Soportar el peso de intentar adueñarse de algo que está fuera de la imaginación de un mortal...
En una de las islas del archipiélago de Svalbard, el signo de la desgracia ha caído desde hace tiempo. Muchos lo atribuyen a un designio de los dioses y otros a una simple peste, pero lo único claro es que el ambiente resulta ser asfixiantemente mortal para todo aquel que viva o visite aquel lugar. Las plantas ya no crecen, la gente ya no habla, los niños ya no ríen, los ancianos ya no son capaces de usar su tiempo para encontrar explicación alguna al suceso... Todo, absolutamente todo, condecorado por temibles vientos congelados que transforman la esperanza de vida más en una utopía que en otra cosa.
Es allí, donde el fulgor del astro rey no sólo jamás ha llegado sino que parece haber huído despavorido para siempre, que el Santo Dorado de Géminis hace acto de aparición sometiéndose a un verdadero infierno congelado en tierra... Los pocos sobrevivientes permanecen escondidos en sus casas, mientras los que no han sido tan afortunados yacen desplomados en las calles, mostrando en sus rostros señales de que han sido consumidos por algo que está fuera de la limitada comprensión de sus mentes.
Resignación y muerte, desgarradores lamentos de hombres, niños y mujeres que pueden ser escuchados por quien tenga una percepción más compleja que un simple mortal, condecoran el exquisito escenario del mal...
Mas, cual si fuera el epicentro de todo, una pequeña capilla que se ubica en el centro de aquel maldito poblado adopta el foco principal de la atención, despidiendo una intensa y extremadamente dominante energía negativa ajena completamente al mundo de los vivos...
Saga, para ti, esas ánforas hubiesen sido mejor perderlas que encontrarlas...
Pagarás el precio por tu intromisión en los planes del Verdadero Emperador...