El problema de Dios en la Masonería-
por José A. Ferrer Benimeli El Gran Oriente francés, el 28 de noviembre de 1885 -es decir, ocho años después de que suprimiera de sus Constituciones la fórmula del “Gran Arquitecto del Universo”- intentó que la Gran Logia de Inglaterra revocara la excomunión lanzada con tal motivo. La respuesta que recibió fue la siguiente: “La Gran Logia de Inglaterra sostiene y siempre ha sostenido que la creencia en Dios es la primera gran señal de toda verdadera y auténtica Masonería, y fuera de esta creencia profesada como principio esencial de su existencia, ninguna asociación está en derecho de reclamar la herencia de las tradiciones y de las prácticas de la antigua y pura Masonería. El abandono de este Landmark, en la opinión de la Gran Logia de Inglaterra, suprime la piedra fundamental de todo edificio masónico”.
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En 1938 y de nuevo en 1949 las tres Grandes Logias de Inglaterra, Irlanda y Escocia declararon solemnemente que “la primera condición para ser admitido en la Orden y ser miembro es la fe en el Ser Supremo. Condición que se considera esencial y no admite compromiso. La segunda es “que la Biblia, considerada por los masones como el volumen de la Santa Ley, permanezca abierta en la Logia”. Finalmente, “quienquiera que entre en la Masonería sepa, desde su admisión, que está estrictamente prohibido sostener todo acto que tienda a subvertir la paz y el buen orden de la Sociedad; debe obediencia a las leyes del Estado en el que reside, y jamás ha de faltar al juramento de fidelidad que le liga al Soberano de su país natal”. Además, “ni en la logia, ni en calidad de francmasón, le está permitido discutir o propagar sus propios puntos de vista acerca de cuestiones teológicas o políticas”. Esta doble obligación de creer en Dios y de prohibirse en la logia toda discusión religiosa o política, así como toda acción subversiva contra el orden público es tan importante que la Gran Logia de Inglaterra “rechaza absolutamente tener relación alguna y rehúsa considerar como francmasones a aquellas asociaciones que se pretenden tales, pero que no se adhieren a estos principios”. Existen, pues, varias Masonerías en el mundo totalmente independientes, pero, sin embargo, con distintos matices, el espíritu masónico es único. Las Obediencias tienen distintas inspiraciones. Algunas, hemos visto, bajo la influencia de la Gran Logia de Inglaterra son teístas. Sólo admiten en su seno a los que [cristianos, musulmanes, judíos, hindúes...] reconocen un Dios como principio creador -el Gran Arquitecto del Universo- y una fe en la verdad revelada, tal como se encuentra en la Biblia y otros libros sagrados, como el Corán, los Vedas, etc. Otras Obediencias -en especial algunas de las llamadas masonerías latinas- son de inspiración racionalista o liberal [como algunos prefieren hoy calificarlas] y rechazan, como el Gran Oriente de Francia, la referencia al Gran Arquitecto del Universo y profesan un estricto laicismo, suprimiendo de sus rituales incluso la Biblia. Entre ambos extremos hay posiciones intermedias, como la Gran Logia de Francia, que, sin exigir la creencia en el G.A.D.U., sin embargo, lo admiten como un símbolo indeterminado, un poder tutelar y desconocido. La Biblia tampoco tiene el carácter de libro revelado, sino el de un libro sagrado entre los demás, que atestigua la sabiduría del hombre. Respetan la tradición sin tratar de saber lo que en realidad significa, lo que en ella se esconde. Esta diversidad de Obediencias no impide, sin embargo, que el espíritu masónico tenga una profunda unidad. Todos los masones del mundo buscan la verdad, y exigen tolerancia, libertad y fraternidad, dentro de un marco de igualdad. El masón en cualquier caso puede vivir en la logia la experiencia reconfortante de la solidaridad y del saberse escuchar mutuamente, y experimenta la importancia del ritual. Que el acento propiamente litúrgico, a veces esotérico, sea más marcado en unas obediencias, o que sea mitigado por un aspecto más simplemente cultural o social en otras, el hecho es que la Masonería no abandona sus signos, siglas, ritos y símbolos. A través de esta solidaridad, estos intercambios, estos rituales, un hombre nuevo nace o, tomando la terminología masónica, la “piedra bruta” accede a la dignidad de “piedra tallada”. Para comprender de qué hombre se trata aquí es preciso evocar la visión del mundo que cada obediencia tiene. Según las diversas interpretaciones, ya apuntadas, es lógicamente natural que se formarán hombres bien diferentes. En cualquier caso siempre será requerido el esfuerzo moral, si bien en un sentido de perfeccionamiento de todas las virtudes del humanismo laico, en unos casos, y en un sentido de iniciación espiritual en otros. Libro Masones José A. Ferrer Benimeli