Caminaba por la avenida, en busca de un poco de aire fresco, la verdad que estar tanto tiempo sentado frente a la computadora ya estaba atrofiando mis instintos básicos y sociales.
Cuando pasaba frente a una cafetería mire por una de sus ventanas a una chica con un rostro muy dulce que cautivo mi atención, me detuve y sin que se notara, empecé a observarla desde el otro lado de la ventana, sus gestos y su sonrisa, eran como sacados de un cuento, ella revolvía su café con una gracia peculiar, mientras en la otra mano, tenía un libro que en su tapa decía algo del destino y las circunstancias, supongo que algún libro de un psicólogo o algún esotérico, de pronto, mi instinto hace posesión de mi cuerpo y da un golpe en la ventana, ella se gira y me queda mirando, muevo mi mano y la saludo torpemente, le hago señas de que me espere un momento y me dirijo con una implacable decisión a la cafetería en donde ella estaba sentada.
Al cruzar la cafetería y estar frente a ella, quede algo hipnotizado, pero con agilidad escondí cualquier seña de inseguridad.
“Hola” .- Le dije y sin darle tiempo, agregué “Puedo sentarme” aunque más que una pregunta, fue una advertencia, porque ya me había sentado.
Y comencé a hablar sin cesar : “Eres hermosa, desde que te vi por esa ventana, una extraña sensación me hizo detenerme, un impulso en mi, detuvo el tiempo y me puso de testigo de tus movimientos cotidianos, que yo los estudiaba como quien admira la danza, tu sutileza al revolver tu café, tu sonrisa, el brillo de los cabellos, todo por lo cual algún día pude haber clamado, todo esto está aquí en ti, como cual deseo materializado, eres el reflejo vivo, de lo que mi corazón algún día dibujó y se lo regalo a mi mente, eres la mujer por la cual yo podría perder la cabeza, la cordura, y transformarme en la marioneta más grande que jamás hayas tenido en tus manos… “
Ella de pronto intenta hablar y le digo, deja terminar, ya casi acabo y proseguí. “Pensé que alguien como tú, ya no podría existir en mi vida, y he comprobado el día de hoy, que no eres solo un sueño, que existes, y más que eso, eres capaz de provocar este cortocircuito en mi cotidianidad, eres lo que pensé que ya no había, gracias” le dije, tome su mano suavemente, y la deje sobre la mesa, me levante y ella quedo impávida, y me fui con mi cobardía lejos de allí, no le dije mi nombre para que no pudiese encontrarme, ni pregunte el de ella, para no poder soñarla, y aquel día aprendí, que no estaba muerto.
Autor: Michael Priego Manicke
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