**Las espectrales aguas del río Aqueronte han quedado atrás; y una solitaria figura avanza con veloces pasos entre los peñascos del infierno.  Por su apariencia, es entendible que aquel hombre no pertenece al infierno  pues es claro aún está con vida y el ropaje que protege su cuerpo no pertenece a las oscuras armaduras  de los espectros; de hecho, su color es parecido a los cálidos rayos del sol los cuales jamás han llegado a las tierras de Hades. Un santo de oro al servicio de Athena. Su movimiento mece de manera heroica la blanca capa que cuelga en sus espaldas, y acaricia los cabellos castaños que se asoman de entre su yelmo, que imita a la perfección las crines de un fiero león.  °°¿Así que este es el octavo sentido?°° medita aquel galante muchacho sin dejar de avanzar con velocidad las entrañas del infierno, pues logró despertar el llamado Arayashiki que le permite estar en el mundo de los muertos sin estar regido por sus reglas; sin embargo pronto es arrancado de sus pensamientos cuando, frente a él, un enorme edificio de piedra blanca se alza. Deteniendo su andar, el guerrero de la armadura de oro contempla un instante la imponencia y majestuosidad de aquel gigantesco palacio para continuar su camino por la escalinata de mármol hasta encontrarse con una fina puerta de madera tallada que le impide continuar su camino. Sin dudarlo ni un segundo, el león de oro coloca sus palmas sobre ambos portones de roble y, con la fuerza digna de un santo de oro, abre de golpe aquellas compuertas de par en par tras un estruendoso ruido que retumba por todo el tribunal del silencio. **

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**Dando un par de  pasos cuyo eco retumba entre las paredes del silencioso tribunal, los ojos del león alcanzan a ver una escribana figura tras una larga escalinata; y sin dudarlo ni un segundo, se dirige a él de forma imponente -Oye, tú… ¿Dónde se encuentra Athena?- cuestiona con una autoridad que tal vez no le corresponde, mientras señala con el dedo índice al guardián de aquella prisión. Y tras esas palabras, el silencio vuelve a reinar en la corte del Infiero, como ha sido desde tiempos inmemoriales. Los ojos de Aioria, tan verdes como esmeraldas, se clavan en su rival sin perder detalle pues sabe que los habitantes del infierno son seres engañosos y traicioneros.**

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**La mueca del león cambia a una de mucha mayor seriedad al escuchar el posible destino de la Diosa que ha jurado proteger. Su puño se cierra con fuerza mientras clava sus ojos verdes sobre el juez de la corte infernal, y poco a poco una cosmoenergía dorada comienza a rodear su cuerpo, haciendo sentir su fuerza por todo el tribunal del silencio sin ninguna clase de títubeo. Su capa comienza a ondear de forma heroica debido a su desplante de poder, y las oscuridad del lugar es quebrada por la brillante luz dorada que emana el guerrero de Athena.  -Mi nombre es Aioria, y soy el santo de la constelación de Leo. Y tú…- comenta con imponencia-…tú me llevarás con Athena y Hades.- El león no se anda con rodeos; su deber es salvar a la diosa de la Justicia y derrotar al emperador de los muertos, aunque esto le cueste su vida o su alma inmortal.**

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**El fiero león de oro no es intimidado tan fácilmente, pues su cosmos también arde con intensidad dentro de aquel oscuro recinto. Sus ojos color esmeralda no se despegan de Lune, y Aioria poco a poco pierde la poca paciencia que le fue concedida. En menos de un parpadeo, y por voluntad del santo, una ligera cantidad de su cosmos se arremolina en su puño derecho haciéndolo brillar con singular fulgor.  Con la velocidad de un relámpago, el león suelta tres poderosos golpes en dirección del Balrog precisamente con ese puño y,  con cada movimiento, un haz de luz sale disparado como una saeta hacia el juez. El primero busca impactar su pómulo derecho, el segundo su quijada y el tercero su pecho. -¡Me llevarás con Athena y Hades!- exclama el león, quién ha perdido ya su paciencia.**

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