El hombre que te encuadra me golpea las sienes como el vital latido de un corazón hambriento; como el ritmo creciente que despierta en los trenes las ruedas el nuevo movimiento. Y es que ese nombre estalla, repercute en la mente, en el flujo de la sangre me eleva, hacia ti me propulsa, ionexorablemente, y al andén de destino de tu estaión me lleva.
Ay, corazón
Ay, corazón de bronce, ni hostil ni endurecido, a veces silencioso, y a menudo vibrante; fuera mi oído sordo, y oiría tu tañido, y si mis ojos ciegos, vería tu semblante.
Ay, corazón de plata, con vocación de entrega, bandeja de la ofrenda, candelabro de luces, todo cuanto recibo de ti, todo me llega; cual si tú misma fueras, te das y me seduces.
Ay, corazón que de oro fuera afiligranado por la mano exquisita de un dios de orfebrería; más que en tu propio pecho vives enamorado dentro del mío, y tu alma ya es parte de la mía.
Ay, corazón de carne, de sangre, de latidos, tambor desentrañando redobles en las venas, músculo de la fiera que duerme en los sentidos, cómo tú la despiertas, cómo la desmelenas.