Nazco cuando la luna se oculta y el sol todavía no se ve en el cielo.
Pétalos de flores forman mis alas y de las flores tomo también el color de mi piel y de mis ojos.
Mi voz es un dulce susurro, igual al sonido del agua en los arroyos y sé cantar canciones de tierras antiguas que nadie más ha visto.
Sobre las ramas de los árboles mis pies ligeros bailan y puedo alzar el vuelo y subir muy alto o descender a descansar sobre los frescos prados y sentarme a beber el rocío que guardan para mí las azucenas.
Me acerco pocas veces a los humanos, porque ellos son incrédulos y tienen tanto miedo que prefieren no verme. Sólo de vez en cuando mis ojos ven otros ojos que saben que existo y sobre ellos derramo mis dones más preciados.
Cuando el sol empieza a brillar con fuerza en el cielo, es hora de cobijarse en los brazos del bosque y de dejar que la tierra madure y haga germinar las flores con las que volveré a nacer mañana.