Las puertas de madera de doble hoja de la catedral se abren tras un fuerte y perturbador rechinido de sus viejas y oxidadas bisagras mostrando un largo pasillo que lleva de los interiores de la fortaleza hacia un sendero de roca, la ultima sección del bosque negro que se halla enfrente.

Un silencio espectral y atemorizante entonces gana protagonismos cuando un sujeto delgado, de cabello erizado y ropas negras muy ceñidas al cuerpo se coloca justo en la entrada del lugar

- Bien, ya que la muerte se ha extendido por todo este miserable bosque, que sea el asesino del infierno el que custodie que durante toda la eternidad permanezca igual –

Dice con un tono de voz supremo, lleno de confianza y maldad mientras sus labios forman una sonrisa malévola que deja al descubierto dos grandes colmillos puntiagudos

- ¡Vayan mis niños, formen una guardia única e infalible que proteja al bosque y al palacio de todos los insectos que se atrevan a llegar! – 

abriendo sus dos brazos a los costados y la cabeza un poco hacia atrás, Wimber es rodeado de un chillido agudo proveniente de la profundidad de la catedral, un sonido tan estridente que solo se compara con el golpe característicos de miles de alas al levantar el vuelo, de esta manera, desde la parte de atrás del espectro aparecen miles y miles de vampiros alados que se abalanzan hacia el bosque formando una infinita línea negra que al cabo de un rato se vuelve una masa sin forma que se extiende hacia todos lados colocando a estos animales en arboles, grutas, restos de construcciones y pozos, desde el primer árbol hasta la caverna más cercana al castillo, formando a fin de cuentas, un perímetro extenso y perfecto por donde nada escapa a sus ojos

- bien hecho mis amados, nosotros somos los asesinos del inframundo y nuestro alimento serán todos aquellos que se acerquen a este lugar –