El último tabú de la televisión es la televisión misma —y cómo está profundamente sesgada hacia un estilo de vida consumista que la Tierra no puede soportar"...
The television, that insidious beast, that Medusa which freezes a billion people to stone every night, staring fixedly, that Siren which called and sang and promised so much and gave, after all, so little. -Ray Bradbury
Muchas personas han escuchado la famosa frase de Karl Marx, “la religión es el opio del pueblo”, que significa, fundamentalmente, que la religión sirve como un alivio de las masas, como el opio que quita por un momento el dolor, creando así una ilusoria felicidad o satisfacción y, sobre todo, manteniendo “una condición que necesita ilusiones”. Si substituimos la religión y decimos que la televisión es el opio del pueblo, ya que sirve como el alivio de las masas, “manteniendo una condición que necesita ilusiones”, quizás estaríamos actualizando el programa que Marx subió a la conciencia colectiva. La televisión como un opio electrónico, como el ojo de Medusa que nos mira desde la pirámide erigida por los sacerdotes del capital.
Duane Elgin escribe en el Huffington Post que todos los temas más controvertidos han sido tocados en la televisión, salvo uno, la televisión en sí misma: “El último tabú de la televisión es la televisión misma —y cómo está profundamente sesgada hacia un estilo de vida consumista que la Tierra no puede soportar”. En su incansable esfuerzo de convertir todo en un producto y en un espectáculo nada está prohibido en la TV, salvo colocar un espejo a su propia anatomía, a su particular forma de masaje mental, a su medio como mensaje (los rayos catódicos como relámpagos que iluminan el esqueleto del zombi).
El tabú de la TV (como máximo exponente del mass media) es hablar de sí misma, de que su contenido y su forma es publicidad para las actitudes, valores y estilos de vida que rodean el consumo de productos (no por casualidad, ahora, prácticamente ha desaparecido la frontera entre los anuncios comerciales y los programas de contenido); que su programación es neuroprogramación para una forma de vida que fomenta (es lo que posibilita) un constante incremento en el consumo de productos (porque consumir es el único camino que plantea la cosmogonía inherente al espectro de los medios masivos para saciar su impronta aspiracional: para que nuestra vida y nosotros seamos como lo que vemos en la televisión). “Al programar la televisión para el éxito comercial, la industria de la televisión también está programando la mentalidad de la civilización para el fracaso ecológico”, escribe Duane Elgin.
El último tabú de la televisión es que la televisión está dentro de ti… Siguiendo el análisis transcultural de las neuronas espejo que hizo Aeolus Kephas, citando a Jonah Lehrer:
“El porno no nos hace pensar en el sexo. En cambio, el porno nos hace pensar que estamos teniendo sexo. Desde la perspectiva del cerebro, el acto de excitación no es precedido por una idea separada, la cual absorbemos a través de la televisión o de una pantalla de computadora. El acto en sí mismo es la idea. En otras palabras, el porno funciona convenciéndonos de que no estamos viendo porno. Pensamos que estamos dentro de la pantalla, haciendo la cópula”.
Esto lo podemos aplicar a cualquier aspecto de televisión que logre involucrar profundamente la atención del espectador. En la identificación con un personaje de una sitcom, de una telenovela, de una película o de un partido de futbol vivimos —según sugiere la teoría de las neuronas espejo— lo que le sucede a ese personaje. Los programas de televisión son programas en tu mente.
En Estados Unidos el 98% de los hogares tiene al menos una televisión, el espectador promedio ve 25 mil comerciales al año y aproximadamente 4 horas de TV al día (una de las razones por las cuales Estados Unidos es el país más obeso del mundo). La televisión se ha convertido en la ventana principal que tiene el ser humano hacia al mundo. Y el paisaje que te ofrece esta ventana es un paisaje monótono controlado por un número reducido de megacorporaciones que deciden qué aparece o no en esa ventana (el sucedáneo del mundo exterior que se interioriza).
Como señala Duane Elgin, el problema de que la televisión no reflexione sobre su propia naturaleza es algo que ya no sólo afecta la psique del individuo que se engancha en el opio de su forma y en el opio de su contenido, afecta al planeta entero ya que promueve una “letal adicción al consumo”.
“Nuestra economía enormemente productiva [...] pide que hagamos del consumo nuestra forma de vida, que convirtamos la compra y uso de los bienes en un ritual, que busquemos nuestra satisfacción espiritual, nuestra satisfacción del ego, en el consumo [...], nosotros necesitamos cosas consumidas, quemadas, reemplazadas y descartadas a paso acelerado”, escribió Victor Lebow. Lo que ritualiza y espiritualiza el consumo es el templo de la TV, oficiando el simulacro de su divinización transpersonal.
Elgin plantea que la solución no es apagar el televisor. Es legislar y transformar sus contenidos, creando foros de retroalimentación en donde se discutan los efectos que tiene la TV y los medios masivos de comunicación y donde también los “ciudadanos puedan usar el poder moral de la persuasión [...] para promover una dieta de programación más balanceada”. Además, hace hincapié en producir “comerciales de la Tierra” que sean representativos de los animales, bosques, y demás organismos biológicos que no tienen un lugar en los medios” (una especie de derecho de tribuna para todas las especies). Como contrapeso, sugiere que por cada anuncio que promueva comprar algo debería de haber otro anuncio promoviendo un estilo de vida no-comercial.
Aunque esto en teoría suena muy bien, es quizás algo ingenuo pensar que la televisión podría servir a principios no-comerciales y ser crítica consigo misma si, de entrada, se encuentra al servicio de una élite político-empresarial que necesita del estilo de vida aspiracional y exponencialmente consumista que promueve la TV para conservarse en la cima de la pirámide. Pedirle a la TV que sea autocrítica y que se coloque frente a un espejo es pedirle que se autodestruya en el relámpago de su macilenta desnudez, en la explosión de un simulacro ad infinitum: “The datasphere rewards self-similarity and proves again and again that the best way to infect the entire datasphere is with media about media”, (Douglas Rushkoff, Media Virus). Tal vez solamente liberando un virus en la TV, un virus-espejo que reprodujera la naturaleza virulenta de la TV hasta el infinito, un programa sobre cómo programa la TV, publicidad que exponga lo que hace la publicidad, podría generarse un efecto significativo. La forma de aniquilar a la Medusa es someterla a su propia mirada.
Pero no se puede esperar que esto ocurra voluntariamente desde la propia estructura de los medios masivos de comunicación: es necesaria una infección, un hack. Y tal vez tenga que ser la misma Tierra la que lo realice, ya que nosotros, por el momento, no parecemos capaces de semejante hazaña