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GENO

EL TIO PHIL

Aún recuerdo la noche en la que el tío Phil llegó a casa como si hubiera sido ayer mismo. Aseguraba ser pariente lejano por parte de mi padre aunque éste hubiera jurado que nunca había oído hablar de él. Aún así le acogimos en nuestro hogar como si de un ser querido se tratase. Aunque no vivíamos en un PALACIO, mamá y yo le preparamos la habitación de invitados mientras la LUNA iluminaba la estancia con un brillo especial, decorando el cuarto con extrañas SOMBRAS procedentes de las ramas del MANZANO que había en el jardín..

  • ¡Que raro!—musitó mamá—me ha parecido oír una especie de AULLIDOS… muy extraños… parecían saludar a alguien…

A la hora de la cena, el tío Phil sacó regalos para todos de su enorme BAÚL: un LIBRO antiguo para papá, que llevaba mucho tiempo buscándolo (pero ¿cómo podría él haberlo sabido?); un COLLAR DE PERLAS para mamá; un FAROL para Jamie, por si se iba de acampada; y para mí un LIENZO y un CABALLETE que acepté con la firme promesa de que el primer CUADRO que pintara sería para él (¿podría haber conocido el tío Phil de alguna manera mi afición a la pintura?) Además, un gran ramo de VIOLETAS que mamá puso en AGUA rápidamente y que decoró nuestro salón durante la temporada en la que tío Phil vivió con nosotros (¿será posible que aguantaran tanto tiempo sin marchitarse?). No es que fuera un gran BANQUETE pero el pastel de CALABAZA de mamá me supo como nunca aquella noche...

También recuerdo el impacto que me causó ver de qué manera había decorado la habitación en la que se alojaba: cortinas de TERCIOPELO, un grandioso CANDELABRO de plata y una estupenda colección de PLUMAS, con ejemplares de aves de las que nunca había oído hablar.

Pero lo que realmente me dejó marcada de aquella visita fueron las historias que tío Phil solía contarnos en las noches de TORMENTA, que fueron muchas, mientras nos calentábamos al FUEGO de la chimenea. Siempre aparecía elegantemente vestido con su BATÍN DE SEDA CHINA en color AMARILLO y empezaba a relatar aquellas aventuras en las que nunca faltaban MURCIELAGOS, GATOS NEGROS, FANTASMAS, GATOS BLANCOS y GRITOS ESPELUZNANTES que, en ocasiones, él realizaba provocando en mi hermano Jaime y en mí un efecto aterrador.

Desde entonces, ninguna PELÍCULA de terror me causa la misma sensación, por muy moderno y perfeccionado que sea el CINE que la que me llegó a causar el extraño tío Phil, que un día desapareció para nunca volver…

 BERTHA

 ALGUNOS CASOS EN HALLOWEEN

En una pueblo remoto de Europa, donde hay cosas que pasan que no
tienen explicación y las historias son legendarias, por generaciones
contadas, una historia os voy a contar, que pasa de padres a hijos y a
si sucesivamente, es algo que hacemos siempre instintivamente, pues
es algo familiar?
Se acercaban la fecha de Halloween que en nuestros pueblo se celebra
siempre, nunca se dejo de hacer, pues era una tradición de cientos de
generaciones y nunca se pensó en dejarla de hacer, pues el temor de no
celebrar la era algo inexplicable e impensable?
A y va la historia:
Hace muchos, muchos años, el primer caso extraño, fue en el Farol del
puerto, se apago en plena noche solo unos minutos, pero fue suficiente
para que un pequeño barco chocara, pero casi sin consecuencia, la
mayoría de personas no les dio importancia y pensaron que era algo
inusual, pero el caso paso inadvertido; años más tarde fue en un
Banquete de boda que se celebro por estas fechas, se prendió Fuego a
uno de los Lienzos y lo apagaron con el Agua de un jarrón de Violetas
que adornaba la mesa principal, allí solo se asustaron los asistentes
de ella; el siguiente fue, de unos niños disfrazado para la ocasión,
uno de ellos aterrorizado nos conto lo que les sucedió, era una noche
de Luna como tantas otras, pero en una de estas calles sombrías, que
debían de pasar de casa a casa, pues solo en cada una de ellas la
única luz que había eran las Calabazas que en ellas iluminaban,
escucharon un Grito Espeluznante y tras de ella una Sobras extrañas
para ellos, nuestro bisabuelo que iba con su hijo pequeño, los escucho
y fue corriendo hacia ellos, que tenían un ataque de pánico.
Otro caso fue el de nuestra casa de campo a las afueras del pueblo,
tenemos una casita rural en la que han vivida siempre nuestros
familiares por generaciones, uno de esos años, no paso otro caso
insólito, éramos varios los que allí estábamos, abuel@s, padres,
hijo@s, sobrin@s, cuñad@s y amigos, la abuela materna, cosiendo unos
peucos de Terciopelo Amarillo, para uno de sus bisnietos, el abuelo
paterno con un Libro en sus manos enfrascado en él, nuestra madre,
reparando su Collar de Perlas, que días antes habíamos roto si querer,
nuestro tío sentado el uno de los Caballetes del salón y la tía, allí
también con su Batín de Seda China, que se ponía para estar mas cómoda
y los mas jóvenes en otra sala mirando una Película de terror/
suspense, de Fantasmas, Aullidos y Murciélagos, que nos tenía en alerta
en cada momento, a nuestro lado inmóvil, nuestro Gato Blanco de Angora
que siempre está cerca de nosotros, que sin que se le moviera un solo
pelo por nuestros grito de espanto allí estaba, por otros lado
durmiendo a pierna suelta con sus almohadones de Plumas que por toda la
casa había, en alguno de los cuartos superiores de la vivienda, se
movió toda la casa como si de un terremoto la sacudiera, en este
traqueteo se cayeron lámparas, Candelabros, fundiéndose con una
explosión las bombillas de estas, se movieron casi todos los muebles y
cuadros, los dormilones de la parte superior, bajaron corriendo las
escaleras de dos en dos y de tres en tres, la TV y el Video de paro
inmediatamente y todo se quedo a oscuras, todos gritamos en ese
momento, por no saber que sucedía en el exterior, mi padre solio a ver
que pasaba, al abrir la puesta, vio una Tormenta descomunal, tan
grande era la Tormenta que los rayos rompieron un Manzano centenarios y
hasta un palo de esos electricidad que estaban en el suelo, algunos de
nosotros nos fuimos a coger nuestras linternas, otro velas para
alumbrar nos allí, el Abuelo saco su Radio que iba a pilas, a ver que
contaban que había sucedido en el pueblo y sus alrededores, pues aquí
ya lo estábamos viviendo en vivo y en directo, en él, no escuchamos
nada del otro mundo, si noticias de todo tipo, pero nada del incidente
que en nuestra casa nos sucedía, algo raro he insólito, pues no
estábamos tan alejados de ellos, solo a unos kilómetros del pueblo,
desde ese día no dejamos  de celebrar estas fechas, por si acaso.
Vosotros pensareis:
¿pero si eras solo una Tormenta?
Si una Tormenta, pero algo extraña e insólita y también desagradable,
tardaron varios días en reparar el tendido electrónico y algo mas paso
por aquí, nuestro gato blanco, era ahora un Gato Negro, algo que no
supimos explicar por más que quisiéramos.
Y el que ahora os relato fue en el Cine, cerca del Palacio que tenemos
de deportes del pueblo, donde jugábamos siempre a todo tipo de
deportes y nos lo pasamos también, en el cine se nos para todo, las
luces, la película, vamos estábamos a oscuras y nos hicieron salir a
todos de allí, nos contaron que se empezó a quemar el rollo de la
película sin más, ese día no solían abrir los cines, pues era un día
para disfrazarse y salir a las calle, pero no sé porque, ese día
abrieron, después de eso nunca más lo hicieron.
A si seguiría horas y horas contando mil y una historias, unas cortas
y otras más largas, unas más extrañas que otras, pero por eso nos hizo
pesar que en nuestro pueblo siempre habían pasado y pasaran casos
insólitos y extraños.

 CHEMA

 En una tarde de verano, unos niños estaban jugando al fútbol en el campo.

–¡Centra aquí, Víctor, que remato!

–¡Para ti, Jorge!

Jorge disparó el balón muy alto y se enganchó entre las hojas de un manzano*. Fueron corriendo a recogerlo, sacudiendo el árbol.

–¡Qué malo eres, Jorge, tío! –le regañaron los de su equipo–.

–¡Tenemos que sacar de puerta, pasad! –dijeron los del equipo contrario–.

El juego se reanudó, y en una nueva jugada, Jorge volvió a ofrecerse para tirar a puerta:

–¡Aquí, aquí, pasa!

–¡Toma, pero no falles esta vez!

Y lanzó un disparo aún más alto y más fuerte que el anterior. El balón fue a colarse por una ventana con el cristal roto de una gran casa que llevaba en ruinas muchos años. En el pueblo se decía que era un palacio* en el que había vivido una familia noble, y que había sido abandonado.

–¡Jorge, eres un paquete! ¿Qué hacemos ahora? –se lamentó su compañero de equipo Víctor–.

–Hoy no estoy teniendo buena puntería, ¿qué quieres que haga? Anda, acompáñame a ver si podemos recuperar el balón.

Se dirigieron hacia la casa abandonada, y por la ventana por la que había entrado el balón salió un gato negro*. Sus ojos brillaban, pues la luz del día empezaba a ser escasa. Ya se estaba poniendo el sol, y entre las montañas empezaba a asomar tímidamente la luna*.

–¡Un gato negro, eso trae mala suerte! –exclamó Jorge–.

–¡Qué tontería! Eso son supersticiones –repuso Víctor, el más sensato de los dos amigos–. De todos modos no nos va a hacer nada, mira cómo pasa de nosotros.

Así era, el gato saltó hacia fuera y se fue correteando por la pradera. Quizá iba a beber agua* al río, que estaba cerca de allí.

Los niños entraron por la ventana para recuperar su balón, tratando de no cortarse con los cristales rotos. En ese momento un rayo iluminó el cielo, y fue seguido por un estruendoso trueno.

–¡Lo que faltaba, ahora va a caer una tormenta*! –se quejó Víctor–. Bueno, pues los demás se irán a sus casas, y ya seguiremos jugando mañana. ¡Pero el balón tenemos que recuperarlo!

Se encontraban en una habitación que estaba casi a oscuras. La poca iluminación que tenían era gracias a la luz que entraba por la ventana de un farol* que había en el exterior.

–Te–tengo miedo... Lo mismo en esta casa abandonada hay algún fantasma*... Veo algo raro, como unas sombras* –balbuceó Jorge, que era un poco cobardica–.

–¡Son nuestras propias sombras, melón! –replicó Víctor–. ¡Anda, déjate de tonterías y ayúdame a encontrar el balón!

Esa habitación estaba casi vacía. Sólo había un sofá tapizado en terciopelo* –que debido al polvo que tenía acumulado daba dentera tocarlo– y un baúl* de los que se utilizaban antiguamente para llevar los equipajes. Estaba cerrado, con lo cual no cabía la posibilidad de que el balón hubiera caído dentro.

Había una puerta abierta que comunicaba por un pasillo. A los dos amigos se les ocurrió adentrarse por él. Todavía llegaba algo de la luz del exterior. De repente oyeron unos pasos. Un gato blanco* se acercó a paso ligero por el pasillo.

–¡Anda, un gato, qué gracioso! ¡Y es blanco como la nieve, al contrario que el otro que hemos visto antes! –dijo Jorge, al tiempo que le cogía–. ¡Gato lindo, michino! ¡Cuchi–cuchi!

Entonces ese gatito tan angelical cambió totalmente su expresión. Sacó todas sus uñas, soltó un maullido desgarrador mostrando sus largos y afilados colmillos, y sus orejas se pusieron en punta, adoptando un aspecto similar al de un murciélago*. Jorge le soltó rápidamente.

–¿Has visto? ¡¡Casi me come!!

–Eso te pasa por cogerle, ya sabes que los gatos son muy ariscos –dijo Víctor–. Anda, vamos a mirar si el balón está por aquí, que puede haber llegado rodando.

En ese momento se oyeron unos aullidos* lejanos. Jorge se alarmó.

–¿Qué... qué es eso?

–Puede que sea algún animal del bosque –respondió Víctor pensativo–. Se oye muy lejos de todos modos. Vamos, no hay nada que temer.

–Ya, pero de todos modos... Espera.

Entonces Jorge se acercó a una pequeña mesa que había en el pasillo, junto a la puerta de la habitación por la que habían entrado en la casa, y cogió un candelabro* que había allí.

–Por si acaso, para defendernos... Tú ya me entiendes –explicó Jorge a su amigo–.

–Qué cosas tienes... Anda, vamos a entrar a esa habitación que hay al fondo, que tiene la puerta abierta.

La iluminación empezaba a ser demasiado pobre. Entonces Jorge sacó una caja de cerillas que llevaba en el bolsillo y encendió una.

–¿Para qué llevas esas cerillas, tío? ¿Para prender fuego* a algo? –dijo con ironía Víctor–. Anda que como te las pillen tus padres...

–Calla, que las cerillas nos están sacando del apuro. Por cierto, a ver qué hay aquí...

En esa habitación había un caballete* con un lienzo*, en el que se había estado pintando un bodegón que estaba inacabado. Parecía ser un florero con un ramo de violetas*. Pero lo más extraño es que olía a pintura.

–¡La pintura está fresca! –exclamó Jorge, asustado–. ¡¡En esta casa hay alguien!!

–Vas a tener razón –admitió Víctor–. Creo que va a ser mejor que nos vayamos de aquí.

Entonces salieron de esa habitación por donde habían entrado. Jorge encendió una nueva cerilla, y ante ellos apareció una extraña mujer, que al verles se asustó mucho y profirió un grito espeluznante*.

–¿Quiénes sois vosotros, y qué hacéis aquí? –vociferó la mujer–.

–P–pues hemos venido a recuperar un balón que se nos ha perdido... –explicó Víctor, que a pesar de ser el más tranquilo de los dos amigos, no las tenía todas consigo–.

–Por cierto, hemos visto el cuadro* de las violetas... ejem... ¿Es suyo? Le está quedando muy bonito... –intervino Jorge, tratando de apaciguarla–.

Se trataba de una mujer más bien mayor, aunque su edad era difícil de definir. Iba ataviada de una manera un tanto extraña: llevaba un batín de seda china*, unas babuchas de color amarillo* y un collar de perlas*. Y al igual que las brujas de los cuentos, llevaba en su hombro un ave. Era un papagayo con plumas* de muy variados colores, que soltaba pequeños graznidos.

–¡¡Como no salgáis de aquí inmediatamente –amenazó la mujer–, os lanzaré un conjuro de los que vienen en mi libro* de magia negra!! ¡¡Eso si no os meto en la habitación donde tengo a mi león Neronius, para que se dé un banquete*, que está hambriento!!

Los niños salieron corriendo de allí. Rápidamente llegaron a la habitación por la que habían entrado en la casa. Saltaron por la ventana y huyeron de allí.

Entonces oyeron detrás suyo la voz de la mujer, que se asomó por la ventana.

–¡Y tomad esto, que es vuestro! –dijo lanzándoles su balón con fuerza–. ¡No quiero estas porquerías en mi casa!

Lo recogieron y se alejaron de allí, sin entender nada. Se dirigieron a sus casas, pues se acercaba la hora de cenar. Entonces apareció por una esquina una especie de monstruo con una cabeza en forma de calabaza*, profiriendo un gruñido, y los dos amigos gritaron del susto.

–¡Jajaja, qué susto os he dado!

–¡Íñigo! ¡Qué gracioso eres, para sustos estamos! –respondieron–.

Íñigo era uno de los chicos con los que habían estado jugando al fútbol. Tenía una careta con forma de calabaza –pues Halloween estaba próximo–, y con ella les había asustado. Les dijo:

–Veo que habéis encontrado el balón, ¡qué bien! Como empezó a caer una tormenta, nos fuimos a casa, y pensamos que vosotros haríais lo mismo. Menos mal que ha durado poco. Por cierto, mi padre nos va a llevar después de cenar a mis hermanos y a mí al cine*, a ver una película* de terror que dicen que es muy buena. ¿Queréis veniros? ¡Cabemos en el coche!

Los dos amigos se miraron, y Jorge dijo:

–Después de lo que hemos visto esta tarde, no tenemos ganas de ver películas de terror. ¡Si te lo contáramos no te lo creerías!

–¡Anda ya, con la imaginación que sabemos que tú tienes! –respondió Íñigo, riendo–. ¿Qué historia te habrás inventado?.

–No es una historia inventada –intervino Víctor–. Y por cierto, para nuestros partidos de fútbol vamos a tener que buscar otro sitio, a ser posible lejos de la casa abandonada. Algún día te explicaremos por qué.

 RIESGHO

 EMMA EN UNA TRANQUILA VELADA

Hacía ya una hora que Emma había decidido no acompañar a su abuela y a
su madre al CINE. El argumento de la PELÍCULA no terminó de atraerla
lo suficiente como para hacerla salir en una noche tan lluviosa.
Hacia unos días que se habían mudado momentáneamente a aquella casa de
las afueras. La abuela era la que peor llevaba el cambio, así que
tenían que recordarle a menudo  que aquello era algo pasajero, dos o
tres meses a lo sumo, mientras se realizaban las oportunas reformas y
reparaciones para que  el viejo CASTILLO volviese a ser habitable. En
realidad, no sabía porque su abuela se quejaba tanto. La casita era
pequeña pero muy acogedora. Cada una tenía su propio dormitorio e
incluso su propio cuarto de baño. El último inquilino la había dejado
en muy buen estado y ellas se instalaron rápidamente sin hacer ningún
cambio en la decoración. Para que molestarse si en unas cuantas
semanas volverían de nuevo a su dulce hogar.

Le encantaba tumbarse en la cama y escuchar la lluvia caer y el sonar
de los truenos los días de TORMENTA. Así estaba Emma desde hacía un
buen rato, cuando algo le cayó justo en medio de la frente. El pequeño
golpe la dejo tan sorprendida que por un momento no supo reaccionar y
se quedó expectante, sin saber que podía haber sido. Al levantar la
vista hacia el techo, se encontró con una gran mancha de humedad.
Justo en ese momento vio como una gota de AGUA volvía a caerle en la
cara. ¡No podía creer que en aquella casa hubiera goteras!

Fue a la cocina para coger la llave del desván. No entendía porque esa
habitación estaba cerrada cuando no contenía nada valioso, tan solo
trastos viejos y cosas en desuso.
Subió las escaleras, no sin antes apartar cariñosamente al GATO NEGRO
que dormitaba justo en el tercer escalón. Metió la llave en la
cerradura y empujó suavemente la puerta que rechinó con fuerza,
recordando a Emma que aquella buhardilla llevaba cerrada mucho tiempo.
Ellas tres no habían sentido la necesidad de subir allí arriba. El
casero les había recordado que aquel desván necesitaba una gran
limpieza, y ninguna de ellas estaba dispuesta a perder ni un minuto de
su vida en hacerla. Pronto volverían a su verdadera casa.

Hace tres siglos, aquel hubiera sido su lugar favorito. Por aquel
entonces el castillo quedaba cerca de un pequeño PALACIO, donde sus
dueños  celebraban aquellas bonitas fiestas con BANQUETE y baile
incluido. Ella nunca había sido invitada, pero siempre espiaba las
fiestas desde el  alto ventanuco de su viejo desván.  Que lejos
quedaban aquellos años en los que se refugiaba en aquella habitación
para  leer algún nuevo LIBRO de hechizos o donde simplemente subía
para dejar volar su imaginación.

Unos AULLIDOS la hicieron volver a la realidad, al presente.  El perro
del vecino se ponía nervioso los días de LUNA llena. Se sonrió al
pensar  que la mascota se parecía un poco al lunático de su dueño.

El desván estaba muy oscuro, no sabía muy bien donde podía estar la
llave de la luz. Palpando por la pared, encontró el interruptor. Al
segundo, una pequeña lámpara de techo, que simulaba un antiguo FAROL,
iluminó tenuemente la estancia. En ese momento, Emma notó que algo le
rozaba el pelo, y no pudo reprimir el impulso de soltar un GRITO
ESPELUZNANTE. Nada más hacerlo, se sintió tan estúpida… como podía
asustarla un pequeño e insignificante MURCIÉLAGO. Quizás la sensación
de estar sola en casa  y el ruido de los truenos, fueran los causantes
de que se encontrara un poco asustadiza y nerviosa. Ella no solía ser
así.

No podía imaginar que aquella habitación estuviera tan repleta de
cosas. Todo estaba cubierto por una densa capa de polvo. Se podía
adivinar la silueta de algunos muebles viejos tapados con apolilladas
sabanas que difícilmente podían servir ya de protección. Retiró con
sumo cuidado todas ellas, pero ni con esas consiguió, que una densa
nube de polvo inundase la estancia.
Cuando por fin se disipó el polvo, examinó los muebles que habían
quedado al descubierto: un ennegrecido CANDELABRO de plata posado
sobre una mesilla de noche a la que le faltaba media pata, un precioso
pero viejo BAÚL AMARILLO con herrajes de forja, un par de
destartaladas sillas cuyo tapizado de TERCIOPELO habían perdido hacia
ya mucho su color original y un espejo de pie con la luna un poco
cuarteada.

En una esquina, atisbó a ver apilados dos o tres LIENZOS en blanco.
Justo a su lado, y sobre un CABALLETE, había un CUADRO con el retrato
de una dama cuyos ojos parecían mirarla fijamente. Un escalofrío
recorrió la espalda de Emma, aunque ella lo justificó debido a la gran
humedad que había y que incluso podía olerse.  La joven de la pintura
parecía misteriosamente disfrazada. Llevaba un BATÍN DE SEDA CHINA y
su rostro estaba cubierto por un extraño antifaz de PLUMAS. En su
cuello lucia un precioso COLLAR DE PERLAS. EL pintor había logrado tal
realismo, que la mujer parecía seguirla con la mirada. Aquello la
turbaba un poco, se sentía observada y empezaba a no encontrarse
cómoda en aquel lugar. De repente la pila de polvorientos libros que
estaba sobre un viejo armario, se precipitó al suelo. Esta vez, el
miedo se apoderó de ella y por un momento le pareció ver moverse algo
entre las sombras. ¿Sería un FANTASMA? A Emma empezaron a flaquearle
las piernas y eso que a ella era difícil amedrentarla. La mujer del
cuadro seguía mirándola con sus intrigantes ojos, y para colmo, justo
desde allí, algo le salto precipitadamente al cuello. Era un GATO
BLANCO. ¿De dónde había salido ese misterioso minino?
Cuando su pulso fue recuperando su ritmo normal, se dio cuenta de que
no era blanco, sino que era su precioso gato negro pero manchado de
polvo.
El gato, había subido justo detrás de ella las escaleras y había
estado haciéndole compañía todo el rato que había permanecido en el
desván.

Emma estaba indignada consigo misma por haber tenido miedo en su
propia casa. Con la de cosas que le habían pasado a lo largo de su
vida, no era el momento ni el lugar para ponerse en plan nenaza. Ella
era valiente por naturaleza, ¡por dios! si ella era una bruja.

Después de tanto tiempo perdido allá arriba, volvió a centrase en lo
que había subido a buscar. Una fugaz ojeada a la cubierta, le valió
para ver que la pequeña ventana del techo tenía el cristal roto por
culpa de una de las ramas del gran MANZANO que tenían en el jardín.
Cubrió el agujero con unos plásticos protegiéndolo así de la lluvia
que caía afuera.

Emma volvió a descender por la escalera. Justo cuando llegó de nuevo a
su habitación, un intenso olor a quemado la volvió a poner en alerta.
En ese momento sonó el timbre de la puerta. Corrió hacia la cocina y
sus sospechas se hicieron realidad. El pastel de CALABAZA que mamá
había dejado al FUEGO se había chamuscado. Adiós cena. Su tranquila
noche no podía ir peor.

El timbre volvió a sonar repetidamente. La persona que estaba en el
porche estaba impacientándose y no hacía más que acrecentar el
malestar y nerviosismo que llevaba apoderándose de ella toda la noche.

Se dirigió a la puerta, mientras que en su cabeza se repetía que nada
había salido como tenía que ser, que la noche debería de haber sido
una velada tranquila cerca del fuego y saboreando una buena cena.

Abrió la puerta y ¡¡¡sorpresa!!! Allí de pie, con el pelo todo mojado
y la ropa empapada,  estaba Hans, su Hans, sosteniendo en su mano un
ramito de VIOLETAS, aquellas que tanto le gustaban a ella.

Estaba horrible, llena de polvo, mojada y olía a chamusquina, sabía
que debería de sentirse mal por recibirle de aquella forma, pero por
el contrario, Emma estaba feliz,  porque tenía delante a su chico y
eso  la hacía sentirse protegida y de mucho mejor humor.

Por fin parecía que la noche empezaba a animarse.

 
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