Había una vez un pastor que compró un rebaño de ovejas, pero cuando las conoció resultó que no paraban de balar constantemente. Todo el día iban "bee, bee" creando un jaleo ensordecedor, ignorando todas las órdenes del pastor. Éste utilizó todos los medios para hacerse oír a sí mismo y a sus perros, pero todo fue inútil. Finalmente, viendo que las ovejas no paraban de hablar, le puso buen humor y decidió comprar una enorme oreja, y llevarla allí en su camión. Increíblemente, al ver la oreja las ovejas dejaron de balarse unas a otras, y todas comenzaron contar sus penas a aquella gran oreja y a seguirla según se movía el camión. Así fue como el pastor comprendió que hasta las ovejas tienen algo que decir y quieren ser escuchadas, y gracias a eso, ahora puede presumir de tener un camión-oreja pastor, el único del mundo.
EL cuento con el que papa Paulino lleva a dormir a Carmencita
Curro Churretes era un camarero muy divertido y vivaracho que tenía su propia cafetería. Y era además muy afortunado, porque en uno de los viajes al pueblo de sus padres, descubrió que una de las vacas jóvenes, de las últimas que habían nacido, era tan especial que en lugar de dar leche al ordeñarla, servía directamente café con leche. Pensando en hacerse rico, Curro se llevó la vaca directamente a la ciudad. Y a pesar de que su esposa le decía que primero debería preparar la cafetería para poder meter la vaca, Curro estaba tan ansioso e impaciente que no pudo esperar, y allí se fue con la vaca, directamente a la cafetería. El resultado fue espectacular: la vaca salió en los periódicos y televisiones, y de todas partes venían clientes a probar su delicioso café con leche recién ordeñado. Pero después de ese tirón inicial tan de moda, resultó que el hecho de tener una vaca en medio de una cafetería no era nada cómodo: todos los días la vaca rompía 20 ó 30 tazas con los meneos de su cola, la cafetería olía como un establo, el heno que comía la vaca se desperdigaba por todas partes, y había tan poco sitio que siempre había alguien que se acercaba tanto a la vaca que terminaba por pisar alguna boñiga... Así que fue perdiendo clientes, y para colmo, vino la policía con una inspección y le pusieron una multa tan gorda, que Curro estuvo a punto de tener que cerrar la cafeteria. Y así fue como Curro Curretes se dio cuenta de que tenía que haber sido más paciente y ordenado, y esperar a que todo estuviera preparado para poder servir sus cafés con leche recién ordeñados. Pero como era un tipo con suerte, cuando llevó la vaca al pueblo mientras hacían la obra en la cafetería, descubrió que una de las gallinas ponía huevos de chocolate. Esta vez sí supo ser paciente y esperar a que todo estuviera preparado para tener una cafetería con vaca, gallina, café con leche, chocolate y churros, y su local tuvo tanto éxito que llegó a ser el sitio más famoso de toda la ciudad.