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En casa de Chelito había nuevos vecinos. Se trataba de una
familia formada por un matrimonio de mediana edad y su hijo, Jorge.
Chelito se sintió atraída por Jorge desde el primer momento
en que le vio. Su rostro le resultaba familiar a pesar de tener la seguridad de
no haberle visto antes. Hay personas a las que parece que conocemos de toda la
vida.
Siempre que se encontraba con él intentaba entablar
conversación, pero él se mostraba muy huidizo.
–¡Hola, Jorge! ¿Qué tal, te gusta tu nueva casa?
–Sí, ya nos vamos adaptando... Bueno, te dejo, que tengo que
hace unos recados.
En más de una ocasión, Chelito llamó a su puerta con la
excusa de pedir un poco de azúcar o lo que fuera. Pero cuando no abría la
puerta su madre –que era una señora muy amable pero no a quien ella quería ver–,
la atendía Jorge con gran celeridad y sin apenas hablar.
Un día, en la comida, la madre de Chelito comentó:
–He estado un rato charlando en el portal con Amelia, la
nueva vecina. Me ha contado que su hijo Jorge se va a apuntar a una academia de
inglés.
–Ah, ¿sí? ¿A cuál? –preguntó Chelito, con cierta ansiedad.
–A Open School, justo la que tenemos enfrente de casa. Y creo
que tú deberías hacer lo mismo. El inglés hoy en día es necesario para todo, y
en los colegios enseñan muy poco.
–Pues... Creo que tienes razón, mamá. ¡Yo también me voy a
apuntar!
–¡Vaya, hija, por una vez estamos de acuerdo en algo!
La madre de Chelito no sabía cuáles eran las verdaderas
intenciones de su hija. Pero ella era una niña responsable, y aunque la
motivación para apuntarse a la academia era encontrarse con su vecino Jorge,
ella sacaría provecho de las clases. Además, si lograba ser una alumna
aventajada, podría ayudar a Jorge con los deberes y exámenes de la academia.
Chelito se enteró de que Jorge se había apuntado en el grupo
de nivel intermedio de los martes y jueves a las 19:00. Así que fue a la
recepción y, para gran alegría suya, le dijeron que todavía quedaban plazas.
El primer día de clase, Chelito llegó la primera y se sentó.
Cuando Jorge entró por la puerta, el corazón le empezó a latir más deprisa.
–¡Hombre, Jorge, tú también vienes a este curso! –le saludó,
simulando sorpresa al verle.
–Oh, tú por aquí... –respondió, un poco abrumado–. Cosas de
mis padres, que están empeñados en que hay que aprender inglés...
Y se sentó en la otra punta del aula. Entonces ella pensó: “Tengo
que actuar de manera más directa. O consigo vencer su timidez o me mandará a
paseo. Pero por lo menos sabré a qué atenerme”. Así que cogió sus cosas y se
sentó al lado de él.
–Oye, ¿qué te pasa? Desde que nos conocemos no he podido
cruzar contigo dos frases seguidas. ¿Te caigo mal o algo...?
–Oh, no, ni mucho menos, es que... –empezó a decir él, sin
mirarla a los ojos.
–Es que... ¿qué?
–He conocido a gente que al principio iba mucho de amiga, y
luego te la jugaba... Y por eso soy un poco desconfiado.
–¡Pero no todo el mundo va a ser así! ¡No puedes vivir en
una burbuja, tío!
–Justo eso me dice mi madre, que vivo en una burbuja...
–Pues eso no es bueno. Y haz caso a tu madre, que además es
una mujer encantadora –concluyó ella.
Poco a poco Chelito logró sacar a Jorge de su burbuja. Cada vez
iban hablando más cuando llegaban y esperaban al profesor. A la salida se iban
juntos, pues no hay que olvidar que vivían en la misma casa.
Al final de curso se hicieron inseparables. Y por cierto,
ambos aprobaron el examen del First con una nota muy alta.
Un día de junio, la madre de Jorge se encontró con la de
Chelito en el portal.
–¿Sabes una cosa? Vamos a cambiar a Jorge al colegio San
Valentín, donde va tu hija. Está más cerca de donde vivimos ahora, y además su
preparación académica es mejor.
–¡No me digas! Pues mi hija se va a poner contentísima.
–Sí, eso también es importante. Entrar nuevo en un colegio
no es fácil, y al estar tu hija Chelito se sentirá más arropado. ¡Se le ve más
feliz desde que va con ella!
El curso siguiente nuestros amigos empezaron en el mismo
colegio y, con gran fortuna, en la misma clase. Estarían juntos todo el día y
no sólo dos horas a la semana, y su amistad se consolidaría.
Pero eso es otra historia, y deberá ser contada en otra ocasión...