Cuando nace la luz, en el rincón encaramado al muro de mi ventana, más allá, lejanos caminos se abren paso sobre el añil de océano. Pequeños y grandes barcos navegan; en ellos sueños viajan a bordo de la aventura, impulsados por innumerables velas, en todas direcciones.
Es mi ventana, cómo un púlpito desde el que rezara mi pensamiento, entrecerrados los ojos. Cercano aroma a café, viaja desde la cocina y me envuelve atrayente y provocador. Esa deliciosa fragancia en sabores, me avisa de que hay más vida acompañándome, en ésta mañanita plácida, deshaciéndose de los arreboles del sueño.
El silencio acogedor que me envolvía hasta hace poco, se va deshaciendo, cómo copitos de algodón que se deshilaran alados y confusos. Dulces son los sonidos hogareños que podemos reconocer; esos que nos confirman que nuestros seres queridos se dirigen a sus quehaceres diarios.
Aún sobre mi sien, el cálido beso de despedida de unos buenos hijos, y un magnifico compañero; ese con quien he recorrido el meridiano de mi vida. En pocos minutos vuelvo a recuperar el pensamiento, junto al alfeizar de mi ventana; el perfume de los geranios hace que aspire hondo, y mientras fijo nuevamente mis ojos en el azul del mar, una oración se abre paso en mi mente; un ruego que nace de lo más profundo de mi alma…
Bendice Señor toda la obra que contemplan mis ojos, ampara a cada uno de sus seres, y consiente que en cada rincón de esta tierra que les concediste, puedan vivir en paz.
¡Buenos días vida!
Mar.