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Respuesta  Mensaje 1 de 7 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD  (Mensaje original) Enviado: 15/07/2009 05:38


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Respuesta  Mensaje 2 de 7 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:38

13 DE JULIO
SAN ANACLETO,*

Papa y Mártir

   Contemplad a Jesús, autor y consumador de la fe,
el cual en vista del gozo que le estaba preparado,
sufrió la cruz sin hacer caso de la ignominia  
(Hebreos, 12, 2).

   San Anacleto gobernó la Iglesia durante la persecución de Trajano. Ordenó a los cristianos de aquel tiempo que comulgasen todas las veces que participaban de la santa Misa, a fin de que este Pan de vida los fortificara contra los ataques de persecución. Embelleció la tumba de San Pedro y destinó un lugar de sepultura para los soberanos pontífices. Fue martirizado durante la tercera persecución, hacia el año 109.

MEDITACIÓN SOBRE
TRES VIRTUDES DE JESUCRISTO

   1. Mira a Jesús crucificado, y aprende de Él a ser humilde. Él es despreciado, es objeto de burla, pasa por malhechor, por intrigante que ha querido hacerse rey y que sólo ha obtenido una corona de espinas. ¡Cuán penoso es para un hombre ser despreciado allí mismo donde, poco antes, fue colmado de los mayores honores! Jesucristo ha elegido el desprecio para enseñarnos a amar las humillaciones, que nos son tan ventajosas. (Tertuliano).

   II. Es admirable la paciencia de Jesús en la cruz: sufrió de parte de todos los hombres y en todas las partes de su cuerpo, sin murmurar; sufrió aun cuando hubiera podido escapar a los sufrimientos y aniquilar a los que tan cruelmente lo maltrataban. Compara tus dolores y tu paciencia con los dolores y con la paciencia de Jesús, y te encontrarás indigno del nombre cristiano que llevas. Jesús ha buscado durante su vida todas las ocasiones de sufrir, y tú las rehuyes!  Antes de dejar la tierra, Él ha querido saborear las heces del sufrimiento. (Tertuliano).

   III. No se contentó con obedecer a su Padre, llevó la obediencia hasta someterse a sus mismos verdugos. Atrévete ahora aquejarte de tus superiores cuando te manden algo que no te guste. Quéjate de ello, siempre que dirijas tus quejas a Jesús crucificado y que escuches lo que Él te responda. Quieres ser glorificado como Él; sé humilde como Él, sufre como sufrió Él. Lo que Cristo es, nosotros lo seremos, si seguimos a Cristo. (San Cipriano).

La devoción a la Pasión de Jesucristo
Orad por el buen uso de los Sacramentos.

ORACIÓN

   Pastor eterno, mirad con benevolencia a vuestro rebaño, y guardadlo con protección constante, por vuestro bienaventurado mártir y Sumo Pontífice Anacleto, a quien constituisteis pastor de toda la Iglesia. Por J. C. N. S. Amén.


Respuesta  Mensaje 3 de 7 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:39

13 de julio
SAN EUGENIO DE CARTAGO,(*)
 Confesor

   El prudentísimo y pacientísimo san Eugenio, obispo de Cartago, era un caballero seglar de esta ciudad muy estimado por su celo, discreción y piedad cristiana. Cuando por voz común de todos sus conciudadanos, fue elegido y ordenado sacerdote y obispo de aquélla iglesia en tiempo del cruel Hunerico, rey de los Vándalos, los cuales se habían hecho dueños y señores del Africa. Aunque el santo prelado gozó de paz en los primeros tiempos de su gobierno, y era respetado por los herejes, y muy amado por los católicos, que hubieran dado por él la hacienda y la vida, no tardó el rey Hunerico, que profesaba la secta de los arrianos, en perseguir de muerte a los fieles, y a sus venerables pastores. Para dar algún color a su perfidia, obligó a todos los obispos a jurar que deseaban que después de su muerte le sucediese su hijo en el trono. No dudaron algunos en jurarlo, juzgando que podían con ello contentar al rey, y otros no prestaron aquel juramento, pensando que era contrario a la ley de justicia; pero el bárbaro monarca los condenó a todos, alegando que los primeros habían sido infieles a Dios, que manda no jurar; y los segundos se habían mostrado rebeldes a su príncipe. Poco después dio orden para que la persecución se hiciese general. Los sacerdotes de Cartago fueron azotados con látigos y varas, las vírgenes consagradas a Dios cruelmente atormentadas, muriendo muchas de ellas en el potro, y los obispos, todo el clero y muchos seglares y señores católicos fueron desterrados. En un número de unas cinco mil personas. Cuando el pueblo vio tan maltratados a aquellos venerables sacerdotes y al santísimo obispo Eugenio, que con ellos iba desterrado, les seguía con los ojos llenos de lágrimas, diciendo: ¿Cómo nos dejáis así desamparados para ir vosotros al martirio?, ¿quién bautizará a nuestros hijos?, ¿quién nos administrará la penitencia y la comunión?, ¿quién nos enterrará después de muertos y ofrecerá por nosotros el divino sacrificio? Habiendo fallecido ya aquel cruel rey de los Vándalos, tornó el varón de Dios a su diócesis, pero fue desterrado de nuevo por Trasimundo a las; Galias, y haciendo vida solitaria cerca de Albi, escribió algunos libros contra los, errores de los herejes, hasta que consumido de trabajos descansó en el Señor. También murió en el destierro todo el clero de Cartago, compuesto de unos quinientos sacerdotes y diáconos y de muchos niños que eran cantores de aquélla iglesia, y con ellos el santo arcediano llamado Salutario, y Murita, que era el segundo de aquellos sagrados ministros, los cuales habiendo sido puestos por los herejes tres veces en el tormento, perseveraron constantes en la verdadera fe de la iglesia católica y merecieron la corona inmortal de confesores de Jesucristo. 

REFLEXIÓN

   ¿Has reparado sin duda en el castigo que dio el bárbaro Hunerico así a los que trataron de contentarle a él, como a los que sólo quisieron contentar y estar bien con Dios? Cumplamos pues las obligaciones de conciencia sin respetos humanos, porque hasta los malos echan a mala parte lo que se hace por complacerles contra la conciencia y violando la ley del retorno vuelven mal por bien. Mas Dios, es fidelísimo, y si hacemos su santísima voluntad, aun a costa de las persecuciones de los malvados, no seremos confundidos, sino más dignos del respeto y admiración de los hombres, y de la alabanza y gran, recompensa de Dios. "Bienaventurados, dice Jesucristo, los que padecen por la justicia, porque es grande su galardón en el reino de los cielos".

ORACIÓN

   Dígnate, Señor, oír nuestras oraciones en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Eugenio, y perdona nuestros pecados, por los méritos e intercesión de este santo que te sirvió tan dignamente. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Respuesta  Mensaje 4 de 7 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:39

13 de julio
BEATO JUAN DE MAYORGA  Y
 40 COMPAÑEROS MÁRTIRES
,(*)

   Bien ganado tenía la madre Teresa de Jesús este conventual sosiego con que se regala en Ávila después de las andaduras y desventuras de aquel año 1570.

   La fundación de Pastrana le puso el corazón en aprietos de sangre ante el dramático destino de sus pobres monjas, entregadas al turbio albedrío de la princesa de Éboli. Con su único ojo bello, inquietante y sutil, quiso doña Ana Mendoza de la Cerda envolver sus extravíos en el lirio celeste de la blanca capa del Carmelo. Y como todo eran embelecos de fantasía y antojos de viuda, aún verde, muy pronto colgó penitencias, silencios y hábito. Pero ni aun así placían la devoción y el recogimiento en aquel Carmen, acosado, desde fuera, por las impertinencias priorales de la Éboli. Total, que la Santa procuró "por cuantas vías pudo, suplicando a Perlados, que quitaran de allí el Monasterio", como se hizo. Y Teresa de Jesús, baldada de carretas y de muleros, dio con su amargura en la Encarnación de Ávila, peregrinando penosamente los caminos de Madrid, Toledo y Escalona.

   Se entiende muy bien toda su vida, a la luz de aquel ardoroso anhelo de San Pablo: "suplir, con el sacrificio de su carne, lo que resta a la Pasión de Jesucristo, por su Cuerpo, que es la Iglesia". Y a tan altos arrobos le sube su corazón enamorado -su "muero porque no muero"- que muchas veces refresca los ardores de su angustia con la memoria de aquel ansia adolescente de martirio que le empujaba a irse para cristianizar las tierras de moros. ¡El martirio!

   Y ahora, en el silencio de su clausura apacible, cuando el verano implacable de Castilla pone los cielos transparentes, como el purísimo cristal donde se mira la gloria de Dios. 15 de julio de 1570. Teresa canta los finos latines del salterio de Vísperas, en honra de su Madre del Carmen, que es también la Virgen Capitana del mar. Y es su oración tan honda y tan quieta, que luego se sale, sí, extática y luminosa, a la contemplación de los divinos secretos inefables. Jesucristo le va a compensar sus fracasos de Pastrana. Y, de pronto, le muestra una falange de jesuitas, con sus estolas de sangre y sus palmas de martirio, que suben glorificados a la eterna beatitud del cielo. Queda la Santa absorta, enajenada de gozo, embebida en la luz del cortejo, que viene desde la mar oceánica, desconocida y distante; y aun le parece que la espuma de las olas pone un escabel de pleitesía a los bienaventurados; que canta con ellos un tedéum de oro y de cristal, hasta que se pierden en la gloria de Dios.

   Cuando torna en sí confiere a su confesor y consejero, padre Baltasar Alvarez, el regalo de aquélla visión misteriosa que tan altas consolaciones le diera: porque la sangre de los mártires -lo sabe ella muy bien- ha sembrado en el mundo el buen trigo de Dios para colmar los graneros de la Iglesia. Pero ni fraile ni monja atinan a esclarecer el mensaje de la visión. Pasaría aún mucho tiempo hasta que Lisboa y Madrid conocieran la aventura de un navío que, por las mismas rutas del Descubrimiento, dio testimonio de los destinos misionales de España, para vergüenza de muchos colonialismos que vendrían después. Y esta historia admirable os la voy a referir muy puntualmente, para la mayor gloria de Jesucristo.

   Todo el negocio anda entre santos. La primavera de 1569, recibe San Francisco de Borja, en su curia generalicia romana, al padre Ignacio de Acevedo, jesuita portugués, insigne por su piedad y sabiduría. Retorna, desde el Brasil, a traer informes sobre la encomienda de visitador que el tercer general de la Compañía le diera en 1566. Sus noticias son francamente alentadoras.

   Durante los tres primeros meses de su residencia en la capital -Bahía de Todos Santos- se había detenido el padre para reavivar el verdadero espíritu de Loyola entre sus hermanos jesuitas de la primitiva fundación, hecha diecisiete años antes. "En aquel tiempo -leemos en una crónica antigua- la provincia misionera del Brasil recibió, con Acebedo, el alma de la Compañía, ya que hasta entonces había regido según criterio de los distintos superiores, diferentes en talentos y espíritu, y con diverso influjo sobre los súbditos." Como es natural, le costó muchas penas y trabajo esta reforma interior, hasta configurarles con la imagen de San Ignacio, que él guardaba fielmente en la norma de su corazón y de su vida. Y lo hizo, según las viejas memorias, "con suma prudencia, celo ancho y encendida caridad", virtudes poco comunes a su edad joven.

   Tenía asegurada la base inconmovible de aquellas difíciles misiones: los obreros de la mies. Pero la mies era mucha: una selva virgen que escondía terribles misterios de sangre. Los fundadores se habían establecido cautamente, a los principios, por todas las orillas del mar, en la desembocadura de los grandes ríos, donde la presencia de los soldados portugueses les guardaba de morir entre las bocas hambrientas y salvajes de los antropófagos. Algunos, sin embargo, cristianizaban la selva. Y a todos visitó Acevedo, superando las penalidades de tantos caminos arriesgados. Fundó escuelas de enseñanza, y aquellas magníficas "reducciones", como primera conquista del orden social, para alivio de pobrezas y estímulo del trabajo. Con licencias del rey don Sebastián erigió en Río de Janeiro el Colegio Real, de altos estudios, verdadero martillo de la herejía calvinista, que contaba allí con innumerables prosélitos.

   Y ahora, en esta dulce primavera romana de 1569, entrega a Francisco de Borja el brillante informe de su visita al Brasil. Hay una petición justa, celosa, instante. Que se le autorice una leva de misioneros portugueses y españoles, como urgente estrategia para la conquista cristiana de las tierras recién descubiertas. Accede Borja, porque la Compañía sólo busca la mayor gloria de Dios. Y, para que esta recluta de soldados de la Iglesia cuente con las máximas bendiciones del cielo, le presenta al Papa San Pío V, que emocionadamente acoge aquélla empresa de la catolicidad española. Hay un detalle misterioso. El Pontífice concede a Acevedo la licencia singularísima de sacar dos copias de aquélla Madona de San Lucas venerada en Santa María la Mayor, para que les acompañe. Y mediante estas imágenes, la Señora, que es Reina de los apóstoles, va a jugar en la aventura marina del martirio el papel protagonista de "Columna de toda fortaleza".

   Al retorno de Roma encontramos a Acevedo en Zaragoza, en plenas faenas de completar su expedición de sesenta y nueve voluntarios jesuitas. No viene perdido, sino atado a la fama de virtudes y enorme temple de un coadjutor humilde, que le llegó hasta la Ciudad Eterna. Se trata de Juan de Mayorga, el navarro. Y diciendo "navarro" ya se comprende la reciedumbre de un carácter, decidido a las más duras conquistas y batallas por la defensa de la fe. Mucho tiempo estuvo abierta una disputa histórica sobre su origen incierto. Pero las recientes investigaciones del insigne padre Pérez Goyena han devuelto a Mayorga su bautismo de navarro verdadero. La controversia tenía sus razones. Porque precisamente en el mismo año en el que nace -1530-, en San Juan de Pie de Puerto, nuestro césar Carlos abandona el regimiento de aquélla Sexta Merindad, atribuida siempre a la Corona de Navarra. Bastante lógico que los historiadores franceses, con muy débiles argumentos, le hicieran francés. Pero ahora son abrumadoras sus credenciales de legitimidad navarra y española.

   Sabemos de él que tenía "un cuerpo sano y robusto", común entre la raza vasca; que era pintor, y que fue admitido en la Compañía, a la edad de treinta y cinco años, el 22 de julio de 1566. Sería un artista modesto, piadoso desde siempre en su oficio, pues ignoramos los calibres de su maestría, aunque es fama que sus pinturas obraron prodigios, y fueron muy solicitadas, después de su martirio.

   No estaba Mayorga huérfano de paisanaje en aquélla fulgurante leva del padre Acevedo por España y Portugal. En el colegio de Plasencia se alistó entre los misioneros otro navarro -Esteban de Zudaire-, puro en sus diecinueve años, como un lirio de sus ricas montañas de la Améscoa. Entonces precisamente salía de unos fervorosos ejercicios espirituales, en los que le fue revelada su vocación al martirio. Era sastre de artesanía. Pero, en aquélla empresa de cristianizar a los infieles, un artista podía traerlos a la fe y religión de Cristo con la hermosura y la gracia de sus colores, y el buen sastre cubrir castamente los pecados de la carne pagana y desnuda.

   Para marzo de 1570 ya tenía Acevedo asentada en Lisboa la expedición de sesenta y nueve jesuitas, en espera de hacerse a la mar. Como tanto le urgía su arribo inmediato al Brasil, contrata pasaje con el capitán de la carabela Santiago, bajo la promesa de aparejar, en tres semanas, todo lo necesario para tan larga y peligrosa travesía. Los futuros compañeros de viaje eran mercaderes -corazones avaros, sin religión ni justicia-: y se convino en acomodar media nave, a forma de clausura, para que los religiosos, allí, pudieran libremente cumplir sus rezos y su regla. Todo perfecto, admirable. Pero luego saltaron penosas trifulcas con el capitán, dilaciones y dilaciones, a lo largo de cinco meses.

   El 5 de junio la Santiago se hacía a las aguas, desde Lisboa, agregada a una flota de ocho carabelas bien armadas, para conducir al mismo destino al nuevo gobernador, don Luis de Vasconcellos. Los misioneros fueron distribuidos de esta suerte: veinte en la nao capitana; tres como ángeles custodios de una turba de niños, huérfanos por la peste de Lisboa, que iban a posesiones de ultramar: siete como capellanes del resto de la flota y treinta y nueve, con el padre Acevedo, en la Santiago. Pero sobre este único y grande camino del mar Dios traza otro misterio de caminos, que se enfilan hacía su gloria. ¿Quién pensaría entonces, cuando la primavera madura ponía en la cornisa de las playas lisboetas un triunfo de gaviotas, de rosas de sal y de canciones, que allí arriba, entre las brumas de La Rochelle, un hombre perjuro de su fe católica, cínico y pirata, reunía sus carabelas para cazar a los cristianos? Sólo Dios.

   Santiago Soria se tituló "general de los mares" de aquélla doña Juana de Navarra, reina sin reino, oprobio de mujeres y calvinista. Era rico, por sus asaltos afortunados a naves venecianas y portuguesas. Pero ahora no le atraían las joyas ni los doblones de oro, sino aquel placer de la venganza. A todo viento de sus velas impacientes planta su flota, como un diabólico atlante, en la misma ruta del gobernador Vasconcellos, y le veja con sus mensajes altaneros y desvergonzados. Es buen estratega, astuto y valiente.

   El 13 de junio la expedición cristiana pone sus proas a la isla de Madera, donde se toman un descanso. Los naturales del país avisan a Vasconcellos que el corsario Soria navega por las alturas de la Gran Canaria, y entonces decide detenerse hasta que pasen los peligros de un asalto pirata. Para Acevedo el problema es duro, pavorosa la prueba. Los mercaderes de la Santiago urgen proseguir, porque la suerte de la propia vida pesa menos que los doblones de oro que han de amontonar con el tráfico de sus mercaderías. El bendito padre Ignacio se recoge a ayunos y a oración: celebra ante sus compañeros una misa del Santo Espíritu, declarándoles, en una encendida arenga, los términos reales del peligro que corren si se hacen a la mar de nuevo. Aceptan todos, menos cuatro, que se reemplazan con otros cuatro valientes. Y el 9 de julio boga la Santiago, con buen temple de vientos, hasta la vista de La Palma. Pero entonces, a la luz borrosa del alba, un marinero grita desazonadamente: "¡Naos a la vista!" Es Soria, fanfarrón de sus cuatro carabelas, veloces y fuertes de artillería, que levanta su bandera intimando la rendición de la Santiago. ¡Pero qué española la respuesta! Una seca descarga de morteros y arcabuces, que pone un escalofrío de odio y de rabia en la carne morena del corsario. Después, una rápida maniobra de envoltura al navío cristiano... ¡y al abordaje!, mientras él increpa desde el puente de la nao capitana: "Perros sarnosos, que abrís por el Brasil juicios de inquisición y de tortura para mis amigos luteranos, ¡A morir sin piedad, sin óleos, como los perros!

   Hay un confuso griterío de blasfemias, cruzarse de picas y de espadas, jadeos de sudor, oraciones, crujidos de huesos rotos, entrañas al desnudo, tufo de sangre caliente... ¡Horrible la tortura y las matanzas! ¿Y cómo el cielo permanece azul, apacible, confundido con las aguas quietas que ya son de pura sangre?

   Acevedo cayó en primer lugar. Quisieron arrancarle aquélla Madona de San Lucas, pero sus manos, como garfios de acero, sostenían en alto la divina imagen. Y allí quedó sobre las olas, para sostener el martirio de los compañeros. A Mayorga le partieron materialmente por la cintura, rotas ya las articulaciones, para que su robustez de Vasco no le salvase, nadando a la desesperada. Y aún bendecía a sus verdugos, con el crucifijo, cuando la tumba piadosa del mar acogía sus despojos sangrientos. La muerte de Zudaire fue más rápida, pero más expresiva: le segaron casi la cabeza del cuerpo, y, cuando le arrojan a las aguas, aquellos labios limpios y jóvenes, que perdonan, cantan un tedéum de triunfo, que luego repiten y agrandan las caracolas, los ángeles y los vientos, para que todos los triunfadores, que oficiaron su propio sacrificio, entren en la gloria de Dios.

   ¿Por qué Teresa de Avila contempla, este mismo atardecer, el gozo celeste de estos bienaventurados jesuitas? Acaso las voces de la sangre. Porque, al fin de la matanza, indultado el hermano cocinero con el designio de ponerle al servicio del pirata, un sobrinillo del capitán de la Santiago -San Juan de apellido y con estirpe, en su sangre, de la Santa- toma una sotana de los mártires y, revestido de jesuita, se ofrece -como una rosa encendida, su carne de niño- para cerrar la cuarentena de la corona triunfal de este martirio. Como en Sebaste de Armenia, misteriosamente.

   Invita a pensar la historia. Estos esforzados atletas de Cristo -obscuros y humildes, como Zudaire y Mayorga- entregaron, en testimonio de su fe, la existencia por la esencia, sin miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no alcanzan a destruir los alcázares inmortales del alma.

   Las doctrinas de Cristo en su Evangelio, y su obra de redención, perennemente viva en el alma de su Iglesia, han de padecer hasta el fin. Porque Él se nos ha revelado como el signo de contradicción y piedra de toque para el bien y para el mal.

   En nuestro tiempo, junto a sutiles persecuciones y opresiones físicas, que han levantado una muchedumbre de "testigos del Señor Jesús", con el tributo martirial de sangre y haciendas, cunde otro más dramático combate: el del materialismo dialéctico y técnico, que convierte al hombre, descristianizado, en una helada máquina de rencor, de tedio y de angustia. Es llegada la hora de definir nuestra vida en un sentido sacro de testimonio, en defensa de las verdades de nuestra fe, de la moral católica y de los derechos y libertades de nuestra madre la Iglesia.

   Testigos de la verdad del Evangelio, el intelectual y el profesional, el artista y el artesano, dentro de la casa y en medio de las trepidaciones angustiosas de nuestra calle moderna.

   Como esta noble falange jesuita de mártires del Brasil, que en su lejanía de siglos nos enseñan, con temple muy español, a cuánto nos obliga nuestro bautismo de cristianos.

 FERMÍN YZURDIAGA LORCA


Respuesta  Mensaje 5 de 7 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:39

13 de julio
SANTAS BRÍGICA y MAURA, *
Vírgenes
(¿Siglo I?)

   En picardía se profesa un culto muy antiguo a estas dos vírgenes, pero los eruditos no han conseguido hasta ahora establecer su biografía en forma satisfactoria. Según la leyenda, Maura y Brígida eran dos princesas inglesas de Nortumbría. Durante una peregrinación que hicieron a Roma, fueron asaltadas por bandoleros francos paganos, quienes les dieron muerte en Balagny-sur-Thérain. Fueron sepultadas ahí mismo, y el pueblo cristiano empezó a venerarlas como mártires. A mediados del siglo VII, Santa Batuda, la esposa de Clodoveo II, que era originaria de Inglaterra (probablemente bretona, ya que había sido esclava), intentó trasladar las reliquias de Maura y Brígida al monasterio de Celles; pero una intervención divina se lo impidió, de suerte que las reliquias permanecieron en Nogent-les-Vierges (Oise), donde se les construyó un santuario en 1185. San Luis de Francia fue muy devoto de estas dos santas y gran benefactor de su santuario, al que fue una vez en peregrinación. En Beauvais se atribuyó a las santas la desaparición de una epidemia, y con ello aumentó todavía más la devoción que el pueblo les profesaba.

   Según relata San Gregorio de Tours, su predecesor, San Eufronio, había oído hablar de una misteriosa luz que brillaba sobre una colina y de dos doncellas que habían tenido una visión y afirmaban que era necesario construir una capilla en la colina porque en ella se hallaban sepultadas dos santas vírgenes. San Eufronio visitó personalmente el sitio, y ahí el cielo le reveló que las vírgenes se llamaban Maura y Britta, que habían vivido en la soledad en Ariacum (actualmente Saint-Maure) y que habían muerto en el siglo V, poco después de San Martín. Las reliquias fueron descubiertas efectivamente y se erigió la capilla. Tales fueron los comienzos del culto que todavía existe en Turena. La fiesta de las santas se celebra en Tours el 28 de enero. Debido a la semejanza de los nombres y a la época en que vivieron dichas vírgenes, los historiadores han tratado de identificarlas con las santas de Nogent.


Respuesta  Mensaje 6 de 7 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:39

13 de julio
SAN SILAS, *
(Siglo I)

   El 13 de enero se lee en el Martirologio Romano: "En Macedonia la muerte del bienaventurado Silas, uno de los primeros cristianos. Habiendo sido enviado por los Apóstoles a las Iglesias de los gentiles con Pablo y Bernabé, fue lleno de la gracia de Dios y desempeñó celosamente el ministerio de la palabra. Descansó en paz después de haber glorificado a Cristo con sus sufrimientos."

   Los Hechos de los Apóstoles mencionan por primera vez a Silas en el capítulo 15, donde le presentan junto con Judas, como "los principales entre los hermanos" elegidos para acompañar a Pablo y Bernabé en su viaje a Antioquía para llevar una carta del Concilio de Jerusalén a los gentiles conversos de Siria. Judas y Silas, "que también poseían el don de profecía", tomaron parte en la predicación y en la confirmación de los hermanos. Silas permaneció con Pablo y Bernabé en Antioquía, hasta que estalló el desacuerdo entre los dos Apóstoles. Entonces, San Pablo le escogió para que le acompañase en la visita a las otras Iglesias de Siria y de Cilicia y en el viaje a Macedonia. Silas fue golpeado y encarcelado junto con San Pablo en Filipos y también él recobró milagrosamente la libertad. En Berea se quedó con Timoteo; pero San Pablo los mandó llamar a Atenas y ambos se reunieron en Corinto con el Apóstol. Ahí escribió San Pablo sus dos epístolas a los Tesalonicenses; en ambas cita a San Silas por su nombre completo: "Silvano." A esto se reduce lo que sabemos acerca de él. Pero la tradición afirma que nuestro santo pasó el resto de su vida en Europa y que murió en Macedonia, como lo dice el Martirologio Romano. No es imposible que Silvano, el secretario de San Pedro (1 Pe. 5:12), se identifique con San Silas.

   Lo único que sabemos de cierto acerca de Silas es lo que se narra en el Nuevo Testamento. Ver Acta Sanctorum, julio, vol. III; cf. Vigouroux, Dictionnaire de la Bible; y Hastings, Dictionary of the Bible.


Respuesta  Mensaje 7 de 7 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:39

13 de julio
SANTA MILDRED

Abadesa

(700 P. c.)

 

.

   Los padres de Santa Mildred fueron Merewalh, Rey de Mercia, y Santa Ermenburga de Thanet, y sus hermanas, Santa Milburga y Santa Mildgytha. Fue educada en el el convento de Chelles, cerca de París. Rechazó una oferta de matrimonio y entró en el convento de Minster, fundado por su madre, en la isla de Thanet, dicho convento aun existe, siendo uno de los más antiguos de monjas benedictinas de Gran Bretaña.

   La santa trabajó con San Teodoro de Canterbury y siendo abadesa de Minster, tuvo como novicia a Santa Edburga.

   Sobresalía por su generosidad con los pobres y su dedicación especial a los trabajos sociales.

   Murió de causas naturales, en el año 700: Fue enterrada en Canterbury, y luego trasladada a Deventer, en Holanda, pero parte de sus reliquias se encuentran en Minster, a donde aún hoy continúan las peregrinaciones anuales para visitar sus reliquias.

   Según dice un hagiógrafo inglés, fue canonizada por su encanto, su gentileza y su facultad de consolar a los afligidos.



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