** Las tenues antorchas que iluminan la cámara patriarcal pierden por un instante su fulgor cuando una corriente de aire, creada por la abrupta abertura de la puerta, entra al lugar. Y ahí, parado sobre la alfombra de terciopelo carmesí, entre los recién llegados y el gran maestro de géminis, un muchacho cerraba el paso. Su armadura chispeaba al ser acariciada por la luz de aquellas velas, mientras una blanca capa de seda se mueve con aire heroico a sus espaldas con el viento que entra frio y lúgubre.  De piel trigueña y cabellos castaños, los ropajes que portaba  aquel hombre son del color del sol, exquisitamente adornado; portaba también sobre su cabeza un yelmo dorado que imitaba a la perfección las crines de un león. No había duda de quién se trata: Aioria de Leo; uno de los 12 santos de oro y el primero en reconocer a Saori Kiddo como Athenea. ¿Pero que hace allí, interponiéndose entre el camino de la justicia y la encarnación del mal? Algo extraño le pasa al joven león. Sus ojos no eran esmeraldas y orgullosos como antes, sino que ahora eran tan rojos como las llamas del Infierno.  Una grotesca sonrisa se dibuja en sus labios, y sus ojos furiosos se clavan sobre el recién llegado, con el ceño fruncido. Cierra su puño derecho con rabia, y de él chipas eléctricas y energía dorada se desprende. ¿Era que el león de Nemea le ha dado la espalda a Athena para unirse al malvado patriarca?**

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