Este arbolito se llama abeto y aquí tenéis esta preciosa leyenda:
"Cuando el Niño Jesús nació todas las cosas del mundo tuvieron alegría. Y muchas personas iban a ver al pequeño Niño y le ofrecían pequeños regalos.
Cerca del establo de Belén crecían tres árboles: una palmera, un olivo y un abeto. Las personas que paseaban por el camino lo hacían debajo de sus ramas. Y los tres árboles, al verlas ir y venir, también sentían ganas de regalar alguna cosa al Niño Jesús.
La palmera dijo:
- Yo voy a cortar mi palma más grande y la pondré cerca de la cueva. Con ella abanicaré dulcemente al pequeño Niño.
- Pues yo -dijo el olivo-, prensaré mis aceitunas y sacaré aceite para ungir los piececitos del Niño Jesús.
Y el abeto, triste, preguntaba:
- Y yo, ¿qué puedo darle?
- ¿Tú? -contestaron los otros-. Tú no puedes ofrecerle nada. Ni siquiera tienes hojas. Tus púas puntiagudas pincharían al Niño. Y tus lágrimas tampoco sirven, porque tienen resina.
El pobre abeto se sentía muy desgraciado y dijo casi llorando:
- ¿Qué pena! Tenéis razón. Yo no tengo nada bueno para ofrecer al Niño Jesús.
Un ángel, que estaba muy cerca, oyó lo que hablaban los árboles. Le dió lástima de aquel abeto tan humilde, que no tenía envidia de los otros, y quiso ayudarle.
Las estrellas, sus amigas, comenzaron a brillar allá en lo alto. El ángel pidió a algunas que bajasen y se pusiesen sobre las ramas del abeto. Ellas lo hicieron muy contentas y el árbol quedó todo iluminado.
El Niño Jesús, desde su pesebre, lo vio. Y sus ojitos brillaban de alegría mirando al árbol adornado con aquellas luces tan bellas. ¿Qué feliz era el abeto al sentir la mirada del Niño Jesús!
Desde entonces, las personas que saben esta historia colocan en su casa un abeto la víspera de Navidad. Lo llenan de lucecitas encendidas y lo llaman ÁRBOL DE NAVIDAD.
Y el árbol de Navidad brilla lo mismo que brilló el abeto que estaba delante de la cueva de Belén. Y también alegra los ojitos de muchos niños, lo mismo que alegró los ojitos del Niño Jesús."