Los cuentos de héroes siempre me han parecido petulantes, colmados de mentiras. No creo en los finales felices. Oh, ¡pero no soy un pobre amargado! Sólo escéptico. Y resulta del todo irónico que fuese un juglar quien opinase de esa manera.
Un juglar que si vivió un bello "final feliz". O así, lo estimo yo.
Os contaré una de mis leyendas favoritas; una historia que a nada se asemeja con tales historias de héroes, una historia que sólo vuestras mercedes sentenciaréis si os parece un final feliz, un final trágico… o un final aterrador.
Noche tras noche, en un soberbio caserón de las calles más noblescas de la ciudadela Imperial, un joven practica, desde la niñez, las artes musicales. Su ahínco durante tantos años de su vida, el anhelo de llegar a ser un gran músico, conmovió los cálidos corazones de su familia, quienes no repararon en gastos ni esfuerzos por ayudar a cumplir su sueño.
Sin embargo, ya os dije que esta historia poco tiene que ver con un final de cuentos, y mucho menos con la honra.
Su nombre era Grimaldi. Grimaldi Bremen. Y su sueño, era ser músico.
Pese a los enormes esfuerzos de Grimaldi y la ayuda de sus cercanos, el músico Bremen tenía un grave problema: era horrible, lo peor jamás visto en el mundo y arte que es la música; práctica tras práctica jamás mejoraba, sus canciones eran conocidas como estrafalarias y poco atrayentes, no había nada en ellas que pudiera tener algún valor. Mas Bremen era apuntado como un ser "horrible", por más que solo su poco talento: Grim era feo, pero no de aquellos que caen simpáticos o que tienen algún rasgo salvable; no, Grim era espeluznante, su cara y cuerpo esquelético, sus ojeras kilométricas de tantas horas practicando, su nariz deforme, fina y alargada en gancho, sus ojos salidos y rojos del cansancio, su poco poblada cabellera descolorida, sus largos y finos dedos llenos de callos y heridas, además de los millares de pelos que habitaban en diversas e inimaginables zonas de su cuerpo... ¡Pff! Lo peor era que, cuantos más fracasos acumulaba, más triste estaba.
Y más feo y aterrador le volvían éstos.
Con los años y los fracasos, Grimaldi fue convirtiéndose en un hombre amargado, seco, antipático y muy egoísta.
No era otra cosa que un pobre diablo feo, desagradable y sin ninguna esperanza de cumplir su sueño.
Oh, ¡pero aquel afán era asombroso! Jamás perdió la ilusión, jamás decrecentó su trabajo. Tanta fue su dedicación, que poca atención presto a la muerte de aquellos familiares que tanto le habían amado. El dinero y la hacienda heredada de su familia poco tiempo duraron en sus manos. El músico despilfarró en fiestas en su mansión donde poder tocar y llamar la atención de los nobles y la realeza. Grimaldi apuntaba ahora mucho más alto de lo que se había permitido en años de niñez, cuando sólo vagaba por clubes y bares honrados de la plebe. Mas su fracaso más catastrófico éste fue.
Los falsos amigos de la nobleza se rieron de él y los auténticos, uno a uno, los fue perdiendo por la ambición. Así, Grimaldi observa el amargo torcer de su vida: en una sucia morada, en las calles más pobres e insólitas, alternando con mugrientos y peligrosos bares donde a palizas le echaban cuando trataba de tocar, cantando canciones juglarescas en las calles para tratar de ganar unas cuantas monedas.
Y Bremen estaba solo, completamente solo en la vida.
Las ambiciones conllevan un sacrificio equitativo y él las pagó todas sin recompensa.
Así visionaba al fin toda su vida postrado en la cama. Ahora que yacía viejo y enfermo, se replanteaba sentirse arrepentido por lo que había hecho, por haber tirado a un lado sus momentos de felicidad a cambio de un sueño que al final resultó ser inalcanzable.
Y no lo hizo. Grimaldi no se sintió arrepentido de ello, tan solo mal afortunado. Tal era su codicia, su afán, que todo lo demás dejaba de tener importancia para él. Un viejo loco. Solo y loco. Quizá trataba de morir con su obstinación en mente, o quizá jamás valoró de verdad todo lo que había tenido.
Es entonces que, en los últimos momentos de exhalación del pobre músico, ocurrió algo que él jamás supo definir como "fortuna"...
Sintió la puerta de su vieja choza chirriar, pero él estaba perdiendo la consciencia; sintió algo acercarse hasta su lecho, sin hacer crujir ni un solo peldaño del suelo quebradizo – algo más gélido que su corazón agonizante parecía flotar junto a su alma.
¿Un teufel? Puede ser. ¿La muerte? Quizás.
Pero hoy él no sería un cuerpo más que arrastrar.
Historias han hablado de tales momentos como éste, meras leyendas, que jamás se sabrá si son certeras: los desdichados en vida, que entregan jovialmente su alma a cambio de un deseo cumplido a algo que ni ellos mismos confían y tan solo les aterra. Algo semejante ocurrió esa noche.
Cumplir su sueño; esas fueron sus primeras palabras. No su nombre, ni su procedencia. Sin costes, decía, sin muerte.
"Morir o escoger, tu tiempo acabó y ya nada tienes por perder."
"Y ahora todo...todo será mucho más fácil."
Nadie supo más de aquel viejo perdedor. Bremen, solo y loco perdedor.
Así nació la leyenda, así nació el horror.
Varios mitos nacieron de éste, algunos muy acertados y otros demasiado suntuosos. Pero todos conducían en el mismo sentido, con una base esencialmente igual. Algunos decían que, en las noches de luna llena, la más maravillosa música, las más genuinas melodías, se difundían muy lentamente por las callejuelas de la ciudadela Imperial – hasta hipnotizar las almas de sus víctimas y poder encerrarlas en el abismo.
Otros, que era un espíritu atormentado en vida por quienes le rodearon y que, noche tras noche, exactamente a medianoche, los espíritus que vagan por la ciudadela hacen sonar, con igual armonía, canciones profundas, perfectas y aterradoras que alerten a la nueva víctima. Y si ésta era capturada, sería torturada eternamente en vida...
Muchos otros decían algo más acertadamente. Una historia, que trataba sobre un músico, cuyo fin en la vida sería fracasar en sus sueños para poder cumplirlos en la muerte. Pero que para lograrlo, almas frescas, llenas de promesas, debía cazar y devorar. Todas estas almas: músicos con gran futuro.
Nadie sabía que aspecto tenía, nadie vivía para verlo. Pero los rumores fardaban de un posible aspecto: un esqueleto gigantesco, envuelto en una túnica, recubierto de fisuras, maldiciones y sangre; y cuyo perfil solo debéis distinguir mediante su sombra.
De nombres interminables es: algunos le conocen como el Nefasto; otros osados le llaman Grim Reaper; y hace mucho tiempo, sólo como El músico Bremen. Ya pocas personas le reconocen como tal. La muerte de aquel músico tuvo un efecto singular en las gentes humildes de la ciudadela, quienes intrigaron innumerables relatos de horror sobre aquel hombre que acabaron siendo cuentos de cuna para dormir a los niños.
Pero de eso, hace ya miles de años.