GENO
EL TIO PHIL
Aún recuerdo la noche en la que el tío Phil llegó a casa como si hubiera sido ayer mismo. Aseguraba ser pariente lejano por parte de mi padre aunque éste hubiera jurado que nunca había oído hablar de él. Aún así le acogimos en nuestro hogar como si de un ser querido se tratase. Aunque no vivíamos en un PALACIO, mamá y yo le preparamos la habitación de invitados mientras la LUNA iluminaba la estancia con un brillo especial, decorando el cuarto con extrañas SOMBRAS procedentes de las ramas del MANZANO que había en el jardín..
- ¡Que raro!—musitó mamá—me ha parecido oír una especie de AULLIDOS… muy extraños… parecían saludar a alguien…
A la hora de la cena, el tío Phil sacó regalos para todos de su enorme BAÚL: un LIBRO antiguo para papá, que llevaba mucho tiempo buscándolo (pero ¿cómo podría él haberlo sabido?); un COLLAR DE PERLAS para mamá; un FAROL para Jamie, por si se iba de acampada; y para mí un LIENZO y un CABALLETE que acepté con la firme promesa de que el primer CUADRO que pintara sería para él (¿podría haber conocido el tío Phil de alguna manera mi afición a la pintura?) Además, un gran ramo de VIOLETAS que mamá puso en AGUA rápidamente y que decoró nuestro salón durante la temporada en la que tío Phil vivió con nosotros (¿será posible que aguantaran tanto tiempo sin marchitarse?). No es que fuera un gran BANQUETE pero el pastel de CALABAZA de mamá me supo como nunca aquella noche...
También recuerdo el impacto que me causó ver de qué manera había decorado la habitación en la que se alojaba: cortinas de TERCIOPELO, un grandioso CANDELABRO de plata y una estupenda colección de PLUMAS, con ejemplares de aves de las que nunca había oído hablar.
Pero lo que realmente me dejó marcada de aquella visita fueron las historias que tío Phil solía contarnos en las noches de TORMENTA, que fueron muchas, mientras nos calentábamos al FUEGO de la chimenea. Siempre aparecía elegantemente vestido con su BATÍN DE SEDA CHINA en color AMARILLO y empezaba a relatar aquellas aventuras en las que nunca faltaban MURCIELAGOS, GATOS NEGROS, FANTASMAS, GATOS BLANCOS y GRITOS ESPELUZNANTES que, en ocasiones, él realizaba provocando en mi hermano Jaime y en mí un efecto aterrador.
Desde entonces, ninguna PELÍCULA de terror me causa la misma sensación, por muy moderno y perfeccionado que sea el CINE que la que me llegó a causar el extraño tío Phil, que un día desapareció para nunca volver…
BERTHA
ALGUNOS CASOS EN HALLOWEEN
En una pueblo remoto de Europa, donde hay cosas que pasan que no tienen explicación y las historias son legendarias, por generaciones contadas, una historia os voy a contar, que pasa de padres a hijos y a si sucesivamente, es algo que hacemos siempre instintivamente, pues es algo familiar? Se acercaban la fecha de Halloween que en nuestros pueblo se celebra siempre, nunca se dejo de hacer, pues era una tradición de cientos de generaciones y nunca se pensó en dejarla de hacer, pues el temor de no celebrar la era algo inexplicable e impensable? A y va la historia: Hace muchos, muchos años, el primer caso extraño, fue en el Farol del puerto, se apago en plena noche solo unos minutos, pero fue suficiente para que un pequeño barco chocara, pero casi sin consecuencia, la mayoría de personas no les dio importancia y pensaron que era algo inusual, pero el caso paso inadvertido; años más tarde fue en un Banquete de boda que se celebro por estas fechas, se prendió Fuego a uno de los Lienzos y lo apagaron con el Agua de un jarrón de Violetas que adornaba la mesa principal, allí solo se asustaron los asistentes de ella; el siguiente fue, de unos niños disfrazado para la ocasión, uno de ellos aterrorizado nos conto lo que les sucedió, era una noche de Luna como tantas otras, pero en una de estas calles sombrías, que debían de pasar de casa a casa, pues solo en cada una de ellas la única luz que había eran las Calabazas que en ellas iluminaban, escucharon un Grito Espeluznante y tras de ella una Sobras extrañas para ellos, nuestro bisabuelo que iba con su hijo pequeño, los escucho y fue corriendo hacia ellos, que tenían un ataque de pánico. Otro caso fue el de nuestra casa de campo a las afueras del pueblo, tenemos una casita rural en la que han vivida siempre nuestros familiares por generaciones, uno de esos años, no paso otro caso insólito, éramos varios los que allí estábamos, abuel@s, padres, hijo@s, sobrin@s, cuñad@s y amigos, la abuela materna, cosiendo unos peucos de Terciopelo Amarillo, para uno de sus bisnietos, el abuelo paterno con un Libro en sus manos enfrascado en él, nuestra madre, reparando su Collar de Perlas, que días antes habíamos roto si querer, nuestro tío sentado el uno de los Caballetes del salón y la tía, allí también con su Batín de Seda China, que se ponía para estar mas cómoda y los mas jóvenes en otra sala mirando una Película de terror/ suspense, de Fantasmas, Aullidos y Murciélagos, que nos tenía en alerta en cada momento, a nuestro lado inmóvil, nuestro Gato Blanco de Angora que siempre está cerca de nosotros, que sin que se le moviera un solo pelo por nuestros grito de espanto allí estaba, por otros lado durmiendo a pierna suelta con sus almohadones de Plumas que por toda la casa había, en alguno de los cuartos superiores de la vivienda, se movió toda la casa como si de un terremoto la sacudiera, en este traqueteo se cayeron lámparas, Candelabros, fundiéndose con una explosión las bombillas de estas, se movieron casi todos los muebles y cuadros, los dormilones de la parte superior, bajaron corriendo las escaleras de dos en dos y de tres en tres, la TV y el Video de paro inmediatamente y todo se quedo a oscuras, todos gritamos en ese momento, por no saber que sucedía en el exterior, mi padre solio a ver que pasaba, al abrir la puesta, vio una Tormenta descomunal, tan grande era la Tormenta que los rayos rompieron un Manzano centenarios y hasta un palo de esos electricidad que estaban en el suelo, algunos de nosotros nos fuimos a coger nuestras linternas, otro velas para alumbrar nos allí, el Abuelo saco su Radio que iba a pilas, a ver que contaban que había sucedido en el pueblo y sus alrededores, pues aquí ya lo estábamos viviendo en vivo y en directo, en él, no escuchamos nada del otro mundo, si noticias de todo tipo, pero nada del incidente que en nuestra casa nos sucedía, algo raro he insólito, pues no estábamos tan alejados de ellos, solo a unos kilómetros del pueblo, desde ese día no dejamos de celebrar estas fechas, por si acaso. Vosotros pensareis: ¿pero si eras solo una Tormenta? Si una Tormenta, pero algo extraña e insólita y también desagradable, tardaron varios días en reparar el tendido electrónico y algo mas paso por aquí, nuestro gato blanco, era ahora un Gato Negro, algo que no supimos explicar por más que quisiéramos. Y el que ahora os relato fue en el Cine, cerca del Palacio que tenemos de deportes del pueblo, donde jugábamos siempre a todo tipo de deportes y nos lo pasamos también, en el cine se nos para todo, las luces, la película, vamos estábamos a oscuras y nos hicieron salir a todos de allí, nos contaron que se empezó a quemar el rollo de la película sin más, ese día no solían abrir los cines, pues era un día para disfrazarse y salir a las calle, pero no sé porque, ese día abrieron, después de eso nunca más lo hicieron. A si seguiría horas y horas contando mil y una historias, unas cortas y otras más largas, unas más extrañas que otras, pero por eso nos hizo pesar que en nuestro pueblo siempre habían pasado y pasaran casos insólitos y extraños.
CHEMA
En una tarde de verano, unos niños estaban jugando al fútbol en el campo.
–¡Centra aquí, Víctor, que remato!
–¡Para ti, Jorge!
Jorge disparó el balón muy alto y se enganchó entre las hojas de un manzano*. Fueron corriendo a recogerlo, sacudiendo el árbol.
–¡Qué malo eres, Jorge, tío! –le regañaron los de su equipo–.
–¡Tenemos que sacar de puerta, pasad! –dijeron los del equipo contrario–.
El juego se reanudó, y en una nueva jugada, Jorge volvió a ofrecerse para tirar a puerta:
–¡Aquí, aquí, pasa!
–¡Toma, pero no falles esta vez!
Y lanzó un disparo aún más alto y más fuerte que el anterior. El balón fue a colarse por una ventana con el cristal roto de una gran casa que llevaba en ruinas muchos años. En el pueblo se decía que era un palacio* en el que había vivido una familia noble, y que había sido abandonado.
–¡Jorge, eres un paquete! ¿Qué hacemos ahora? –se lamentó su compañero de equipo Víctor–.
–Hoy no estoy teniendo buena puntería, ¿qué quieres que haga? Anda, acompáñame a ver si podemos recuperar el balón.
Se dirigieron hacia la casa abandonada, y por la ventana por la que había entrado el balón salió un gato negro*. Sus ojos brillaban, pues la luz del día empezaba a ser escasa. Ya se estaba poniendo el sol, y entre las montañas empezaba a asomar tímidamente la luna*.
–¡Un gato negro, eso trae mala suerte! –exclamó Jorge–.
–¡Qué tontería! Eso son supersticiones –repuso Víctor, el más sensato de los dos amigos–. De todos modos no nos va a hacer nada, mira cómo pasa de nosotros.
Así era, el gato saltó hacia fuera y se fue correteando por la pradera. Quizá iba a beber agua* al río, que estaba cerca de allí.
Los niños entraron por la ventana para recuperar su balón, tratando de no cortarse con los cristales rotos. En ese momento un rayo iluminó el cielo, y fue seguido por un estruendoso trueno.
–¡Lo que faltaba, ahora va a caer una tormenta*! –se quejó Víctor–. Bueno, pues los demás se irán a sus casas, y ya seguiremos jugando mañana. ¡Pero el balón tenemos que recuperarlo!
Se encontraban en una habitación que estaba casi a oscuras. La poca iluminación que tenían era gracias a la luz que entraba por la ventana de un farol* que había en el exterior.
–Te–tengo miedo... Lo mismo en esta casa abandonada hay algún fantasma*... Veo algo raro, como unas sombras* –balbuceó Jorge, que era un poco cobardica–.
–¡Son nuestras propias sombras, melón! –replicó Víctor–. ¡Anda, déjate de tonterías y ayúdame a encontrar el balón!
Esa habitación estaba casi vacía. Sólo había un sofá tapizado en terciopelo* –que debido al polvo que tenía acumulado daba dentera tocarlo– y un baúl* de los que se utilizaban antiguamente para llevar los equipajes. Estaba cerrado, con lo cual no cabía la posibilidad de que el balón hubiera caído dentro.
Había una puerta abierta que comunicaba por un pasillo. A los dos amigos se les ocurrió adentrarse por él. Todavía llegaba algo de la luz del exterior. De repente oyeron unos pasos. Un gato blanco* se acercó a paso ligero por el pasillo.
–¡Anda, un gato, qué gracioso! ¡Y es blanco como la nieve, al contrario que el otro que hemos visto antes! –dijo Jorge, al tiempo que le cogía–. ¡Gato lindo, michino! ¡Cuchi–cuchi!
Entonces ese gatito tan angelical cambió totalmente su expresión. Sacó todas sus uñas, soltó un maullido desgarrador mostrando sus largos y afilados colmillos, y sus orejas se pusieron en punta, adoptando un aspecto similar al de un murciélago*. Jorge le soltó rápidamente.
–¿Has visto? ¡¡Casi me come!!
–Eso te pasa por cogerle, ya sabes que los gatos son muy ariscos –dijo Víctor–. Anda, vamos a mirar si el balón está por aquí, que puede haber llegado rodando.
En ese momento se oyeron unos aullidos* lejanos. Jorge se alarmó.
–¿Qué... qué es eso?
–Puede que sea algún animal del bosque –respondió Víctor pensativo–. Se oye muy lejos de todos modos. Vamos, no hay nada que temer.
–Ya, pero de todos modos... Espera.
Entonces Jorge se acercó a una pequeña mesa que había en el pasillo, junto a la puerta de la habitación por la que habían entrado en la casa, y cogió un candelabro* que había allí.
–Por si acaso, para defendernos... Tú ya me entiendes –explicó Jorge a su amigo–.
–Qué cosas tienes... Anda, vamos a entrar a esa habitación que hay al fondo, que tiene la puerta abierta.
La iluminación empezaba a ser demasiado pobre. Entonces Jorge sacó una caja de cerillas que llevaba en el bolsillo y encendió una.
–¿Para qué llevas esas cerillas, tío? ¿Para prender fuego* a algo? –dijo con ironía Víctor–. Anda que como te las pillen tus padres...
–Calla, que las cerillas nos están sacando del apuro. Por cierto, a ver qué hay aquí...
En esa habitación había un caballete* con un lienzo*, en el que se había estado pintando un bodegón que estaba inacabado. Parecía ser un florero con un ramo de violetas*. Pero lo más extraño es que olía a pintura.
–¡La pintura está fresca! –exclamó Jorge, asustado–. ¡¡En esta casa hay alguien!!
–Vas a tener razón –admitió Víctor–. Creo que va a ser mejor que nos vayamos de aquí.
Entonces salieron de esa habitación por donde habían entrado. Jorge encendió una nueva cerilla, y ante ellos apareció una extraña mujer, que al verles se asustó mucho y profirió un grito espeluznante*.
–¿Quiénes sois vosotros, y qué hacéis aquí? –vociferó la mujer–.
–P–pues hemos venido a recuperar un balón que se nos ha perdido... –explicó Víctor, que a pesar de ser el más tranquilo de los dos amigos, no las tenía todas consigo–.
–Por cierto, hemos visto el cuadro* de las violetas... ejem... ¿Es suyo? Le está quedando muy bonito... –intervino Jorge, tratando de apaciguarla–.
Se trataba de una mujer más bien mayor, aunque su edad era difícil de definir. Iba ataviada de una manera un tanto extraña: llevaba un batín de seda china*, unas babuchas de color amarillo* y un collar de perlas*. Y al igual que las brujas de los cuentos, llevaba en su hombro un ave. Era un papagayo con plumas* de muy variados colores, que soltaba pequeños graznidos.
–¡¡Como no salgáis de aquí inmediatamente –amenazó la mujer–, os lanzaré un conjuro de los que vienen en mi libro* de magia negra!! ¡¡Eso si no os meto en la habitación donde tengo a mi león Neronius, para que se dé un banquete*, que está hambriento!!
Los niños salieron corriendo de allí. Rápidamente llegaron a la habitación por la que habían entrado en la casa. Saltaron por la ventana y huyeron de allí.
Entonces oyeron detrás suyo la voz de la mujer, que se asomó por la ventana.
–¡Y tomad esto, que es vuestro! –dijo lanzándoles su balón con fuerza–. ¡No quiero estas porquerías en mi casa!
Lo recogieron y se alejaron de allí, sin entender nada. Se dirigieron a sus casas, pues se acercaba la hora de cenar. Entonces apareció por una esquina una especie de monstruo con una cabeza en forma de calabaza*, profiriendo un gruñido, y los dos amigos gritaron del susto.
–¡Jajaja, qué susto os he dado!
–¡Íñigo! ¡Qué gracioso eres, para sustos estamos! –respondieron–.
Íñigo era uno de los chicos con los que habían estado jugando al fútbol. Tenía una careta con forma de calabaza –pues Halloween estaba próximo–, y con ella les había asustado. Les dijo:
–Veo que habéis encontrado el balón, ¡qué bien! Como empezó a caer una tormenta, nos fuimos a casa, y pensamos que vosotros haríais lo mismo. Menos mal que ha durado poco. Por cierto, mi padre nos va a llevar después de cenar a mis hermanos y a mí al cine*, a ver una película* de terror que dicen que es muy buena. ¿Queréis veniros? ¡Cabemos en el coche!
Los dos amigos se miraron, y Jorge dijo:
–Después de lo que hemos visto esta tarde, no tenemos ganas de ver películas de terror. ¡Si te lo contáramos no te lo creerías!
–¡Anda ya, con la imaginación que sabemos que tú tienes! –respondió Íñigo, riendo–. ¿Qué historia te habrás inventado?.
–No es una historia inventada –intervino Víctor–. Y por cierto, para nuestros partidos de fútbol vamos a tener que buscar otro sitio, a ser posible lejos de la casa abandonada. Algún día te explicaremos por qué.
RIESGHO
EMMA EN UNA TRANQUILA VELADA
Hacía ya una hora que Emma había decidido no acompañar a su abuela y a su madre al CINE. El argumento de la PELÍCULA no terminó de atraerla lo suficiente como para hacerla salir en una noche tan lluviosa. Hacia unos días que se habían mudado momentáneamente a aquella casa de las afueras. La abuela era la que peor llevaba el cambio, así que tenían que recordarle a menudo que aquello era algo pasajero, dos o tres meses a lo sumo, mientras se realizaban las oportunas reformas y reparaciones para que el viejo CASTILLO volviese a ser habitable. En realidad, no sabía porque su abuela se quejaba tanto. La casita era pequeña pero muy acogedora. Cada una tenía su propio dormitorio e incluso su propio cuarto de baño. El último inquilino la había dejado en muy buen estado y ellas se instalaron rápidamente sin hacer ningún cambio en la decoración. Para que molestarse si en unas cuantas semanas volverían de nuevo a su dulce hogar.
Le encantaba tumbarse en la cama y escuchar la lluvia caer y el sonar de los truenos los días de TORMENTA. Así estaba Emma desde hacía un buen rato, cuando algo le cayó justo en medio de la frente. El pequeño golpe la dejo tan sorprendida que por un momento no supo reaccionar y se quedó expectante, sin saber que podía haber sido. Al levantar la vista hacia el techo, se encontró con una gran mancha de humedad. Justo en ese momento vio como una gota de AGUA volvía a caerle en la cara. ¡No podía creer que en aquella casa hubiera goteras!
Fue a la cocina para coger la llave del desván. No entendía porque esa habitación estaba cerrada cuando no contenía nada valioso, tan solo trastos viejos y cosas en desuso. Subió las escaleras, no sin antes apartar cariñosamente al GATO NEGRO que dormitaba justo en el tercer escalón. Metió la llave en la cerradura y empujó suavemente la puerta que rechinó con fuerza, recordando a Emma que aquella buhardilla llevaba cerrada mucho tiempo. Ellas tres no habían sentido la necesidad de subir allí arriba. El casero les había recordado que aquel desván necesitaba una gran limpieza, y ninguna de ellas estaba dispuesta a perder ni un minuto de su vida en hacerla. Pronto volverían a su verdadera casa.
Hace tres siglos, aquel hubiera sido su lugar favorito. Por aquel entonces el castillo quedaba cerca de un pequeño PALACIO, donde sus dueños celebraban aquellas bonitas fiestas con BANQUETE y baile incluido. Ella nunca había sido invitada, pero siempre espiaba las fiestas desde el alto ventanuco de su viejo desván. Que lejos quedaban aquellos años en los que se refugiaba en aquella habitación para leer algún nuevo LIBRO de hechizos o donde simplemente subía para dejar volar su imaginación.
Unos AULLIDOS la hicieron volver a la realidad, al presente. El perro del vecino se ponía nervioso los días de LUNA llena. Se sonrió al pensar que la mascota se parecía un poco al lunático de su dueño.
El desván estaba muy oscuro, no sabía muy bien donde podía estar la llave de la luz. Palpando por la pared, encontró el interruptor. Al segundo, una pequeña lámpara de techo, que simulaba un antiguo FAROL, iluminó tenuemente la estancia. En ese momento, Emma notó que algo le rozaba el pelo, y no pudo reprimir el impulso de soltar un GRITO ESPELUZNANTE. Nada más hacerlo, se sintió tan estúpida… como podía asustarla un pequeño e insignificante MURCIÉLAGO. Quizás la sensación de estar sola en casa y el ruido de los truenos, fueran los causantes de que se encontrara un poco asustadiza y nerviosa. Ella no solía ser así.
No podía imaginar que aquella habitación estuviera tan repleta de cosas. Todo estaba cubierto por una densa capa de polvo. Se podía adivinar la silueta de algunos muebles viejos tapados con apolilladas sabanas que difícilmente podían servir ya de protección. Retiró con sumo cuidado todas ellas, pero ni con esas consiguió, que una densa nube de polvo inundase la estancia. Cuando por fin se disipó el polvo, examinó los muebles que habían quedado al descubierto: un ennegrecido CANDELABRO de plata posado sobre una mesilla de noche a la que le faltaba media pata, un precioso pero viejo BAÚL AMARILLO con herrajes de forja, un par de destartaladas sillas cuyo tapizado de TERCIOPELO habían perdido hacia ya mucho su color original y un espejo de pie con la luna un poco cuarteada.
En una esquina, atisbó a ver apilados dos o tres LIENZOS en blanco. Justo a su lado, y sobre un CABALLETE, había un CUADRO con el retrato de una dama cuyos ojos parecían mirarla fijamente. Un escalofrío recorrió la espalda de Emma, aunque ella lo justificó debido a la gran humedad que había y que incluso podía olerse. La joven de la pintura parecía misteriosamente disfrazada. Llevaba un BATÍN DE SEDA CHINA y su rostro estaba cubierto por un extraño antifaz de PLUMAS. En su cuello lucia un precioso COLLAR DE PERLAS. EL pintor había logrado tal realismo, que la mujer parecía seguirla con la mirada. Aquello la turbaba un poco, se sentía observada y empezaba a no encontrarse cómoda en aquel lugar. De repente la pila de polvorientos libros que estaba sobre un viejo armario, se precipitó al suelo. Esta vez, el miedo se apoderó de ella y por un momento le pareció ver moverse algo entre las sombras. ¿Sería un FANTASMA? A Emma empezaron a flaquearle las piernas y eso que a ella era difícil amedrentarla. La mujer del cuadro seguía mirándola con sus intrigantes ojos, y para colmo, justo desde allí, algo le salto precipitadamente al cuello. Era un GATO BLANCO. ¿De dónde había salido ese misterioso minino? Cuando su pulso fue recuperando su ritmo normal, se dio cuenta de que no era blanco, sino que era su precioso gato negro pero manchado de polvo. El gato, había subido justo detrás de ella las escaleras y había estado haciéndole compañía todo el rato que había permanecido en el desván.
Emma estaba indignada consigo misma por haber tenido miedo en su propia casa. Con la de cosas que le habían pasado a lo largo de su vida, no era el momento ni el lugar para ponerse en plan nenaza. Ella era valiente por naturaleza, ¡por dios! si ella era una bruja.
Después de tanto tiempo perdido allá arriba, volvió a centrase en lo que había subido a buscar. Una fugaz ojeada a la cubierta, le valió para ver que la pequeña ventana del techo tenía el cristal roto por culpa de una de las ramas del gran MANZANO que tenían en el jardín. Cubrió el agujero con unos plásticos protegiéndolo así de la lluvia que caía afuera.
Emma volvió a descender por la escalera. Justo cuando llegó de nuevo a su habitación, un intenso olor a quemado la volvió a poner en alerta. En ese momento sonó el timbre de la puerta. Corrió hacia la cocina y sus sospechas se hicieron realidad. El pastel de CALABAZA que mamá había dejado al FUEGO se había chamuscado. Adiós cena. Su tranquila noche no podía ir peor.
El timbre volvió a sonar repetidamente. La persona que estaba en el porche estaba impacientándose y no hacía más que acrecentar el malestar y nerviosismo que llevaba apoderándose de ella toda la noche.
Se dirigió a la puerta, mientras que en su cabeza se repetía que nada había salido como tenía que ser, que la noche debería de haber sido una velada tranquila cerca del fuego y saboreando una buena cena.
Abrió la puerta y ¡¡¡sorpresa!!! Allí de pie, con el pelo todo mojado y la ropa empapada, estaba Hans, su Hans, sosteniendo en su mano un ramito de VIOLETAS, aquellas que tanto le gustaban a ella.
Estaba horrible, llena de polvo, mojada y olía a chamusquina, sabía que debería de sentirse mal por recibirle de aquella forma, pero por el contrario, Emma estaba feliz, porque tenía delante a su chico y eso la hacía sentirse protegida y de mucho mejor humor.
Por fin parecía que la noche empezaba a animarse.
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