa de descubrir Kohunlich hacía un año y medio. Sólo estaban trabajando en la
primera pirámide, pero el lugar se extendía a lo largo de kilómetros en todas direcciones.
—Adelante, echad un vistazo —nos dijo—. Pero, por favor, no toquéis la superestructura que
rodea la pirámide.
Y nos dejó solos.
Subimos por la única pirámide expuesta y por primera vez vimos algo que nos dejó muy claro
el concepto de la conexión de cada uno de estos templos con los chakras. Cubriendo cada
superficie de esta pirámide de cuatro lados había caras humanas en relieve. Cada una de estas
caras medía unos tres metros de altura y sobresalía de la pirámide alrededor de medio metro. Y en cada cara, en la zona situada entre las cejas, aparecía un punto redondo señalando el tercer ojo.
Nunca había visto nada parecido en todo México.
Kohunlich estaba conectado con el sexto chakra, que se localiza exactamente en el tercer ojo. Y
allí, sobre la frente de cada uno de aquellos rostros regios, estaba la prueba de que los antiguos
mayas también conocían la función energética de este lugar sagrado. Era impresionante.
Pero teníamos trabajo que cumplir, y al cabo de un cuarto de hora dejamos de ser turistas y
comenzamos a buscar psíquicamente el lugar secreto donde debíamos colocar nuestro cristal.
Kohunlich era el lugar más poderoso, en términos de energía pura, de todos los que habíamos
visitado hasta entonces. Pero fue como si padeciéramos de muerte cerebral y, olvidándonos de
la lección de Tulum, una vez más comenzamos a utilizar nuestros péndulos. Al cabo de una hora
nos rendimos. Aquello no funcionaba. La realidad nos hizo recordar nuestro dilema inicial.
Nos sentamos en los escalones de un pequeño templo cercano a la pirámide grande y
comenzamos a razonar como habíamos hecho en Tulum.
—Drunvalo, esto no vale para nada —dijo Ken—. Deberíamos haber aprendido algo de
Tulum. Puesto que aquí está el tercer ojo, y dado que encontramos este templo gracias a
nuestras habilidades psíquicas, creo que sólo necesitamos ese método para localizar el punto. Tú
fuiste el que encontraste este sitio, pero ahora quiero hacer yo lo que tú hiciste y, de un modo u
otro, encontrar el punto en meditación. ¿Crees que podré hacerlo?
—Ken, yo creo en ti. Adelante, y hazme saber lo que encuentres.
—Ya sé lo que estamos buscando. Déjame que te lo enseñe.
Sacó papel y bolígrafo y dibujó lo que había descubierto en su meditación. Me dijo que en el
suelo había un agujero como el del dibujo, y que directamente delante de él había un arbolito.
Entre el árbol y el agujero grande había otro agujero pequeño de unos siete centímetros de
diámetro. Allí, en ese agujero pequeño, era donde debíamos colocar el cristal.
El agujero grande era tan raro que, si lo encontrábamos, no íbamos a tener ninguna duda de que
fuera ése, pero resultaba muy extraño que un agujero así pudiera existir. En lugar de expresar
mis dudas, me levanté y dije:
—De acuerdo, vamos allá. Si está por ahí, lo encontraremos.
Ken respondió con rapidez:
—Drunvalo, yo he descubierto el aspecto que tiene el agujero. Te toca a ti encontrarlo —no hay
duda de que lo suyo es la oratoria.
Acepté el reto. Mantuve la imagen del agujero en mi mente e intenté percibir la realidad para
buscarlo. Mi cuerpo se vio empujado en una dirección que nos alejaba de la pirámide principal
hacia la jungla. En cuestión de segundos había desaparecido todo rastro de civilización y
estábamos rodeados sólo de naturaleza. Pero el tirón de mi cuerpo continuaba.
Era difícil moverse a través de la densa jungla, y no contábamos con ningún machete, que es lo
que la mayoría de los mexicanos utiliza. Pero no dejamos que eso nos detuviese. Nos abrimos
camino entre la maleza y seguimos avanzando. Noté que me estaba arañando los brazos, por lo
que me bajé las mangas y las abotoné para protegerme.
Debíamos llevar casi tres kilómetros recorridos cuando el tirón de mi cuerpo cambió.
Estábamos pasando a la izquierda de dos grandes colinas cuando mi cuerpo, literalmente, se
volvió hacia ellas. Entre ambas colinas había un espacio abierto y supe que debíamos entrar en
él.
—Ken, ven conmigo. No estoy seguro, pero creo que el camino es por aquí.
Aquel espacio abierto entre las dos colinas medía unos dieciocho metros de ancho y, por alguna
extraña razón, estaba limpio de maleza. Por primera vez pudimos caminar con facilidad, y
habíamos recorrido la mitad del camino cuando ambos paramos de golpe. Estábamos
contemplando algo que no debería haber estado allí, pero que estaba.
Sobre la ladera que quedaba a nuestra derecha había una escalera que conducía a la cumbre.
Allí, en medio de la densa selva mexicana, una escalera que parecía traída de Grecia. Estaba
fabricada de un mármol dorado y blanco formando dibujos y pulido como el cristal. Daba la
sensación de haber sido construida el día anterior. Una barandilla de mármol conducía a lo que
debían ser unos ciento cincuenta o doscientos escalones. A ambos lados de la escalinata, selva
áspera y enmarañadas raíces de viejos árboles. Realmente era como si alguien la hubiera
construido hasta la cima de la selva y es tuviera escondido en algún lugar, observándonos.
Producía escalofríos.
Aqui pueden descargar y leer todo el libro..
las páginas correspondientes al texto abajo son la 52 - 59.
El tercer ojo
Entramos en aquel recinto, inmerso en la jungla, en el que el cielo quedaba completamente
fuera de la vista. Había estanques con flores de loto flotando en la superficie del agua y plantas
tropicales por todas partes. Era increíblemente fantástico..., ¡y tan surrealista! Nada parecía real.
Me sentí como si estuviera en el escenario de una película de Hollywood.
Encontramos a un hombre solitario, un arqueólogo a punto de irse a casa, y nos dijo que su
equipo acababa de descubrir Kohunlich hacía un año y medio. Sólo estaban trabajando en la
primera pirámide, pero el lugar se extendía a lo largo de kilómetros en todas direcciones.
—Adelante, echad un vistazo —nos dijo—. Pero, por favor, no toquéis la superestructura que
rodea la pirámide.
Y nos dejó solos.
Subimos por la única pirámide expuesta y por primera vez vimos algo que nos dejó muy claro
el concepto de la conexión de cada uno de estos templos con los chakras. Cubriendo cada
superficie de esta pirámide de cuatro lados había caras humanas en relieve. Cada una de estas
caras medía unos tres metros de altura y sobresalía de la pirámide alrededor de medio metro. Y en cada cara, en la zona situada entre las cejas, aparecía un punto redondo señalando el tercer ojo.
Nunca había visto nada parecido en todo México.
Kohunlich estaba conectado con el sexto chakra, que se localiza exactamente en el tercer ojo. Y
allí, sobre la frente de cada uno de aquellos rostros regios, estaba la prueba de que los antiguos
mayas también conocían la función energética de este lugar sagrado. Era impresionante.
Pero teníamos trabajo que cumplir, y al cabo de un cuarto de hora dejamos de ser turistas y
comenzamos a buscar psíquicamente el lugar secreto donde debíamos colocar nuestro cristal.
Kohunlich era el lugar más poderoso, en términos de energía pura, de todos los que habíamos
visitado hasta entonces. Pero fue como si padeciéramos de muerte cerebral y, olvidándonos de
la lección de Tulum, una vez más comenzamos a utilizar nuestros péndulos. Al cabo de una hora
nos rendimos. Aquello no funcionaba. La realidad nos hizo recordar nuestro dilema inicial.
Nos sentamos en los escalones de un pequeño templo cercano a la pirámide grande y
comenzamos a razonar como habíamos hecho en Tulum.
—Drunvalo, esto no vale para nada —dijo Ken—. Deberíamos haber aprendido algo de
Tulum. Puesto que aquí está el tercer ojo, y dado que encontramos este templo gracias a
nuestras habilidades psíquicas, creo que sólo necesitamos ese método para localizar el punto. Tú
fuiste el que encontraste este sitio, pero ahora quiero hacer yo lo que tú hiciste y, de un modo u
otro, encontrar el punto en meditación. ¿Crees que podré hacerlo?
—Ken, yo creo en ti. Adelante, y hazme saber lo que encuentres.
Las caras de Kohunlich mostrando el tercer ojo.
Ken cerró los ojos y estuvo ausente unos veinte minutos. Luego los volvió a abrir muy
excitado.—Ya sé lo que estamos buscando. Déjame que te lo enseñe.
Sacó papel y bolígrafo y dibujó lo que había descubierto en su meditación. Me dijo que en el
suelo había un agujero como el del dibujo, y que directamente delante de él había un arbolito.
Entre el árbol y el agujero grande había otro agujero pequeño de unos siete centímetros de
diámetro. Allí, en ese agujero pequeño, era donde debíamos colocar el cristal.
El agujero grande era tan raro que, si lo encontrábamos, no íbamos a tener ninguna duda de que
fuera ése, pero resultaba muy extraño que un agujero así pudiera existir. En lugar de expresar
mis dudas, me levanté y dije:
—De acuerdo, vamos allá. Si está por ahí, lo encontraremos.
Ken respondió con rapidez:
—Drunvalo, yo he descubierto el aspecto que tiene el agujero. Te toca a ti encontrarlo —no hay
duda de que lo suyo es la oratoria.
Acepté el reto. Mantuve la imagen del agujero en mi mente e intenté percibir la realidad para
buscarlo. Mi cuerpo se vio empujado en una dirección que nos alejaba de la pirámide principal
hacia la jungla. En cuestión de segundos había desaparecido todo rastro de civilización y
estábamos rodeados sólo de naturaleza. Pero el tirón de mi cuerpo continuaba.
Era difícil moverse a través de la densa jungla, y no contábamos con ningún machete, que es lo
que la mayoría de los mexicanos utiliza. Pero no dejamos que eso nos detuviese. Nos abrimos
camino entre la maleza y seguimos avanzando. Noté que me estaba arañando los brazos, por lo
que me bajé las mangas y las abotoné para protegerme.
Debíamos llevar casi tres kilómetros recorridos cuando el tirón de mi cuerpo cambió.
Estábamos pasando a la izquierda de dos grandes colinas cuando mi cuerpo, literalmente, se
volvió hacia ellas. Entre ambas colinas había un espacio abierto y supe que debíamos entrar en
él.
—Ken, ven conmigo. No estoy seguro, pero creo que el camino es por aquí.
Aquel espacio abierto entre las dos colinas medía unos dieciocho metros de ancho y, por alguna
extraña razón, estaba limpio de maleza. Por primera vez pudimos caminar con facilidad, y
habíamos recorrido la mitad del camino cuando ambos paramos de golpe. Estábamos
contemplando algo que no debería haber estado allí, pero que estaba.
Sobre la ladera que quedaba a nuestra derecha había una escalera que conducía a la cumbre.
Allí, en medio de la densa selva mexicana, una escalera que parecía traída de Grecia. Estaba
fabricada de un mármol dorado y blanco formando dibujos y pulido como el cristal. Daba la
sensación de haber sido construida el día anterior. Una barandilla de mármol conducía a lo que
debían ser unos ciento cincuenta o doscientos escalones. A ambos lados de la escalinata, selva
áspera y enmarañadas raíces de viejos árboles. Realmente era como si alguien la hubiera
construido hasta la cima de la selva y es tuviera escondido en algún lugar, observándonos.
Producía escalofríos.
FIGURA 5: Dibujo del agujero y el árbol.
Habíamos olvidado totalmente nuestra misión. Aquello resultaba demasiado fascinante.
Finalmente, Ken preguntó:
— ¿Tú crees que habrá alguien que conozca esto?
Yo no supe qué responder. En su lugar, le dije:
—Subamos y veamos dónde nos conduce.
En completo silencio, como si pudiésemos despertar a alguna criatura mitológica, trepamos por
aquellas escaleras que parecían elevarse hasta el cielo. En la parte superior, la escalera giraba a
la derecha y se abría a una zona dispuesta para el descanso, de unos trece metros cuadrados, con
suelo y bancos de mármol. Toda la cumbre de la colina estaba cubierta por la selva excepto
aquella zona. Totalmente confundidos y fascinados, nos sentamos en uno de los bancos.
— ¿Qué te parece, Ken? ¿Tú crees que los griegos llegaron a Yucatán y reclamaron esta colina
como de su propiedad?
Ken negó silenciosamente con la cabeza.
Por alguna razón, saqué mi péndulo y lo probé. Funcionaba. A través de él podía sentir que el
extraño agujero de Ken estaba allí, en aquella colina. La excitación recorrió mi cuerpo.
—Ken, está funcionando. Creo que es aquí.
— ¿Dónde? ¿En esta colina?
Sin contestarle, le pedí que me siguiera y caminé en la dirección que sugería el péndulo. Me
condujo directamente al otro lado de la cumbre de la colina. Otra vez estábamos envueltos por
la densa selva, avanzando con lentitud.
Y de repente, allí estaba. Nos sentimos como si acabara de tocarnos la lotería y no supiéramos
qué hacer con todo el dinero. Cuando miré hacia abajo, hacia aquel extrañísimo agujero del
suelo, me recorrió el cuerpo un sentimiento que nunca olvidaré. Aquel sentimiento me decía:
«Recuerda esto, pues la Vida te va a presentar cosas aún más extrañas durante tu vida, y todas
ellas poseen un significado y un propósito».
Aquel agujero medía unos tres metros de profundidad y entre tres y medio y cuatro de ancho.
Las paredes y el suelo, que se adentraban en la tierra, estaban fabricados por el hombre y
bordeados de piedras perfectamente cortadas en forma rectangular. Había algo obvio que Ken
no había visto en su meditación: del suelo salían dos tubos de arcilla roja. Cada uno de estos
tubos tenía unos treinta centímetros de diámetro y sobresalía otros treinta del suelo. Reflexioné
acerca de lo que podrían ser, pero no se me ocurrió nada.
Volví a mirar hacia arriba y vi el arbolito que Ken había visto en su meditación. Me levanté de
un salto, me dirigí hacia él a través de la vegetación y busqué un agujero pequeño frente a él.
Allí estaba, tal y como Ken lo había visto con su visión interior.
Enfoqué mi linterna a través de él para ver lo que había en su interior, pero no pude ver nada.
Estaba negro como ala de cuervo. Pero en cuanto al lugar donde se suponía que debíamos
colocar el cristal, no cabía ninguna duda.
Ken se acercó y miró también hacia el interior, pero tampoco pudo ver nada. Era como mirar
hacia las estrellas, pero sin que hubiera estrellas. ¡Todo lo que podíamos ver era misterio!
Misterio, pero confianza.
Retiramos el cristal de la tela. Ambos lo sostuvimos un momento en oración por los mayas y
luego yo fui el elegido para colocarlo en el interior de la Tierra. Recuerdo que, durante nuestra
ceremonia y en el momento adecuado, dejé caer el cristal en la oscuridad y pude sentir cómo
caía. No estaba golpeando contra nada. Psíquicamente era como si lo hubiera liberado al espacio
profundo y el cristal estuviera flotando, alejándose del planeta.
Nos mantuvimos en silencio durante largo rato. Sin decir nada, ambos nos sentamos en el borde
del gran agujero maya para observar el arbolito. Cerramos los ojos. Me daba la sensación de que
los mayas estaban a nuestro alrededor, y ahora eran mis hermanos y hermanas. Éramos del
mismo espíritu. Nuestro propósito era el mismo: acercar el cielo a la tierra.
Estuve bastante tiempo meditando y, de repente, volví a mi cuerpo y me encontré sentado
frente al sagrado agujero maya, mirando hacia la tierra. Ken seguía meditando. En silencio me
levanté y seguí a mi corazón a través de la selva hasta el borde de la colina, y mis sospechas se
confirmaron. ¡La colina era una pirámide maya! Los tubos de arcilla roja eran los que habían
espertado mis sospechas. Creo que eran los tubos de respiración de los espacios interiores.
Todo quedó claro. En ese momento comprendí muchas cosas. Me sentí increíblemente honrado
por ser una de las personas que estaban ayudando a traer de vuelta los antiguos recuerdos, algo
que le sucede a la consciencia sobre la Tierra siempre que la humanidad de ese momento comienza a
recordar lo que realmente es.
Palenque
Estuvimos conduciendo toda la tarde con la intención de llegar a Palenque a la puesta de sol,
pero no lo conseguirnos. Estaba mucho más lejos de lo que creíamos. Palenque estaba vallado y
no lo abrían hasta las ocho de la mañana siguiente, por lo que nos dimos la vuelta para encontrar
el hotel más cercano.
Ken aparcó y pagó el hospedaje mientras yo descargaba el equipaje. Habíamos encontrado una
habitación pequeña y sin grandes lujos, con dos camas bastante viejas que casi la ocupaban por
completo. La puerta chocó contra mi cama antes incluso de llegar a abrirse a la mitad, lo que me
pareció que tenía una cierta elegancia desde el punto de vista mexicano. (No me malinterpretes;
me encantan México y los mexicanos. Por tanto, si sabes lo que quiero decir, sabes lo que
quiero decir.)
Saltamos de la cama al amanecer y ya estábamos en los terrenos del templo cuando lo abrieron.
Éramos los primeros y únicos en entrar a aquella hora, y todo el espacio era perfecto para
nosotros. Muy pronto aquello se iba a convertir en un hormiguero de personas. Sin perder un
minuto comenzamos a buscar el punto sagrado.
Como el templo estaba conectado con el séptimo chakra, el pineal, nos encontramos en la
misma situación que en Tulum y Kohunlich. Sabíamos que teníamos que cambiar nosotros
mismos de alguna forma para adquirir la sensibilidad necesaria para encontrar el lugar.
Cuando una persona alcanza el nivel de consciencia asociado con el chakra pineal en el cuerpo
humano, es porque se está preparando para dejar su cuerpo y ascender al siguiente nivel de
consciencia, más allá de lo humano. En los doscientos mil años anteriores de consciencia
humana, sólo tres Maestros Ascendidos habían sido capaces de alcanzarlo. Ahora, por supuesto,
todo ha cambiado. Todos los ocho mil Maestros Ascendidos han pasado ese nivel en los últimos
diez años, llevando la consciencia humana hasta la frontera de nuevas y realmente asombrosas
posibilidades. Con el tiempo, todos sabremos de lo que estoy hablando, pues ninguno de
nosotros escapará a los cambios que están a punto de sobrevenirnos.
La glándula pineal, situada muy cerca del chakra pineal, en el centro de la cabeza, es la clave
para el tercer ojo. Y el tercer ojo tiene posibilidades de largo alcance y que superan en mucho lo
que la mayoría de las enseñanzas permiten que se conozca en el mundo exterior. Es el enlace
entre el campo Mer-Ka-Ba y el Espacio Sagrado del Corazón. Cuando ambos se unen, un ser
humano se convierte en más que humano. Se extiende a la divinidad. (El próximo libro que
escriba explicará esto con gran detalle.)
Jesús no podría haber caminado sobre las aguas si no se hubiera abierto su tercer ojo y los ocho
rayos de luz procedentes del chakra pineal no hubieran salido sobre la superficie de su cabeza.
No es más que un dato cósmico.
Tras varias horas de búsqueda, Ken y yo nos rendimos, como habíamos hecho las veces
anteriores, y nos sentamos en los escalones de un templo pequeño, pero muy elegante, al borde
de la selva. Habíamos probado con el péndulo, con una aproximación psíquica y con todo lo que
conocíamos, pero nada había funcionado. Estábamos realmente cansados y la sensación de estar
perdidos inundó nuestros espíritus. Nos quedamos mirando hacia la selva y pedimos ayuda
interior.
De repente, un joven maya pasó corriendo a nuestro lado, vestido sólo con un taparrabos, y
desapareció en la jungla. Aquella imagen nos produjo la sensación de haber retrocedido unos
cuantos cientos de años. Era tan maya y tan real...
Sentimos una sacudida. Nos miramos mutuamente y supimos con exactitud qué era lo que
debíamos hacer, pero no el porqué. Sin pronunciar una sola palabra, corrimos tras el joven y
entramos en el muro de vegetación.
Un camino bien definido se alejaba de Palenque, y al cabo de unos minutos estábamos
avanzando por la selva más espesa que habíamos visto en México. Palenque no está situado en
Yucatán, sino en una zona denominada Chiapas, más hacia el interior del país. Allí las colinas
podrían denominarse montañas. Ésa es la belleza de Palenque; todos los templos están
edificados sobre montañas a diferentes alturas, lo que le da un cierto aire de misterio.
Nuestro joven amigo maya había desaparecido. O bien era mucho más rápido que nosotros, o
bien había tomado otro sendero, pero aquello carecía de importancia. Sabíamos que ése era el
camino para encontrar el punto especial, aunque no sabíamos por qué ni cómo.
Debimos caminar al menos once o doce kilómetros por la jungla. A esa distancia de la
civilización, la selva vuelve a la vida. De los árboles colgaban las serpientes y unos raros y
coloridos pájaros pasaron volando junto a nosotros para ver quién era el loco que penetraba en
aquel mundo misterioso. Todo estaba húmedo y viscoso, lo que nos hacía resbalar y caer a cada
momento. Pronto adquirimos el aspecto de dos mugrientos mendigos escapando de la justicia.
Pero nada podía detenernos.
De repente, el terreno cambió y comenzamos a correr cuesta arriba. Aquello parecía no tener
fin. En lo alto de la colina prácticamente tuvimos que escalar, usando nuestras manos para
auparnos a lo que parecía ser un saliente de la roca. Y entonces, cuando alcanzamos la cumbre
de la montaña, nos asomamos al otro lado para descubrir otro mundo. Toda la falda sur era un
campo de maíz. Resultaba enormemente extraño pasar de la jungla salvaje, húmeda y fresca,
aparentemente interminable, a un campo de maíz, fabricado por el hombre, seco y cálido.
Aquello supuso un fuerte choque para mi cuerpo.
No podíamos creer lo que estábamos viendo. Pero cuando nuestros ojos se volvieron a
acostumbrar a la luz, tras salir de la oscuridad de la maleza, pudimos ver que allá abajo, en el
valle que se encontraba frente a nosotros, había un auténtico pueblo maya, a poco más de un
kilómetro de distancia. Nos quedamos muy quietos y nos sentamos para observar a sus
pobladores.
Mi corazón se sentía inmensamente feliz de poder comprobar que los mayas seguían viviendo
igual que hacía cientos de años. Me eché a llorar. No pude evitarlo. Seguían vivos. De alguna
forma, me habían hecho creer que los mayas ya no conservaban sus antiguos modos de vida y
que habían sido asimilados por la civilización.
Había al menos quince cabañas redondas de hierba, con perros y otros animales correteando a su
alrededor. En un hoyo en el centro del grupo ardía un fuego. Unas cuantas personas se movían
de acá para allá entre las cabañas. Era como si hubiéramos corrido hasta un pasado distante muy
anterior a la llegada del hombre moderno.
Me invadió una sensación de paz y mi respiración se ralentizó, pues mi cuerpo prácticamente
había detenido su funcionamiento. Alguien se estaba comunicando conmigo. Se me apareció la
imagen de un templo y el espacio junto a él. No lo reconocí. La imagen se concentró en una
zona pequeña, de no más de un metro cuadrado, junto a una de las paredes del templo. El punto
especial para el cristal vibraba de energía. En ese momento supe dónde debía plantarse.
Llevábamos allí sentados una media hora cuando, sin previo aviso para Ken, me levanté y le
dije.
—Ken, vámonos. Creo que sé lo que debemos hacer.
Ken no dijo ni una palabra. Pude ver que aquella experiencia también había sido fuerte para él.
Cuando volvimos a Palenque, mi cuerpo se vio empujado directamente a través del complejo
del templo, por detrás del Templo de las Inscripciones; pasamos el palacio y el observatorio
astronómico, y llegamos a un pequeño templo que se encontraba a un lado, a unos trescientos
metros de distancia.
Al llegar a él, mi cuerpo se movió hacia una pared en concreto. Cuando llegué a aquella zona,
miré hacia el suelo y, en unos pocos minutos, encontré el punto exacto. Reconocí cada piedra de
aquel espacio de un metro cuadrado junto a la pared. Había estado allí anteriormente.
Justo cuando el Sol se estaba poniendo, enterramos el cristal elevando oraciones para que los
sueños de los mayas y los de otras personas conectadas con aquella tierra pudieran sincronizarse
y crear una nueva realidad, un nuevo comienzo.
La séptima nota de la octava estaba terminada. La octava nota está, en realidad, en otra
dimensión, en otra octava, en otro ciclo. En otras palabras, el regreso de la energía a los templos
de Palenque estaba completando la primera espiral. La siguiente no estaba en México, sino en
Guatemala, y representaba el comienzo de un nuevo ciclo de consciencia.
El octavo chakra es una bola de energía, un diminuto campo Mer-Ka-Ba, que flota en el
espacio a un palmo de distancia sobre la cabeza. Es la primera nota de la siguiente octava de la
consciencia superior.