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Messaggio 1 di 31 di questo argomento |
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9 de julio SAN ZENÓN,* Mártir
Muchos son los llamados, mas pocos los elegidos. (Mateo, 20,16).
Si la conversión de un pecador es para los ángeles motivo de alegría, qué júbilo no habrán experimentado viendo a Zenón en el cielo, acompañado de esa multitud inmensa de cristianos que con él sufrieron el martirio. Esos soldados de Jesucristo animábanse unos a otros a sufrir generosamente por la causa de su Dios; hubiérase dicho que marchaban a un triunfo y no a un combate. Ninguno temía los tormentos; todos pedían a Dios constancia, para sí mismos y sus compañeros.
MEDITACIÓN SOBRE LA MANERA DE CONDUCIRNOS CON NUESTRAS RELACIONES
I. Nos asemejamos a quienes frecuentamos; hacemos lo que vemos hacer, sin preocuparnos de si tal es la voluntad de Dios. Concluye de ahí que tu salvación depende, en gran parte, de aquellos con quienes vives. Si tienes ante los ojos ejemplos de virtud, practicarás la virtud; si tienes malos ejemplos, obrarás el mal. Oh Dios mío, decía San Bernardo, cuán agradecido estoy de que me hayáis separado del mundo. Este claustro, esta celda, esta casa, hermanos míos, todo lo que veo me lleva a la devoción. ¡Oh siglo perverso, donde se tiene vergüenza de no ser perverso con los perversos! (San Agustín).
II. Considera las virtudes de aquellos a quienes frecuentas y, a ejemplo de Zenón, imita lo que haya de más perfecto en cada uno de ellos. Admiras la modestia en uno, la humildad en otro, la caridad, la mortificación: haz como la abeja, que elige lo mejor que hay en cada flor para elaborar su miel. ¿No haces lo contrario? ¿No imitas el mal que ves que los demás cometen?
I1l. No hay reunión de hombres, por santa y perfecta que sea, que no contenga algo imperfecto. No hagas lo que censurarías en otro; y cuando notes alguna imperfección en alguno de tus hermanos, mira si no tienes los mismos defectos. En una palabra, no mires las faltas de los demás, sino piensa más bien en corregirte tú mismo. Ignóranse los propios defectos mientras se consideran los ajenos. (San Bernardo).
La huida de las malas compañías Orad por los que están en peligro de ofender a Dios
ORACIÓN
Haced, os lo suplicamos, Dios omnipotente, que la intercesión del bienaventurado Zenón, vuestro mártir, cuyo nacimiento al cielo celebramos, nos fortifique en el amor de Vuestro augusto Nombre. Por J. C. N. S. Amén.
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Messaggio 2 di 31 di questo argomento |
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9 de julio LOS 19 SANTOS MÁRTIRES DE GORKUM (*)
Once franciscanos del convento de la pequeña ciudad holandesa de Gorcum, junto con otros ocho sacerdotes y religiosos, fueron martirizados por los calvinistas en Brielle por negarse a apostatar de la fe y, en especial, a retirar su obediencia al Papa.
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La primera página de la historia de la nacionalidad holandesa está manchada de sangre. Hoy quisieran borrarla todos los holandeses, aun los protestantes más reaccionarios. Fueron jornadas inexplicables en un pueblo que pasa como prototipo de cordura y de sentido de tolerancia.
Para comprender lo que entonces sucedió precisa trasladarse al clima político y religioso, también social, de los Países Bajos de la segunda mitad del siglo XVI, ricos y superpoblados, invadidos por los predicantes calvinistas y alzados en guerra sin cuartel contra el dominio español.
El año 1566, con la aparición en escena del partido de los gueux o "mendigos", señala el comienzo de una serie de devastaciones iconoclastas en todo el Flandes español, no sin connivencia de la nobleza. Felipe II envía al duque de Alba. La sola presencia del gran estratega, alma recta y mano dura, impone el orden y el silencio. Silencio rencoroso, precursor de las grandes catástrofes. Guillermo de Nassau saca partido de la situación para levantar la bandera de la independencia. El de Alba le derrota en todos los frentes. Pero allí queda la pesadilla de los "mendigos del mar", guarecidos en las islas que ciñen la costa. Gente desgarrada, rebotada de todos los países, sin otro vínculo que el odio a los papistas y la sed de pillaje.
Desde 1571 los manda el conde de la Marck, que ha jurado no raparse la barba ni cortarse las uñas hasta el día en que haya vengado, en los sacerdotes y religiosos, la muerte de los condes de Egmont y de Hornes, ajusticiados por los españoles. Un golpe audaz le ha puesto en posesión de la importante plaza fuerte de Brielle, en la desembocadura del Mosa. Iglesias y conventos son saqueados, quemadas las imágenes, asesinados con crueldad refinada los eclesiásticos que no logran ponerse a salvo.
El 25 de junio de 1572 una flotilla, mandada por el capitán Marino Brant, atacaba la pequeña ciudad de Gorkum. Las fuerzas fieles al rey hubieron de hacerse fuertes en la ciudadela, donde fueron a refugiarse todos los sacerdotes y religiosos. Pertenecían al clero secular el párroco Leonardo Vechel, su coadjutor Nicolás Jarissen y un anciano de setenta años, por nombre Godofredo van Duynen. Los dos primeros en la plenitud de sus fuerzas y de su celo pastoral, intrépidos defensores de su grey y llenos de caridad con los pobres. El anciano vivía retirado en su casa de Gorkum, debido al trastorno de sus facultades mentales, que no le impedía ejercer las funciones sacerdotales ni llevar una intensa vida interior.
El grupo más importante de los refugiados estaba formado por trece franciscanos de la Observancia, que componían, con algunos más, la comunidad existente en la ciudad. Gobernábala como guardián un religioso de dotes excepcionales, el padre Nicolás Pieck, joven de treinta y ocho años, en cuyo semblante se espejaban a la par la penetración de la mente y la limpidez serena del espíritu. Era su vicario el padre Jerónimo de Weert, de trato agradable y ejemplar en la guarda de sus obligaciones religiosas. Venían después los padres Nicasio de Heeze, eximio director de almas; Teodoro van der Eem, anciano de setenta años que desempeñaba la capellanía del monasterio de religiosas de la Tercera Orden; Willehald de Dinamarca, venerable y austero nonagenario, expulsado de su patria por la persecución protestante; Antonio de Weer, Antonio de Hoornaaxt, el recién ordenado Francisco van Rooy, y un padre Guillermo, que constituía la nota discordante del cuadro, pues tenía contristada a la comunidad con su conducta poco regulada. Completaban la comunidad los hermanos legos fray Pedro de Assche, fray Cornelio de Wyk-by-Duurnstende y el novicio de dieciocho años fray Enrique.
Había también un religioso agustino, el padre Juan de Oosterwyk, capellán del segundo monasterio de religiosas de Gorkum. Las dos comunidades femeninas habían sido Puestas a salvo con anterioridad.
Asimismo habían dejado la ciudad a tiempo los canónigos del Cabildo; a excepción del doctor Pontus van Huyter, administrador de los bienes capitulares. Se hallaba con los demás en el castillo.
En la noche del 27 de junio la guarnición tuvo que capitular. Brant juró respetar la vida y la libertad de todos los defensores y refugiados. Pero ¿podía confiarse en la palabra de aquélla gente? Como primera precaución todos se confesaron y se aprestaron con el Pan de los fuertes para la inmolación.
Las escenas que siguieron vinieron a confirmar plenamente los presentimientos. Primero el saqueo general. Después el despojo de los detenidos uno a uno. Los gueux querían dinero, y como los franciscanos, fieles cumplidores de su regla, no lo llevaban, fueron maltratados sin piedad. El hallazgo de los cálices y demás vasos sagrados, ocultados en la torre, dio pie para una orgía sacrílega. Durante ocho días tuvieron que soportar cuantas burlas y crueldades es capaz de inventar una soldadesca ebria: parodias litúrgicas, simulacros de ejecución, torturas inauditas. Al padre Pieck le suspendieron con su propio cordón; éste se rompió, y el guardián cayó al suelo sin sentido. Los verdugos, para comprobar si había muerto, aplicáronle una llama a los oídos, a la nariz y en el interior de la boca.
Para curarle fue preciso llamar un cirujano, que resultó ser su propio cuñado, ardid de que se sirvieron los familiares para ver de libertarlo, como ya se había conseguido con otros dos sacerdotes. El padre Pieck, en efecto, era natural de Gorkum, donde tenía parientes y amigos de influencia. Merced a ellos tuvo desde el primer momento la libertad en su mano. Su respuesta, sin embargo, lo mismo ante el cirujano que ante sus dos hermanos, ladeados ya hacia la herejía y empeñados hasta el trance final en doblegarle con ruegos, persuasiones y amenazas, fue invariablemente la del superior fiel a su puesto:
-No aceptaré la libertad si no es juntamente con mis religiosos.
El 7 de julio eran conducidos a Brielle. Los reclamaba el conde de la Marck desde su cuartel general. Y el emisario de confianza fue el canónigo apóstata Juan de Omal, auténtica estampa de renegado. Las befas y malos tratos se multiplicaron durante el trayecto y a la llegada al puerto de Brielle. Medio desnudos y atados de dos en dos fueron conducidos a la ciudad, entre los insultos soeces del populacho, y obligados a parodiar una procesión. El canto escogido por los confesores de la fe fue el Te Deum.
En la inmunda cárcel donde fueron hacinados hallaron a los párrocos Andrés Wouters y Andrés Bonders. Aquel mismo día se les unieron dos religiosos premonstratenses: Jacobo Lacops, que seis años antes había dado el escándalo de hacerse pastor protestante, pero lo había reparado con una vida ejemplar, y Adrián de Hilvarenbeek. Sumaban en total veintitrés los prisioneros.
Era demasiado hermoso. El conde de la Marck y su satélite Juan de Omal buscaban la apostasía. Y se iniciaron taimados interrogatorios, proposiciones, disputas sobre puntos de fe. Fue conmovedora la respuesta en que se cerró el lego fray Cornelio, ante las capciosas argumentaciones:
-Yo creo todo lo que cree mi superior.
Hubo defecciones dolorosas. Pontus van Huyter y Andrés Bonders lograron la libertad claudicando. El guardián hubo de sufrir el ataque supremo de los suyos: ¡qué le costaba lograr que sus religiosos, sin negar ningún artículo de la fe, retiraran la obediencia al Papa, al menos fingidamente!
A la una de la mañana del día 9 fue la ejecución. Pieck subió el primero a la horca, sin dejar de animar a los demás. Ante el patíbulo hubo aún otras dos deserciones: la del padre Guillermo, tibio hasta el final, y la del novicio imberbe fray Enrique. Los demás afrontaron la muerte con serenidad, resistiendo hasta el final las insinuaciones de los ministros calvinistas.
Los diecinueve fueron canonizados por Pío IX el 29 de junio de 1867.
Los pormenores del martirio, con las noticias concernientes a cada uno de los santos, constan día a día por las fuentes más veraces que pudieran desearse. El escritor Pontus van Huyter lavó la mancha de su defección escribiendo más tarde el relato verificado de cuanto había presenciado. Hay otros relatos contemporáneos, basados en testigos oculares, entre éstos el mismo novicio fray Enrique, que hizo penitencia, ingresando de nuevo en la Orden. La obra fundamental es la de V. G. Estius (Van Est), Historia Martyrum Gorcomiensium (Douai 1603). El autor conoció personalmente a casi todos los mártires y se informó diligentemente. Modernamente ha hecho el estudio definitivo, en la colección «Les Saints», H. Meuffels, C.M., Les Martyrs de Gorcum (París 1908).
LÁZARO DE ASPURZ, O. F. M. CAP
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Messaggio 3 di 31 di questo argomento |
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9 de julio
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SAN NICOLÁS PIECK Y COMPAÑEROS, Mártires
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Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban San Nicolás Pieck, guardián del convento y San Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechei, Nicolás Janssen y Godofredo Van Fuynen; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio. En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de "armada de los piratas" se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.
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SAN NICOLÁS PIECK Y COMPAÑEROS, Mártires
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Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban San Nicolás Pieck, guardián del convento y San Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechei, Nicolás Janssen y Godofredo Van Fuynen; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio. En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de "armada de los piratas" se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar
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Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.
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SAN NICOLÁS PIECK Y COMPAÑEROS, Mártires
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Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban San Nicolás Pieck, guardián del convento y San Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechei, Nicolás Janssen y Godofredo Van Fuynen; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio. En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de "armada de los piratas" se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.
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Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban San Nicolás Pieck, guardián del convento y San Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechei, Nicolás Janssen y Godofredo Van Fuynen; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio. En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de "armada de los piratas" se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.
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Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban San Nicolás Pieck, guardián del convento y San Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechei, Nicolás Janssen y Godofredo Van Fuynen; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio. En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de "armada de los piratas" se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.
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Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban San Nicolás Pieck, guardián del convento y San Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechei, Nicolás Janssen y Godofredo Van Fuynen; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio. En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de "armada de los piratas" se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.
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Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.
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Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban San Nicolás Pieck, guardián del convento y San Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechei, Nicolás Janssen y Godofredo Van Fuynen; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio. En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de "armada de los piratas" se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.
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Messaggio 12 di 31 di questo argomento |
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9 de julio
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SAN NICOLÁS PIECK Y COMPAÑEROS, Mártires
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Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban San Nicolás Pieck, guardián del convento y San Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechei, Nicolás Janssen y Godofredo Van Fuynen; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio. En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de "armada de los piratas" se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.
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9 de julio
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SAN NICOLÁS PIECK Y COMPAÑEROS, Mártires
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Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban San Nicolás Pieck, guardián del convento y San Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechei, Nicolás Janssen y Godofredo Van Fuynen; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio. En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de "armada de los piratas" se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos. El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva. Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida. Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.
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Messaggio 14 di 31 di questo argomento |
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9 de julio SANTAS FLORIANA y FAUSTINA DE ROMA Mártir (Fecha desconocida)
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El único testimonio de estas dos mártires se encuentra en el Martirologio Geronimiano, el 9 de julio, en el que se las halla asociadas con otros santos: "Romae ad guttam iugiter manantem natale virginum Florianae, Faustinae, Anatholiae, Felicitatis". Este es un pequeño enigma, como no se encuentra otro en este Martirologio. En efecto, Anatolia es la compañera de Victoria, mártir, mientras que Felicitas es la presunta madre de los siete hermanos: ambas se celebran el día 10. De Floriana y Faustina, en el Geronimiano son también presentadas como hombres; nada se sabe con exactitud. Según la indicación topográfica de su sepulcro,sabemos por el Baronio que se encontraba cerca de Acque Salvie; el nombre habría derivado de un agua surgente allí existente. Por una inscripción del siglo VII se sabe que serca de la Massa Maralis, en el fondo Capitone, alrededor del siglo XII había un oratorio dedicado a santa Faustina.
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Messaggio 15 di 31 di questo argomento |
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9 de julio SAN JUAN FISHER Mártir (1535)
Este santo mártir nació en Beverley, Inglaterra, en el año 1469, su padre, un modesto mercader de telas de Beverley, murió cuando Juan era todavía niño en el condado de York, su padre murió cuando Juan era todavía muy niño. Llega con catorce años a la universidad de Cambridge. Al punto se adivina la fecundidad de su porvenir académico. Hay en el muchacho talento para la especulación y enteriza superioridad moral. Con ello se encaramará desahogadamente por la doble escala intelectual y administrativa. Y así a los grados sucesivos de bachiller, maestro y doctor en teología acompañan paralelamente las dignidades de master de su colegio mayor (Michaelhouse) y de vicecanciller de la Universidad. Pero más importante y existencialmente decisiva iba a ser otra elevación otorgada a Fisher, por privilegio, a la edad de veintidós años: la consagración sacerdotal, que sellaría irrevocablemente su trágico y luminoso, destino. A partir de este momento el sacerdote y el universitario se hermanan y condicionan en Fisher de por vida.
La madre del rey Enrique VII, viuda por tercera vez, cansada ya de una vida de azares palaciegos junto a tres monarcas, opta por colocar el resto de sus días bajo la dirección del brillante académico y sacerdote de indiscutida hondura espiritual, Juan Fisher. Este encuentro no sólo había de resultar ganancioso para el alma de lady Margaret, sino que debía repercutir fértilmente en el desenvolvimiento de la Universidad, en la que la noble dama decide invertir gran parte de su fortuna. Dos nuevas cátedras de teología con el nombre de su fundadora, lady Margaret, aparecen en Oxford y Cambridge, esta última regentada, naturalmente, por Fisher. Dos nuevos Colleges —de Cristo y de San Juan— van a surgir en Cambridge bajo la tenaz dirección del joven eclesiástico, que, a la edad de treinta y cinco años, es nombrado canciller de la Universidad y en noviembre de este mismo 1504, contando solamente 35 años, obispo de Rochester.
Fisher se aplica infatigable a la doble tarea. Su labor pastoral en la diócesis no se reduce a una lejana su pervisión simbólica, sino que entra a fondo en los problemas de su clero y alcanza personalmente a los menesterosos. Pero, profundamente percatado de la importancia, religiosa y apostólica en última instancia, del saber científico, urge desde su puesto de canciller la seriedad de los estudios. Recuerda con vergüenza la Universidad de sus tiempos de estudiante, con una biblioteca de solo 300 volúmenes y sin enseñanza alguna de griego y hebreo. En adelante estas lenguas sabias se integrarán en los programas universitarios y el propio Fisher, rozando los cincuenta años de edad, comenzará a familiarizarse con sus gramáticas, supliendo así la deficiencia y estimulando a otros con su ejemplo. Nunca debía abandonar la dedicación al estudio. La riqueza de citas contenidas en sus obras da cuenta de su contacto personal con la espléndida biblioteca, una de las más selectas de su tiempo, que pacientemente fue reuniendo en su palacio, para legarla más tarde a la Universidad.
Sus producciones no son las de un dilettante de la Cultura, sino instrumentos rigurosos de sus preocupaciones sacerdotales. Entre sus primeras inquietudes estaba la serpeante difusión de la recién nacida herejía luterana. Y así cuatro obras le colocan a la vanguardia de la apologética antiprotestante. La defensa del sacerdocio y la de la Eucaristía, contra Ecolampadio, suscitan dos nuevas obras a su pluma. Los escasos sermones que de él nos quedan —entre ellos las oraciones fúnebres de Enrique VII y de lady Margaret— son, sí, piezas clásicas de la elocuencia sagrada de su tiempo, pero al mismo tiempo modelos de austeridad y espíritu sinceramente religioso. Su prestigio intelectual contaba con el indiscutible apoyo de una vida santa, parca en el descanso y recia en la penitencia; despegada de ataduras terrenas, con la meditación insistente de la muerte que una calavera le ponía de continuo ante los ojos. Santo Tomás Moro pudo decir de él que "era un hombre ilustre, no sólo por la vastedad de su erudición, sino mucho más por la pureza de su vida", y Erasmo —amigo suyo y por él invitado a las cátedras de Cambridge— sostenía que no había en el país "hombre más culto ni obispo más santo".
Juan Fisher sintió siempre con gran agudeza los problemas de la Iglesia. Nos quedan páginas suyas cargadas de preocupación. Su plegaria es: "Señor, pon en tu Iglesia fuertes y poderosos pilares, capaces de sufrir y soportar grandes trabajos —vigilia, pobreza, sed, hambre, frío y calor—, que no teman las amenazas de los príncipes, la persecución ni la muerte..." Así quería a los demás, como lo manifestó su acre censura de la relajación del clero en el sínodo convocado por el cardenal Wolsey en 1508, en el que protestó fuertemente contra la mundanalidad de algunos eclesiásticos, y la vanidad de aquellos que buscaban altos puestos y no la verdadera santidad. Conforme a este ideal configuraba su propia vida.
Cuando Enrique VIII alega la nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón, la palabra de Fisher, desconocedora del temor a los príncipes, salta valiente en defensa de su validez e indisolubilidad recordando a sus adversarios que ya Juan el Bautista murió en similar conflicto con la irritación de un monarca. Más adelante, en su condición de miembro de la Cámara de los Lores, arremete contra ciertas medidas anticlericales o hace añadir una cláusula fatalmente restrictiva al nombramiento de Enrique VIII como Cabeza de la Iglesia en Inglaterra. Una tal firmeza, en el punto mismo en que otros colegas se doblaban a la voluntad regia, tenía que arrastrar sobre sí la persecución: cárcel por dos veces, intentos anónimos de asesinato, calumnias para complicarle en el asunto de una visionaria... Por fin llegará la prueba decisiva: el juramento de Supremacía, que viene indirectamente a reconocer la potestad de Enrique VIII sobre la Iglesia de Inglaterra, independizándola de Roma. Juan Fisher y Tomás Moro se niegan en redondo a prestar tal juramento. ¿Que otros lo hacen? Fisher responde a Cromwell: "A ellos debe salvarles su conciencia; a mí, la mía".
Fiel al imperativo de su conciencia, rectamente ajustada a la ley de Dios, Fisher ingresa prisionero en la Torre de Londres. Se le despoja de su título episcopal y Rochester queda declarado sede vacante. El papa Paulo III no se intimida y envía al agotado cautivo el capelo de cardenal. Ante esto Enrique VIII pierde el control de sus palabras: "Ese capelo se lo pondrá sobre los hombros, porque lo que es cabeza no ha de tenerla para recibirlo." El 17 de junio de 1535 es condenado a muerte. Lloran algunos jueces, pero nadie osa doblegar la voluntad del furioso monarca.
El sueño del cardenal en la víspera de la ejecución es sereno, más prolongado incluso que de costumbre. ¿Por que alterarse? Para el camino del cadalso no olvida protegerse del frío con una esclavina de piel, come, sí fuera de paseo. El libro de los Evangelios será su compañero en este camino último. Semicadáver ya por el ayuno y los sufrimientos, el anciano sube las gradas del patíbulo. Las postreras palabras del famoso orador anuncian que va a morir por Cristo y su Iglesia, y suplican una oración de la muchedumbre expectante, a fin de que él persevere firme en este trance decisivo. No le resta sino entonar el Te Deum, mientras el hacha, de un solo golpe, pone punto final al sufrimiento. La cabeza, cuyo corte ascético y, mirada profunda nos ha conservado el lápiz de Holbein, sube a lo alto de un palo, como lección de escarmiento, para los transeúntes del Puente de Londres, hasta que, quince días más tarde, otra cabeza, egregia también de santidad y martirio, venga a ocupar su puesto: la del canciller Tomás Moro.
Como siglos antes Tomás, arzobispo de Canterbury, víctima de la pasión de un rey Enrique, vuelve Juan Fisher a rubricar en tierra inglesa los derechos de Dios y de su Iglesia con el más hermoso y fecundo sello del cristianismo: a costa de su vida.
San Juan Fisher fue enterrado junto a la iglesia de All Hallows en Barking. Su cabeza fue exhibida en el Puente de Londres por dos semanas y después echada al río Thames.
En 1935, cuatrocientos años después de su martirio, Juan Fisher fue canonizado por el Papa Pío XI.
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Messaggio 16 di 31 di questo argomento |
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9 de julio SANTA EVERILDA,[*] Virgen (700 d. C.)
Todo lo que sabemos sobre esta sant doncella se deriva de las lecciones del Beviario de York en el día de su fiesta. Era hija de una noble familia que se había convertido al cristianismo poco después del bautismo de Cinegilo, rey de Wessex. Para entregarse enteramente al servicio de Dios, Everilda huyó de la casa paterna e ingresó en un monasterio. Ahí fueron a reunírsele otras dos jóvenes llamadas Bega y Wulfreda. En York San Wilfrido les regaló una mansión, conocida con el nombre de "Bishop's Farm". Santa Everilda formó allí muchas religiosas en la perfección del amor divino, que es la cumbre de la virtud cristiana y les infundió el verdadero espíritu evangélico. La santa exhortaba constantemente a sus compañeras a cumplir con fidelidad todas las obligaciones y deberes de su estado de perfección. Así vivió hasta que Dios la llamó a Sí.
Acta Sanctorum, julio, vol II. Stanton, Menology, p. 328 hace notar que los tres calendarios medievales de Inglaterra del norte mencionan a Santa Everilda en este día. Por razón de la semejanza de los nombres, se ha dicho que Everingham (East Riding) fue el sitio en que la santa fundó su monasterio; pero E. Ekwall no concede ninguna probabilidad a tal etimología. (Oxford Dictionary of English Place-Names)
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