Emma llegó volando en su escoba a un pequeño pueblo de norte de España.

“¡Qué maravilla!” -exclamó-. “Todo es verde, y las casas son como las de antes. ¡Si no fuera por ese coche que se ve al fondo, pensaría que he vuelto a mi época!”.

“¿A dónde conducirá ese camino? ¡Voy a seguirlo!”.

Un rato después, Emma llegaba a un verde prado, en medio del cual había un enorme roble.

“¡Qué alto es y qué grueso tiene el tronco! Debe de tener tantos años como nosotras las Hakker”.

Al día siguiente hacía mejor tiempo. Emma se levantó con ganas de hacer una nueva excursión.

“A lo lejos se ve un pantano y un puente que lo cruza. ¡Qué bonito paisaje!”.

“¡Una vaca con su ternero! Esto no se ve en la ciudad”.

“Míralas a ésas, tumbadas al sol, qué tranquilas están!”.

“Huy, a éste será mejor no hacerle enfadar...”.

Se hacía tarde, y Emma decidió dar media vuelta. Seguía contemplando los paisajes que se veían al fondo.

“¡Un caballo pastando! A mis primas holandesas Kiki, Luna y Storm les encantan los caballos”.

“Tengo ganas de posar con alguno. Veamos... ¡Huy, con esta madre y su niño mejor no, que ahora están ocupados!”.

“Entre estos dos quedará una bonita foto. ¡Con mi truco mágico para que la cámara se sostenga en el aire y activando el autodisparo, es pan comido!”.

Hace un mes se anunció una lluvia de Perseidas, así que decidimos ir a verlas al campo para poder estar lejos de la iluminación de la ciudad y poder disfrutarlas.

¿Has estado alguna vez en el bosque de noche? Al principio podíamos vernos a través de las sombras. Se vislumbraba el camino, los matorrales. Al entrar en el bosque hubo que encender la linterna. La humedad, el vaho que salía de nuestras bocas nos hacía dudar de que estuviéramos en agosto, en plena ola de calor. Tras un rato de caminata y una subida llegamos a un claro y nos tumbamos en el suelo. La noche estaba tranquila y se respiraba con tranquilidad, pero desgraciadamente había muchas nubes y era imposible ver las estrellas con claridad. Una sola estrella fugaz iluminó nuestro cielo, pero continuamos tumbados esperando poder ver otra.

La calma y el silencio eran totales, tanto que daban miedo. He olvidado lo que es la naturaleza, mi casa de hace tantos siglos. La he olvidado hasta el punto de asustarme del menor crujido.

Cuando emprendimos el camino de regreso era casi medianoche, y hacía frío. Volver a entrar en el bosque me encogía el alma, y sentía deseos de salir de allí. Rodeados de árboles por todas partes, las copas nos impedían ver el cielo. Mi compañero apagó la linterna un momento, sólo para que yo experimentara lo que es estar en pleno bosque por la noche. La oscuridad era total. No se veía absolutamente nada. Al poco rato se escucharon ruidos. Pensé en una jineta o en una ardilla, o en algo peor… qué se yo, la imaginación de quienes vivimos en la ciudad no tiene límites, y en este lugar hay jabalíes. Me asusté, es difícil expresar lo que sentí, mis sentidos se dispararon, como si hasta entonces hubieran estado dormidos. Al encender la linterna vimos que era un minúsculo sapito, saltando entre las hojas del suelo y que se quedó totalmente inmóvil en cuanto sintió la luz buscándole.

La naturaleza es como el mar, algo maravilloso y al mismo tiempo desconocido. Algo que da miedo, que provoca respeto ante su inmensidad y poder. Me pregunto cómo se sentían mis antepasados moviéndose entre estos lugares, saltando entre las rocas para cazar y durmiendo en las cuevas cercanas. Y cómo se reirían de mí al verme asustada por un pequeño sapo.

Nunca antes había visitado un bosque por la noche, y no hace falta que diga que no tiene nada que ver con visitarlo durante el día.

Sé que tú, Emma, naciste y creciste en un lugar así. Acostumbrada a correr entre los árboles, recoger hierbas y escuchar a la naturaleza. Me pregunto si ahora que vives en mi época lo habrás olvidado. Si es así, regresa a tu hogar alguna vez, aunque sólo sea de visita.