Una tarde del mes julio había tenido que acercarme al barrio de Atocha a hacer una gestión. Nada más terminar, me disponía a salir de aquel laberinto de calles para encontrar la boca de metro por la que había llegado allí y regresar a casa. En otra época del año quizá me habría quedado un rato paseando por esas calles antiguas de Madrid, pero el calor que hacía no invitaba a ello.
Vi en un paso de cebra a una chica esperando a que no pasaran coches para cruzar. Me fijé en ella y me dije: “Es ella. No hay duda: alta, blanca de piel, pelo castaño, ojos rasgados, labios gruesos... y además recuerdo bien su cara”.
Ese día me encontraba en un estado de ánimo sereno ideal para abordarla. Si me contestaba mal no me afectaría en exceso, y seguramente no tendría más oportunidades de verla. Así que me lancé:
-Esto... Perdona, una pregunta... ¿Tú estuviste estudiando en la escuela de Industriales de la Politécnica, verdad?
-¡Pues sí! ¿Tú también, verdad? ¡Me suena tu cara!
Di un suspiro de alivio por dentro y pensé: “Ha recogido el guante y no me ha hecho sentir ridículo, menos mal”.
-Recuerdo que coincidimos en algunas clases -le expliqué yo-. En 2º de carrera iba a un grupo de tarde. Tú venías a clase de Ampliación de Química y de Métodos Informáticos.
-¡Pues sí, ahora que lo dices, es verdad! ¡Qué buena memoria! -exclamó ella.
-...Y recuerdo que siempre te sentabas delante del todo, en la parte de la izquierda.
-¡Pero bueno, si lo recuerdas mejor que yo misma! Pues sí, justo así era. La verdad es que estuve tres años luchando con asignaturas de 1º y de 2º, pero al final me di cuenta de que no era lo mío y dejé la carrera. Estudié Económicas, y ahora estoy muy contenta.
-Ya me di cuenta de que te habías ido de la escuela, porque no te volví a ver. Cuando estás allí, te da pena que la gente se vaya -le dije, y de inmediato sentí apuro de que se diera cuenta de que la tenía en mi punto de mira como un ‘amor platónico’-. Pero bueno, es una carrera muy dura -añadí, tratando de borrar el efecto de mi frase anterior-, y si no se está muy motivado es mejor buscar otra cosa.
-Claro que sí. Oye, vivo justo ahí al lado -dijo señalándome un edificio antiguo pero bien conservado-. ¿Por qué no subes a mi casa y seguimos hablando allí? Estoy sola, vivo con mis padres y ahora están de viaje.
Me dio un vuelco el corazón. Debí de haberle inspirado mucha confianza para que me invitara a subir a su casa. Con algo de temor, pero consciente de que era una oportunidad de hablar con ella y conocerla mejor, y de intercambiar nuestros datos de contacto, acepté.
-Ah... Pues bueno... ¡Venga, vale! -le dije, tratando de que no se notara mucho el temblor en la voz.
Por lo que había visto hasta ese momento, esa chica había cambiado para bien. Ahora era muy abierta y jovial, mientras que hace años, cuando estaba en la escuela, parecía muy seria y tímida. Eso era en parte lo que me inhibía en su momento para entablar conversación con ella.
Y además, estaba más atractiva. Antes iba siempre con una sudadera -o una camiseta si era verano-, un pantalón de pana blanco y unas deportivas. Hoy llevaba una camiseta de tirantes, un pantalón pitillo por media pierna y unas sandalias. Y tenía un peinado ondulado muy bonito, mientras que antes siempre llevaba el pelo muy liso y sin gracia.
Mientras subíamos al piso, le pregunté:
-Ah, por cierto, creo recordar que tú te llamabas María, ¿verdad?
-¡Ahí va, de eso también te acuerdas! -dijo ella, riendo-. ¿Cómo lo sabías?
-No me acuerdo bien -repliqué yo-. Supongo que escuché a alguien llamarte por tu nombre y se me quedó...
-¿Y tú cómo te llamas, a todo esto?
-Chema. Jose María, vamos, pero prefiero Chema, que lo otro es demasiado formal.
Llegamos a su piso. Nos dirigimos a su habitación. Había un amplio sofá-cama, y me invitó a sentarme. Ella se descalzó y se sentó con las piernas cruzadas.
-¿Tú estás en Facebook? -me preguntó.
Pensé: “¡Esto es telepatía! ¡Qué bien, no se lo he tenido que preguntar yo!”.
-Sí que estoy. Aparezco como Chema Sc. Pero ahora te paso mi dirección de correo, y así me encontrarás más fácilmente.
-¡Fenomenal! Yo estoy como Maria Soñadora.
-Mejor así, que sepamos directamente cómo encontrarnos. Es difícil buscar a gente a través de las listas de amigos de otras personas. Las amistades que se hacen en la universidad quizá no dejan tanta huella como las del colegio. Buscas a una persona en la lista de amigos de alguien, y si no la encuentras, a saber si es porque no tiene Facebook, o porque esas dos personas han perdido el contacto y no están agregadas...
Quizá estaba dejando entrever que había intentado buscarla en Facebook a través de los perfiles de amigos que ella había tenido en la escuela y que yo conocía. No para mandarle una solicitud de amistad, sino para ver si tenía una foto actual suya como imagen de perfil... Los amores platónicos de juventud son así de tontos.
Estuvimos hablando hasta que se puso el sol, de todos los temas que surgían: de la escuela de industriales en la que habíamos coincidido, de su facultad de económicas, de las becas y los trabajos... Teníamos mucha química, parecía que nos conocíamos de toda la vida.
Se hacía tarde y tenía que regresar a casa. Me acompañó al portal. Nos despedimos dándonos un par de besos. Era palpable que ambos lo habíamos pasado muy bien. Teníamos anotados nuestros datos -número de teléfono, dirección de e-mail, nick de Facebook-, por lo que a partir de entonces podíamos mantener el contacto si queríamos.
Llegué a casa y cené, aunque estaba inapetente. Tenía el estómago cerrado por la emoción. Había hablado con la chica que me gustaba tantos años atrás, y además nos habíamos hecho muy amigos. Teníamos una gran afinidad. Parecía todo ello un sueño.
Cuando terminé de cenar, encendí el ordenador y miré el correo. Entre los nuevos mensajes, me saltó a la vista uno que decía:
“Maria Soñadora quiere que la aceptes como amiga en Facebook”.
No, no había sido un sueño entonces...