Una tarde de
octubre se habían juntado para tomar el té una cofradía de ocho brujas. Tomo la
palabra Gertrudis, la líder del grupo.
–Amigas, el
amor se está perdiendo. Muchas personas no encuentran a su alma gemela, o se
fijan en personas equivocadas.
–¡Eso es algo
serio! –contestó Remigia,
la más pasional de todas–. El amor es lo que mueve al mundo.
–Exactamente
–continuó Gertrudis–. Y el problema es que las personas
que pueden encajar entre sí no llegan a encontrarse. Ahí es donde podríamos
intervenir nosotras.
–Ya imagino
por donde vas –intervino Emiliana,
la más filosófica–. Se trata de hacer que se encuentren entre sí las personas
que tengan un mismo tipo de temperamento, de manera que puedan encajar entre sí
y entenderse, ¿verdad?
–¡Pero dos
personas pueden encajar aunque sean muy diferentes! –replicó Fulgencia, la más realista–.
–Sí, Fulgencia, pero ten en cuenta que cada persona
es un mundo –explicó Gertrudis–. El hecho de que compartan un mismo
temperamento les ayudará a entenderse mejor, sin que ello suponga que los dos
sean iguales.
–¡Eso sería
aburridísimo, dos personas iguales! –dijo Remigia–.
–Bueno, aunque
una relación sea aburrida lo más importante es que a largo plazo funcione
–replicó Jacinta, la más fría–.
–Bien,
vuestra idea es genial, pero ¿cómo la ponemos en práctica? ¡Tenemos que trazar
un plan! –terció Rufina, la más activa–.
–Tal vez...
–empezó a decir Gertrudis con gesto pensativo– cada una de
nosotras se podría ocupar de encontrar a los chicos y chicas que compartan un
determinado rasgo. Y de esa manera podríamos crear una base de datos. Las
brujas también tenemos que modernizarnos!
–Yo sé algo
de bases de datos –dijo bostezando Lucrecia,
la más perezosa–. Acordaos de que una vez me infiltré en un curso de Excel
haciéndome pasar por estudiante universitaria tardía...
–¡Fantástico!
–exclamó Rufina–. Y ahora vamos a lo práctico, ¿qué
tipo de personas vamos a encargarnos de buscar cada una de nosotras?
–Eeeh... Si
queréis yo me encargo de buscar a los chicos y chicas introvertidos –intervino
por primera vez Hortensia,
la más callada–. Los tímidos nos reconocemos entre nosotros al mirarnos a los
ojos...
–¡Así me
gusta, Hortensia, sin miedo! –respondió Gertrudis–. Pues yo buscaré a los
extrovertidos... ¡Sin ponerme mucho de palique con ellos, que no podemos perder
de vista el objetivo de nuestra misión!
–Yo me
ocuparé de los intuitivos –dijo Emiliana–.
Se les reconoce por su agilidad mental y por sus observaciones, que a muchas
personas les cuesta entender a la primera.
–Pues yo me
encargaré de los analíticos. Se basan en lo que ven y en datos concretos
objetivos –explicó Fulgencia–. Son muy eficaces para trabajos que
a otros les parecen aburridos, como el de contable.
–¡Yo, sin
duda, buscaré a los más sentimentales! –exclamó Remigia–. Cuántas historias de amor llenas de pasión surgirán
entre ellos...
–Ya, pero las
historias de amor no dan de comer –repuso Jacinta–. Yo
buscaré a los que meditan antes de actuar, a los que no se dejan llevar por las
emociones. ¡Muchos banqueros saldrán de aquí!
–Yo me
encargaré de los juiciosos, los que tienen su vida perfectamente organizada,
sin dejar nada a la improvisación –dijo Rufina–.
Acabar la carrera, casarse, tener hijos, llegar a un alto cargo en una
empresa... Todo programado como un reloj.
–Pues yo me
ocuparé de los perceptivos, los que se dejan llevar según las sensaciones del
momento –dijo finalmente Lucrecia–.
En este grupo habrá muchos potenciales artistas.
–¡Genial,
chicas, no podíais haber elegido mejor! –concluyó Gertrudis–. Lo dicho, cada una se encargará de
buscar a todos los chicos y chicas de cada tipo. Después nos encargaremos de
juntar a los que coincidan en los cuatro rasgos... o en tres de ellos al menos.
Trataremos en hacerles coincidir en lugares de trabajo, de estudio, en
actividades de ocio... ¡Tenemos recursos para ello!
Y así
concluyó la reunión de las brujas. Dentro de un año os contaremos cómo llevaron
a cabo su plan y qué resultados obtuvieron...
RELATO 2:
¡Menudo
chasco! Tanto tiempo preparando su incursión nocturna en casa de la señora
Black para aquello. El plan para lograr entrar en la casa había sido minuciosa
y concienzudamente preparado. Para ello había observado durante varios días la
rutina de la propietaria hasta hacerse un esquema bastante exacto de sus
costumbres. Así que la tarde que precede a la noche de Halloween se puso en
marcha.
Primero
se ofreció galantemente a ayudar a su vecina a llevar las bolsas de la compra a
casa. Tenía claro, sin temor a equivocarse, que la señora Black insistiría en
darle una compensación y le haría pasar a la salita que estaba junto a la entrada
y mientras ella se acercaba a la cocina para buscar unas galletas o unos
pastelitos con los que agradecer la ayuda, él podría dejar la ventana
entreabierta, lo suficientemente cerrada para que nadie sospechara de que no lo
estaba, pero sin cerrojo para que con un simple empujoncillo desde la parte de
afuera, se abriera de par en par. Y se dispuso a esperar.
Cuando
llegó el ansiado momento, se coló por la ventana y sin perder un solo segundo,
se escondió bajo la mesa cubierta por un largo mantel que llegaba casi al suelo
y que impedía que le descubrieran pero no que él observara con mucho cuidado el
exterior.
Desde
ahí las vio entrar, una tras otra, vestidas todas de negro y con sus sombreros
picudos y se frotaba las manos pensando en las caras de sus amigos cuando les
contara que tenía razón, que la señora Black y sus amigas era brujas y él se
había colado de polizón en su aquelarre de Halloween.
Cuál
no sería su sorpresa cuando tras varias horas allí agachado, que ya hasta le dolían
las piernas, y sin saber cómo colocarse pues debía ser muy discreto no fueran a
descubrirle, hubo de convencerse de que lo único que iban a hacer su vecina y
amigas era jugar al parchís y beber té por litros. Nada de conjuros ni pócimas
extrañas, transformaciones o apariciones.
Y
lo peor no había llegado. Ahora tendría que reconocer su error ante su pandilla
y darles la razón… aunque después de todo… allí solo estaba él… podría echar a
volar la imaginación… tantas películas de miedo como veía tenían que servir
para algo… Estaba decidido, se inventaría algo, total, hasta dentro de otro año
no podrían comprobar si mentía o no y para entonces seguro que se les había
olvidado…
RELATO 3:
Reunion
en el castillo Trasmoz
En una montana muy
lejana, había una casita muy destartalada y vieja, en ella había una mujer ya
muy mayor y solitaria, lejos de ningún lugar, ni pueblo cercano, ni de ningún ser humano; tan solitario era el lugar que allí solo se oían los animales, los
arboles moverse por el viento y la lluvia al caer en toda su vegetación, vamos
la naturaleza en su mas salvaje expresión.
Pero una noche de esas
cerradas y oscuras, de repente aparece aleteando su alitas, un pequeño murciélago que entro por su chimenea, con una pergamino en su boca, lo soltó en su regazo,
ella sorprendida por ello, pues hacia siglos que no tenia ni noticias, ni
visita alguna, la desenrosca y la leyó.
-Esta invitada a una gran celebración
que tendrá lugar en el castillo de "TRASMOZ" para conmemorar nuestro
aniversario, que sera el dia 31, a las 24-horas, asistencia obligatoria.
Ignatia que ayudo a
construir el casillo Tramoz en el año 1545, del siglo XII, no podia dejar de ir
a la celebración, y aunque no hubiera querido ir, su asistencia se exigía
obligatoria, e imaginaba que seria a todas las brujas por igual; o sea que a
si lo haría.
Debía prepararse para ello, pues quedaba poco tiempo para el día señalado.
Como siempre que había alguna reunión de cualquier
índole o celebración, las asistentes debían llevar algo para la ocasión, fuese
comida o adornos o cualquier otra cosa que quisieran llevar, era una tradición,
y como no se hacían muchas de ellas en sus vidas, había que esmerarse para no
ser menos que nadie.
Decidió hacer lo que mejor sabe hacer una tarta, que
ella llamaba: "Tarta con sorpresa", le salia deliciosa, y aunque la
hacia todas las veces, y en alguna ocasión no pudo hacer, las demás brujas se
quejaban de no tener el placer de comer su rica tarta; o sea que la haría,
aunque esta vez pondría algún que otro ingrediente nuevo para sorprender a
todas.
Se fue al monte y cojio insectos de todo tipo, hojas
de plantas varias, un poco de pelo de algunos animales y demás cosillas para su
tarta esperda.
Llego a su casa y empezó a prepararla, aunque tenia su
recita apuntada, no tuvo ni que mirarla, pues se la sabia de memoria.
Decia:
¡Un poco de aqui, otro poco de alla, de esto así y de
esta asa!
Y ya esta al horno; al cabo de unas hora ya esta la
tarta, de varios pisos de altura, pues eran muchas la bruja que asistirían a la
celebración; le puso las sorpresas en en interior de la tarta; y ya esta.
La dejare enfriar y ya la podre guardar para cuando me
la tenga que llevar.
Se fue a la cama a dormir pues muy pronto deberia irse
al castillo
"TRASMOZ", pues tenia mucho camino que recorrer
hasta el.
THE END
RELATO 4:
LA
NOCHE DE HALOWEEN
Por la
mañana amanecí hecha polvo. La noche anterior habíamos estado en la boda de mi
amiga Belén y la fiesta había durado hasta muy tarde. Esto, unido a la mezcla de alcohol que bebí (vino, cava, chupitos, gin tonics…) hacía que
aquella mañana mi cabeza y estomago se quejaran. A las 12,00 dejamos el
hotel. El viaje de vuelta a Madrid se
presentaba ante mí como una verdadera tortura. Carlos en cambio no parecía
resentirse del jolgorio. Al ser vísperas del puente de todos los Santos se
había empeñado en llegar a Madrid después
de las 8 de la tarde. Hablaba y hablaba, hacía planes…Yo apenas si le oía, pues
después de tomar dos aspirinas caí en un agradable sopor. A mis oídos llegaban amortiguadas
sus palabras: atascos, respirar aire puro, Julio Iglesias, pueblo, brujas ,
Trasmoz…Palabras inconexas que para mí no tenían ningún sentido. El frenazo
brusco, y las palabrotas de mi marido me hicieron despertar repentinamente.--Joder,
joder. Ahora no, nooooo-se quejaba. Parece ser que un ruidito en el motor era
el desencadenante de todos esos lamentos. Afortunadamente habíamos llegado a
nuestro destino, Trasmoz. Fue entonces cuando me percate de todas aquellas
palabras que oí entre sueños. Estábamos en Trasmoz , un pequeñísimo pueblo de
la provincia de Zaragoza, famoso por su feria veraniega de magia, brujas y
aquelarres ya que entre sus leyendas se cuenta que fue un pueblo habitado por auténticas
brujas. También fue este pueblo en su
día portada de periódicos por haber sido el lugar donde tuvieron secuestrado al
padre de Julio Iglesias. Sí, el simpático abuelete. Aunque me encontraba un
poco mejor, no me encontraba tan bien como para hacer turismo y yo estaba algo
cabreada por la decisión unilateral de Carlos de visitar el pueblo sin contar
con mi opinión. Mientras él iba al taller con el coche, yo decidí esperarle en
la única taberna que parecía que había por allí. Pedí una manzanilla al
tabernero, y un poco avergonzada di una
pequeña explicación de mi malestar. El tabernero inmediatamente me dijo.- Usted
lo que necesita es una tisana de las de Crescencia-. Y a continuación lanzo un grito.- Cresceeenciaaaaaa-. Inmediatamente apareció una anciana no muy
alta con unas gafitas doradas e
intercambiaron unas palabras entre ellos. Si no fuera porque me quede alucinada por el
berrido y nombrecito de la abuela, supongo que me hubiese percatado de su
extraña vestimenta. Toda vestida de negro hasta los pies, ¡ya nadie se viste así
a no ser que se sea simpatizante de la tribu urbana de los góticos. Pero yo me
quedé alucinada del horrible nombre de Crescencia ¡qué espanto! Al poco me
sirvieron la humeante taza. Aquello sabía a rayos, pero me la bebí entera por
tener algo caliente en el estomago. Ahora sólo cabía esperar a que Carlos
solucionara lo del coche. Desde el ventanuco del bar podía ver el coche
aparcado en el taller próximo enfrente del bar, no demasiado lejos. Me senté y
esperé. Al poco, empecé a sentirme mejor, un calor y un bienestar extraño pero
muy placentero me embargo. Decidí dar
una pequeña vuelta por el pueblo y al no ver a nadie en el bar dejé unas
monedas encima de la mesa y salí. Empecé a hacer algunas fotos del pueblo, pues
todo me parecía muy peculiar, la forma de las puertas, de los aleros, las ventanas… lo extraño era ahora
que lo recuerdo, que en todo el recorrido que hice por allí no me encontré una
sola persona. Fue al volver una esquina
cuando vi esta escena insólita. Un grupo de ancianas disfrazadas de
brujas entorno a una mesa, dispuestas a tomar ¿café? ¿té? no sé qué era… Pero
lo que sí pude ver es que en donde lo
tomaban era en un fino juego de porcelana. Hablaban unas con otras en un
dialecto extraño ajenas a mi presencia. No sé cuánto tiempo estuve allí parada.
Pero de repente una mano me agarro el brazo por detrás. -¡Pero bueno!¡ Dónde te
metes!, llevo un montón de rato buscándote- A lo que yo simplemente replique. ¡Pero
mira! ¿Has visto? Sí, dijo él. Una casa muy rara.- Pero…¿y las ancianas?(no sé porque no me atreví a llamarlas brujas). -¡Qué ancianas, ni que
niño muerto! Vámonos que se nos va a echar la noche encima, que llevamos 4
horas en este maldito pueblo y vamos a coger todo el atasco de entrada a Madrid.
-¡Cuatro horas! ¡Cómo era posible! ¿Me habría vuelto a dormir en la taberna?
Carlos ya se había echado a andar y yo volví la cabeza una vez más. Allí
estaban. Estaba atónita y no sé ni cómo, disparé una foto un poco a lo loco.
Todo el
viaje lo hice en silencio. ¿Qué había pasado durante esas 4 horas? ¿Quiénes
eran esas mujeres? La tisana que me habían dado en la taberna ¿tenía quizás
alguna substancia alucinógena?
Muchas
preguntas y ninguna respuesta. Al fin llegamos a Madrid, deshice la pequeña
maleta para poder colgar el vestido de fiesta y que no se arrugara demasiado.
Pero al ir a guardar los zapatos. ¡no estaban! Tan solo la bolsa de tela que
los contenía. Yo estaba segura de haberlos guardado en la maleta en el hotel.
Eran mis mejores zapatos, unos Merceditas negros Clarks que para ser de tacón eran comodísimos.
A estas alturas del día yo ya no sabía que pensar. Instintivamente cogí la
máquina de fotos y busque la última foto. Allí estaba. Ocho ancianas brujiles tomando el té. Con el zoom
en la pequeña pantalla pude fijarme en sus rostros. Y uno de ellos, el que
miraba a la cámara directamente casi con descaro, era el de Crescencia. Y lo
más insólito, debajo de la mesa a la derecha, el único zapato que se podía ver
era ¡el de un zapato igual que uno de los míos! ¿Qué había pasado? Nunca lo
sabré. Pero de estos sucesos hace ya 4 años y lo que puedo asegurar es que a partir
de entonces todas las noches de Haloween sueño con lo mismo. Vuelvo a aquella
reunión de brujas. La única diferencia es que en cambio de 8 brujas ahora somos
9. ¿Que qué hacemos? Se me escapa la
risa solo de pensarlo. Sólo diré, que
desde entonces, espero con impaciencia a que llegue esa noche…LA NOCHE DE
HALOWEEN.