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Respuesta  Mensaje 1 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD  (Mensaje original) Enviado: 15/07/2009 05:45


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Respuesta  Mensaje 2 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:45

17 de julio
SAN ALEJO,* 

Confesor

Quienquiera haya dejado casa o hermanos,
o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos,
o heredades, por causa de mi nombre, recibirá
el ciento por uno y poseerá la vida eterna. 

(Mateo, 19,29).

   San Alejo dejó a su esposa el mismo día de su casamiento, y se retiró a la ciudad de Édesa, donde distribuyó sus bienes entre los pobres y mendigó por espacio de 17 años, hasta que sus milagros lo dieron a conocer. Embarcóse entonces para Sicilia; pero una tempestad lo arrojó al puerto de Ostia. Recibido como extraño en la casa de su padre, vivió en ella 17 años, desconocido de todos, sufriendo las afrentas de sus propios sirvientes, y oyendo a toda hora los lamentos con que lo recordaban sus padres y su esposa. Una esquela que se encontró con él después de su muerte, dio a conocer su nombre y la historia de su vida. Murió en los comienzos del siglo V.

MEDITACIÓN SOBRE SAN ALEJO

   Alejo dejó su esposa y todas las ventajas de una gran fortuna, para vivir en la pobreza y en la castidad. ¿Puedes esperar tú iguales riquezas, placeres y honores? ¿De dónde, pues, procede que no tengas la misma estima y el mismo amor por la pobreza? Es que, sumergido por entero en las cosas de la tierra, no piensas ni en el paraíso ni en el infierno. Si meditases estas grandes verdades, sin pena dejarías los placeres de este mundo para encontrar otros más puros y duraderos en el cielo. Abandonemos los placeres y no los extrañaremos. (Tertuliano). 

   II. San Alejo volvió a la casa paterna para triunfar del amor de las riquezas, de los honores y de los placeres, no ya mediante su huída, sino en franca lucha. ¡Qué cruel fue este combate! ¡Qué difícil hubiera sido obtener victoria, si Dios, que le había inspirado ese proyecto, no le hubiese proporcionado la fuerza para vencer! Tú, que estás en el mundo, no te excuses alegando sus tentaciones ni sus ocasiones. ¿Qué son tus tentaciones comparadas con las de San Alejo? Avergüénzate más bien de tu flaqueza.

   III. ¡Cuál no habrá sido la alegría de Alejo, en la hora de la muerte, por haber vencido al mundo, al demonio y a la carne! ¡Ah! ¡cuánto más consuelo habrá tenido de morir pobre, casto y desconocido, que de morir después de haber gozado de los bienes que su mismo nacimiento le aseguraba! ¿Quieres morir como San Alejo? Imítalo e implora a menudo su socorro. Vive santamente, y la muerte perderá para ti todo su horror. No se ha de mirar la muerte como un mal cuando ha sido precedida de una buena vida. (San Agustín).

El desprecio del mundo
Orad por los agonizantes. 

ORACIÓN

   Oh Dios, que todos los años nos dais un nuevo motivo de alegría con la fiesta del bienaventurado Alejo, vuestro confesor, haced, por vuestra bondad, que honrando la nueva vida que ha recibido en el cielo, imitemos la que vivió en la tierra. Por J. C. N. S. Amén.


Respuesta  Mensaje 3 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:45

17 de julio
TRIUNFO DE LA SANTA CRUZ(*)
(En España)

Líbranos Señor del mal de las guerras
y, por el estandarte de la Santa Cruz, 
colócanos bajo la seguridad
de tu protección, para destruir todas 

las asechanzas de los adversarios.
(De la Secreta del la Misa del Día.).

   Entre las ilustres victorias que Dios nuestro Señor ha dado a los cristianos contra los infieles y enemigos suyos, es muy admirable la de las Navas de Tolosa, que alcanzó el rey de Castilla don Alfono el VIII, en compañía de los reyes de Aragón y de Navarra, sobre el rey moro Mahomat y su innumerable ejército. Recabó el arzobispo de Toledo del Papa Inocencio III que concediese cruzada a todos los que viniesen a aquella guerra, y les otorgase las mismas gracias e indulgencias que se concedían a los que iban a la conquista de la Tierra Santa; y fue tan grande el concurso de gentes que acudieron de toda España y aun de Francia e Italia, que se puso en orden uno de los más lucidos ejércitos que en España se habían visto. Salieron pues de Toledo los soldados cristianos a los veinte días del mes de junio; y venciendo las dificultades del camino, ganaron de mano de los bárbaros algunos pueblos, como Malagón y Calatrava, y llegaron al puerto que llaman del Muradal, en donde estaba el rey Mahomat con su ejército, muy grande y poderoso. Supo el moro por sus espías que los cruzados extranjeros se habian retirado, en cierto motín que sucedió en el ejército; y determinó esperar al rey en campo raso, y así se retiró un poco a los llanos de Baeza, dejando en las Navas de Tolosa (que es un paso muy estrecho) parte de su gente para hacer daño en los cristianos. El camino era muy trabajoso y áspero, y los enemigos estaban ya a la vista; mas un pastor muy práctico de toda aquella tierra guió a los cruzados por la ladera del monte, de tal manera, que llegaron al sitio que deseaban, viéndolos los enemigos sin poderles estorbar el paso. El rey Mahomat presentó luego batalla a los cristianos, y llegada la noche del domingo, el rey Alfonso mandó pregonar a sus tropas que se apercibiesen para la batalla con la confesión y comunión; y levantando las manos al cielo, suplicó al Señor les diese victoria de sus enemigos. Vinieron pues a las manos los dos ejércitos, y al principio parecía que llevaban lo mejor los moros, de manera que el rey dijo al arzobispo don Rodrigo: "¡Ea, arzobispo; muramos aquí, yo, y vos!" Mas el arzobispo le respondió: "No, señor, no moriremos, sino que Venceremos". Luego se conoció la ventaja de los cristianos y el favor del cielo; porque la cruz que un canónigo de Toledo llevaba delante del arzobispo, pasó por todos los escuadrones enemigos sin daño del que la llevaba, aunque de todas partes le tiraban infinitas saetas. Llegando el estandarte real que llevaba una imagen de Nuestra Señora a donde estaba la mayor fuerza del ejército moro, lo desbarató y deshizo como humo. El rey Mahomat, con algunos de su corte, apenas pudo escapar, quedando muertos en el campo doscientos mil almohades. Esta insigne victoria llenó de gran alegría y regocijo a toda la cristiandad, y para memoria de ella se instituyó la fiesta del triunfo de la santa Cruz, porque la santa Cruz rompió por medio de los escuadrones enemigos y quebrantó aquel día todo el poder de la soberbia morisma. 

REFLEXIÓN

   Supliquemos al Señor que por la virtud de la santa Cruz sea también confundida y humillada la arrogancia de los herejes, sectarios y demás enemigos de Jesucristo, que turban la paz del pueblo cristiano con tan gran menoscabo de su felicidad temporal y eterna. 

ORACIÓN

   Oh Dios, que por la virtud de tu santa Cruz diste a tu pueblo creyente glorioso triunfo de sus enemigos, rogámoste que concedas victoria y honra perpetua a los piadosos adoradores de la santa Cruz. Por J. C. N. S. Amén.


Respuesta  Mensaje 4 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:45

17 de julio
LOS MÁRTIRES ESCILITANOS, (*)

   El día 17 de julio del año 180, al comienzo del reinado de Cómmodo, el desdichado hijo y sucesor de Marco Aurelio, fueron ejecutados en Cartago un grupo de mártires procedentes de Scili, pequeña población de Numidia, en el Africa proconsular romana.

   Eran gente humilde, doce en total, de los cuales cinco eran mujeres. Serían probablemente artesanos o trabajadores del campo, sin que tengamos de ellos más noticias que las escuetas que nos han transmitido las actas de su martirio. Todo hace suponer que fueran parientes entre sí, o tal vez matrimonios, pero no tenemos referencia exacta de tales extremos.

   El documento de su martirio es de los más emocionantes de la antigüedad cristiana, que nos recuerda en su misma sencillez a los Evangelios. Resulta milagroso que haya podido conservarse, pues durante la persecución de Diocleciano fueron sistemáticamente destruidos los archivos cristianos y perecieron muchísimas de las actas auténticas de martirio. Estas a que nos referimos contienen el proceso proconsular estenográfico, tomado verbalmente por los notarios imperiales. Se trata de un texto irrecusable, que todo él rebosa verdad.

   Procesos semejantes debieron de hacerse muchísimos. Las persecuciones sufrieron grandes alternativas, desde Nerón a Diocleciano. Unas veces arreciaban, otras aflojaban, permitiendo épocas de respiro, en que podía organizarse la vida religiosa con cierta seguridad.

   La legislación romana era un tanto ambigua en lo referente al cristianismo, y por este tiempo se regulaba por el rescripto de Trajano, que prohibía buscar a los cristianos -conquirendi non sunt-, pero obligaba a las autoridades a formarles proceso cuando se presentaba contra ellos una denuncia suscrita en regla, dado que las delaciones anónimas no habían de ser tomadas en consideración. Ya se comprende que en una situación tan precaria, sujeta además a los rumores y calumnias que corrían entre el populacho sobre supuestos crímenes y costumbres nefandas de los cristianos, la vida de éstos estaba pendiente de un hilo, que con suma facilidad se quebraba cuando el procónsul o gobernador de provincias se dejaba exceder en su celo o compartía la inquina del vulgo contra ellos.

   Porque lo extraño del caso es que, reconociendo en principio la legislación la honradez de los cristianos, al prohibir que se les buscase -"a los criminales se les busca y persigue", argüía con lógica Tertuliano- en cambio, si eran delatados por tales, se les condenaba a pena de muerte, aunque obtendrían sentencia absolutoria si apostataban de su fe.

   De esta forma los procesos contra los cristianos revestían unas características peculiarísimas, que no tenían parangón con otros delitos que fueran llevados a los tribunales. La sola confesión del reo, sin más necesidad de testigos, era motivo suficiente de condenación, salvo que se retractase de su "crimen". Esto daba lugar a un forcejeo entre el presidente del tribunal y el cristiano, no carente de emoción, que en el caso que nos ocupa es destacadísimo, pues hasta se llega a conceder a los cristianos un plazo para que piensen y recapaciten, lo cual se hace constar asimismo en la sentencia

   La terquedad del cristiano de mantenerse firme en su fe, que no cedía ante la tortura ni ante la muerte, debía ser incomprensible para el juez pagano. A algunos de éstos se les ve naturalmente honrados, y que proceden con disgusto en tan enojosos procesos, en los que, finalmente, eran ellos los vencidos y los mártires los campeones. Por lo general se quedaron en lo exterior, sin comprender toda la grandeza de los mártires, como el mismo Marco Aurelio, que, siendo un alma noble, de ética tan elevada que su pluma puede parecernos cristiana, persiguió duramente a los fieles tomando a fanatismo su desprecio de la vida.

   Pero también hubo almas mejor dispuestas que llegaron a la verdad del cristianismo a través de la entereza de los propios mártires, superando los prejuicios y leyendas que corrían acerca de su baja moralidad. La comparación era bien patente: "así no morían los criminales", que además tenían ganada la libertad con un sencillo gesto de echar unos granos de incienso ante la estatua del emperador o formular por escrito o verbalmente una retractación.

   Tales procesos, siendo públicos, se prestaban también a una "propaganda" de la nueva religión. El mártir era etimológicamente "el que daba fe", el que confesaba en público su doctrina y el que a menudo la rubricaba con su sangre, con lo que el testimonio resultaba del todo excepcional.

   Los fieles no desaprovechaban la ocasión. Así hacían, junto con la confesión de su fe, una exposición de la misma, justificando sus creencias y la imposibilidad de retractarse de ellas. A las llamadas a la cordura de los jueces paganos contestan siempre que no pueden obedecer. Ellos acatan las leyes del Imperio, pagan los tributos, son ciudadanos respetuosos con las autoridades constituidas; pero no pueden acatar la religión oficial, que comportaba el culto al emperador y a la diosa Roma, o sea, la divinización del Estado. Esto constituía su "crimen", que lo era de lesa majestad y estaba castigado con pena de muerte.

Sin embargo, como los cristianos en su vida ordinaria no eran peligrosos se les dejaba en paz, siempre que no mediase delación formal o que los tumultos del populacho, tantas veces provocados por los judíos, no aconsejasen una táctica de rigor. En general, la política del Imperio para con el cristianismo fue contemporizadora, recordándonos en algunos aspectos la de ciertos Gobiernos anticomunistas de nuestros días.

   Al evocar el martirio de los doce cristianos de Scili quisiéramos rendir un homenaje a otros muchísimos mártires anónimos de entonces. El cristianismo había penetrado ya profundamente en todas las capas sociales, había alcanzado no sólo las ciudades mejor comunicadas, adonde llegarían primero los predicadores evangélicos, sino también los municipios, y los "pagos" o aldeas. En Africa el centro de irradiación debió ser Cartago, puerto comercial de primer orden. Este grupo compacto de cristianos de Scili, bien instruidos en su fe, bien seguros de su religión, no serían improvisados; constituirían una comunidad cristiana con culto normal, con adoctrinamiento metódico, donde se leían entre los fieles, las epístolas de Pablo, "varón justo".

   Como estos núcleos los había ya a finales del siglo II por todo el Imperio y eventualmente habían de pagar su tributo de sangre. Los de Scili son un caso en que han llegado a nosotros noticias ciertas del martirio de un grupo importante. ¿Cuántos otros fueron también víctimas de la persecución? Dios lo sabe, en cuya presencia no hay héroes anónimos; pero, así como las naciones levantan monumentos a los "soldados desconocidos", al traer aquí las actas del martirio de los fieles escilitanos honramos a todos aquellos cuyos nombres ignoramos y a los que en conjunto invocamos en las letanías diciendo: "Todos los santos mártires, rogad por nosotros".

   Dicen así, copiadas literalmente, las tales actas: 

   "En Cartago, siendo cónsules Claudiano por primera vez y Presente por segunda, el día 16 de las calendas de agosto comparecieron en la sala del tribunal Esperato, Nartzalo, Cittino, Donata, Secunda, Vestia.

   El procónsul Saturnino dijo: "Aún estáis a tiempo de lograr el perdón de nuestro señor el emperador si es que entráis en cordura".

   Esperato dijo: "Nunca hemos hecho ningún mal ni hemos perpetrado delito; jamás hemos maldecido y aun hemos dado gracias del mal recibido. Ya ves, pues, que honramos a nuestro emperador".

   El procónsul Saturnino dijo: "También nosotros somos religiosos, y nuestra religión es bien sencilla, y juramos por el genio de nuestro señor el emperador, y rogamos por su salud, lo cual también vosotros deberíais hacer".

   Esperato dijo. "Si tranquilamente prestas oídos te expondré el misterio de la sencillez".

   Saturnino dijo: "Dado lo mal que empiezas a despotricar contra nuestros dioses, no esperes te preste oídos", lo que debéis hacer es jurar por el genio de nuestro señor el emperador".

   Esperato dijo: "Yo no conozco como máximo el imperio de este siglo, sino que más bien sirvo a aquel Señor a quien no ha visto ni puede ver con sus ojos hombre ninguno. No he cometido hurto; si algo compro, también pago los impuestos, y eso porque reconozco a mi Señor y al Emperador de los reyes y de todas las naciones".

   El procónsul Saturnino dijo dirigiéndose a los demás: "Dejad de tener las creencias de éste".

   Esperato dijo: "Las creencias son malas cuando incitan al falso testimonio o a cometer homicidios ".

   Saturnino, el procónsul, dijo: "Mirad, dejad este género de locura".

   Cittino dijo: "No tenemos miedo si no es a Nuestro Señor que está en los cielos".

   Donata dijo: "El honor a César como a César, pero el temor sólo a Dios".

   Vestía dijo: "Soy cristiana".

   Secunda dijo: "Yo también lo soy y quiero seguir siéndolo".

   El procónsul Saturnino dijo a Esperato: "Y ¿tú continúas en ser cristiano".

   Esperato dijo: "Soy cristiano".

   Y todos reafirmaron lo que él.

   Saturnino dijo: "¿Queréis un plazo para reflexionar?".

   Esperato dijo: "En asunto tan justo no ha lugar a deliberación".

   El procónsul Saturnino dijo: "¿Qué traéis en ese estuche?".

   Esperato dijo: "Unos libros y las cartas de Pablo, varón justo".

   El procónsul Saturnino dijo. "Os doy un plazo de treinta días para que reflexionéis".

   Esperato respondió de nuevo: "Soy cristiano".

   Y lo mismo respondieron los demás.

   Entonces el procónsul Saturnino leyó el decreto en la tablilla: "Esperato, Nartzalo, Cittino, Donata, Vestia y Secunda, y los demás que han confesado haber vivido como cristianos, a causa de que, habiendo sido invitados a seguir el uso de Roma, lo han rehusado obstinadamente, se determina que sufran la pena de espada".

   Esperato dijo: "Demos gracias a Dios".

   Y Nartzalo: "Hoy ya mártires estaremos en el cielo. Gracias a Dios".

   El procónsul Saturnino mandó anunciar por pregón:

   Esperato, Nartzalo, Cittino, Veturio, Félix, Aquilino, Letancio, Genara, Generosa, Vestia, Donata, Secunda sean conducidos al suplicio".

   Todos dijeron: "Gracias a Dios".

   Así terminan las actas del martirio, con ese "Deo gratias" unánime de los doce mártires, como si la Iectura de la sentencia provocara en ellos parte un suspiro de alivio, parte un grito de triunfo.

   Una mano cristiana añadió a los protocolos oficiales esta coletilla: "Así todos juntos fueron coronados del martirio y reinan con el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos".

   Realmente, no necesita apostillas tan bello documento. El procónsul Saturnino, el primero que desencadenó en Africa la gran persecución, según Tertuliano, pudo aprender laconismo y entereza de aquellos humildes cristianos que tuvo en su tribunal. Hablan con mesura, sin fanfarronería, pero con dignidad. Conservan todas las viejas virtudes romanas, que eran orgullo de este gran pueblo, pero sublimadas con la nueva religión. ¡Qué noble la frase de Secunda: "¡Lo que soy, eso quiero ser"! Hay en la breve y rotunda afirmación de esta mujer una firmeza inconmovible. Por eso les sobraron a todos los treinta días de plazo. "En causa tan justa no había lugar a deliberación".

   Al responder con tal aplomo y seguridad aquellos sencillos aldeanos, sin sentirse cortados ante la pompa de la sala del tribunal del procónsul, nos parece percibir la profecía de Cristo: "Cuando os lleven a juicio no andéis pensando las palabras que debáis decir; mi Padre os pondrá en los labios las palabras que no podrán replicar vuestros adversarios".

   Sí, es el procónsul el derrotado a pesar de dictar sentencia condenatoria. Sólo ante el triunfo pronunciamos frases de agradecimiento, y los mártires de Scili dijeron todos a una: "Gracias a Dios".

   Las reliquias de estos mártires fueron conservadas en una espléndida basílica que posteriormente se levantó en su honor, en Cartago, y donde algunas veces predicó San Agustín. Después fueron transportadas a Lyón y en el siglo IX a Arlés, donde se supone que reposan actualmente.

 CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA   


Respuesta  Mensaje 5 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:46

17 de julio
BEATAS CARMELITAS
DE COMPEIGNE, (*)
Mártires

   Una hermana carmelita, sor Isabel Bautista, monja en el monasterio de Compiégne (Francia), tuvo una vez un sueño en el que, según dijo, se le habían aparecido todas las religiosas de su convento, en el cielo, cubiertas de resplandeciente manto blanco y sosteniendo en las manos una palma, símbolo o señal con que tradicionalmente la Iglesia indica la gloria del martirio.

   Un siglo más tarde aquélla visión iba a concretarse en realidad. Y posteriormente un decreto de la Iglesia de Roma declaraba mártires con todos los honores de veneración a dieciséis carmelitas del monasterio de Compiégne que habían dado la vida por su fe.

   El sueño de sor Isabel Bautista se había cumplido. Pero para que se cumpliese hubo necesidad de que el mundo pasara por una situación gravísima. Al siglo XVIII le faltaba una decena de años para terminarse. Francia comenzaba a padecer los primeros síntomas de la Revolución, y las ondas de aquel movimiento ideológico y social, provocado, al principio, por un déficit económico, dieron, al igual que contra otros muchos, contra los muros del convento de Compiégne, donde, desde la fundación en 1641, generaciones sucesivas de religiosas conservaban en santa y piadosa reclusión el espíritu de su regla.

   La Asamblea Nacional Constituyente había hecho público un decreto por el que se exigía que los religiosos fueran considerados como funcionarios del Estado. Deberían prestar juramento a la Constitución y sus bienes serían confiscados. Era el año 1790. Miembros del Directorio del distrito de Compiégne, cumpliendo órdenes, se presentaron el 4 de agosto de aquel año en el monasterio a hacer inventario de las posesiones de la comunidad. Las monjas tuvieron que dejar sus hábitos y abandonar su casa. Cinco días después, obedeciendo los consejos de las autoridades, firmaron el juramento de Libertad-lgualdad. Los religiosos que se negaban a firmarlo eran deportados.

   Después fueron separadas. Hicieron cuatro grupos y vivían en distintos domicilios, pero continuaron practicando la oración y entregándose a la penitencia como antes.

   Era ya 1792. A menudo les venía a la memoria el sueño de sor Isabel. Un día la madre priora, entendiendo el deseo que cada día se hacía más patente en el corazón de sus monjas, les propuso hacer "un acto de consagración por el cual la comunidad se ofreciera en holocausto para aplacar la cólera de Dios y por que la divina paz que su querido Hijo había venido a traer al mundo volviera a la Iglesia y al Estado".

   Las dos más ancianas rehusaron en el primer momento, horrorizadas por la idea de la muerte en la guillotina, más por el espantoso medio que por el sacrificio en sí. Pocas horas después, sin embargo, acudieron llorando a solicitar el favor de unirse en el ofrecimiento a sus hermanas en religión. La fe y la esperanza las habían ayudado a superar el humano miedo.

   A partir de entonces, diariamente, renovaron este acto de consagración.

   La regularidad y el orden de su vida, que reproducía todo lo posible en tales circunstancias la vida y horario conventuales, fueron notados por los jacobinos de la ciudad. En ello encontraron motivo suficiente para denunciarlas al Comité de Salud Pública, cosa que hicieron sin pérdida de tiempo.

   El régimen del terror estaba oficialmente establecido en Francia y había llegado en aquellos momentos al más alto nivel imaginable. El rey había sido ejecutado y el Tribunal Revolucionario trabajaba sin descanso enviando cientos de ciudadanos sospechosos a la muerte.

   La denuncia de las carmelitas decía que, pese a la prohibición, seguían viviendo en comunidad, que celebraban reuniones sospechosas y mantenían correspondencia criminal con fanáticos de París.

   Convenía presentar pruebas, y con ese objeto se efectuó un minucioso registro en los domicilios de los cuatro grupos. El Comité encontró diversos objetos que fueron considerados de gran interés y altamente comprometedores. A saber: cartas de sacerdotes en las que se trataba bien de novenas, de escapularios, bien de dirección espiritual. También se halló un retrato de Luis XVI e imágenes del Sagrado Corazón. Todo ello era suficiente para demostrar la culpabilidad de las monjas. El Comité, pues, redactó un informe en el que explicaba cómo, "considerando que las ciudadanas religiosas, burlando las leyes, vivían en comunidad", que su correspondencia era testimonio de que tramaban en secreto el restablecimiento de la Monarquía y la desaparición de la República, las mandaba detener y encerrar en prisión.

   El 22 de junio de 1794 eran recluidas en el monasterio de la Visitación, que se había convertido en cárcel. Allí esperaron la decisión final que sobre su suerte tomaría el Comité de Salud Pública asesorado por el Comité local. Entonces acordaron retractarse del juramento prestado antes, "prefiriendo mil veces la muerte mejor que ser culpables de un juramento así". Esta resolución las llenó de serenidad. Cada día aumentaba el peligro, pero ellas se sentían más fuertes. Continuaban dedicadas a orar y, gracias a estar en prisión, podían hacerlo juntas, como cuando estaban en su convento. Ya no se veían obligadas a ocultarse y ello les procuraba un gran alivio.

   Transcurridos unos días, justamente el 12 de julio, el Comité de Salud Pública dio órdenes para que fueran trasladadas a París. El cumplimiento de tales órdenes fue exigido en términos que no admitían demora. No hubo tiempo para que las hermanas tomaran su ligera colación ni cambiaran su ropa, que estaba mojada porque habían estado lavando. Las hicieron montar en dos carretas de paja y les ataron las manos a la espalda. Escoltadas por un grupo de soldados salieron para la capital. Su destino era la famosa prisión de la Conserjería, antesala de la guillotina. Nadie ayudó a las monjas a descender de los carros al final del viaje. A pesar de sus ligaduras y de la fatiga causada por el incómodo transporte, fueron bajando solas. Una de las hermanas, sin embargo, enferma y octogenaria, Carlota de la Resurrección, impedida por las ataduras y la edad, no sabia cómo llegar al suelo. Los conductores de las carretas, impacientados, la cogieron y la arrojaron violentamente sobre el pavimento. Era una de las religiosas que dos años antes había sentido miedo ante el pensamiento de una muerte en el patíbulo y había dudado antes de ofrecerse en sacrificio. Pero en este momento era ya valiente y, levantándose maltrecha, como pudo, dijo a los que la habían maltratado: "Créanme, no les guardo ningún rencor. Al contrario, les agradezco que no me hayan matado porque, si hubiera muerto, habría perdido la oportunidad de pasar la gloria y la dicha del martirio".

   Como si nada hubiese ocurrido, en la Conserjería prosiguieron su vida de oración prescrita por la regla. No se dejaban perturbar por los acontecimientos. Testigos dignos de crédito declararon que se las podía oír todos los días, a las dos de la mañana, recitar sus oficios.

   Su última fiesta fue la del 16 de julio, Nuestra Señora del Monte Carmelo. La celebraron con el mayor entusiasmo, sin que por un instante su comportamiento denotase la menor preocupación. Por la tarde recibieron un aviso para que compareciesen al día siguiente ante el Tribunal Revolucionario. La noticia no les impidió cantar, sobre la música de La Marsellesa, unos versos improvisados en los que expresaban al mismo tiempo fe en su victoria, temor y confianza, y que se conservan en el convento de Compiégne.

   Ante el Tribunal escucharon cómo el acusador público, Fouquier-Tinville, las atacaba durísimamente: "Aunque separadas en diferentes casas, formaban conciliábulos contrarrevolucionarios en los que intervenían ellas y otras personas. Vivían bajo la obediencia de una superiora y, en cuanto a sus principios y sus votos, sus cartas y sus escritos son suficiente testimonio".

   Fueron sometidas a un interrogatorio muy breve y, sin que se llamara a declarar a un solo testigo, el Tribunal condenó a muerte a las dieciséis carmelitas, culpables de organizar reuniones y conciliábulos contrarrevolucionarios, de sostener correspondencia con fanáticos y de guardar escritos que atentaban contra la libertad. Una de las monjas, sor Enriqueta de la Providencia, preguntó al presidente qué entendía por la palabra "fanático" que figuraba en el texto del juicio, y la respuesta fue: "Entiendo por esa palabra su apego a esas creencias pueriles, sus tontas prácticas de religión".

   Era, sin la menor duda, su amor a Dios, su fidelidad a sus votos y a su religión lo que les había hecho merecer el castigo. Habían ganado heroicamente en la constancia el honroso título de mártires.

   Una hora después subían en las carretas que las conducirían a la plaza del Trono. En el trayecto la gente las miraba pasar demostrando diversidad de sentimientos, unos las injuriaban, otros las admiraban. Ellas iban tranquilas; todo lo que se movía a su alrededor les era indiferente. Cantaron el Miserere y luego el Salve, Regina. Al pie ya de la guillotina entonaron el Te Deum, canto de acción de gracias, y, terminado éste, el Veni Creator. Por último, hicieron renovación de sus promesas del bautismo y de sus votos de religión.

   Una joven novicia, sor Constanza, se arrodilló delante de la priora, con la naturalidad con que lo hubiera hecho en el convento y le pidió su bendición y que le concediera permiso para morir. Luego, cantando el salmo Laudate Dominum omnes gentes, subió decidida los escalones de la guillotina. Una tras otra, todas las carmelitas repitieron la escena. Una a una recibieron la bendición de la madre Teresa de San Agustín antes de recibir el golpe de gracia. Al final, después de haber visto caer a todas sus hijas, la madre priora entregó, con igual generosidad que ellas, su vida al Señor, poniendo su cabeza en las manos del verdugo.

   Era el día 17 de julio por la tarde.

   Sus restos fueron enterrados, con los de otros veinticuatro condenados, en lo que se llamó más tarde cementerio de Picpus. Una placa de mármol con el nombre de las mártires y la fecha de su muerte figura sobre la fosa y en ella hay grabada una frase latina que dice: Beati qui in Domino moriuntur. Felices los que mueren en el Señor.

   La Iglesia declaró que el sacrificio de aquellas nobles mujeres no había sido en vano, puesto que "apenas habían transcurrido diez días de su suplicio cuando cesaba la tormenta que durante dos años había cubierto el suelo de Francia de sangre de sus hijos" (decreto de declaración de martirio, 24 de junio de 1905).

   El cardenal Richard, arzobispo de París, inició el proceso de su beatificación el 23 de febrero de 1896. El 16 de diciembre de 1902 el Papa León XIII declaraba venerables a las dieciséis carmelitas. Se sucedieron los milagros, como una garantía de su santidad, y en 1905 San Pío X declaraba beatas a aquellas "que, después de su expulsión, continuaron viviendo como religiosas y honrando devotamente al Sagrado Corazón".

 MARY G. SANTA EULALIA.


Respuesta  Mensaje 6 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:46

17 de julio

SANTA MARÍA MAGDALENA POSTEL,
Virgen

Iría hasta el fin del mundo 
por ganar un alma para Dios
Sta. Mª Magdalena Postel

   Santa María Magdalena Postel, nació el 28 de noviembre de 1756, en el hogar de Jean Postel, cordelero en Barfleur, recibiendo en su bautismo el nombre de Julia. Desde su niñez, dio pruebas de una gran devoción. A los12 años, gracias a la generosidad de una dama de la parroquia, entra como interna en las benedictinas de Valognes. Allí permanece hasta los 18 años, recibiendo una sólida cultura general y religiosa y el sentido de la santidad.

   No olvidando su modesto origen, vuelve a Barfleur y abre una escuela para jóvenes pobres.

   Cuando contaba 33 años, estalla la Revolución, y al ser disueltas las órdenes religiosas, le fue encomendada la misión de custodiar y guardar los vasos y ornamentos sagrados (1789). Durante más de diez años dio asilo a sacerdotes perseguidos y continuó en la clandestinidad su labor catequística; por ello, debido a su caridad y por los dones especiales que en ella radicaban, fue nombrada «la Virgen sacerdote». Siguiendo las exigencias de su vocación cristiana, vela por los sacerdotes perseguidos y los ayuda a escapar a Inglaterra. Presta consuelo y socorro a todos los que lo necesitan.

    Cuando estaba en presencia del Santísimo Sacramento, se dice que «ni siquiera un rayo podría distraerla»

   En 1804, una jovencita, en su lecho de muerte le había predecido que "a través de grandes tribulaciones, sería la fundadora de una comunidad".

   En 1805, Julia parte para Cherbourg, desea fundar una comunidad al servicio de la juventud abandonada y pobre. La pone bajo el patrocinio de la "Madre de la Misericordia". Llegan las primeras vocaciones, y el 8 de julio de 1807, Julia, junto con tres de sus compañeras, hace los votos perpetuos. De ahí en más ella será Madre María Magdalena. 

   En 1811, va a Octeville-l'Avenel, en donde permanece seis meses. Le escribe al abbé Cabart de Cherbourg: "Dejo y abandono todos mis intereses temporales y espirituales en manos de Dios y en las vuestras. Me sumerjo en la voluntad de Dios, como el pez en el agua".

   Desde septiembre de 1811 hasta 1832, "las pobres hijas de la Misericordia" se instalan en Tamerville. Es durante ese período, que la Santa piensa en la formación de "sus jóvenes". Redacta las primeras constituciones. Durante 16 años, las hermanas dictan clases, dan el catecismo y socorren a los pobres. La congregación se extiende.

   Llegan nuevas postulantes. Se hace necesario buscar otro asilo. A los 76 años, lo encuentra: las ruinas de una abadía benedictina en Saint-Sauveur-le-Vicomte. "Dios no nos ha llamado para llorar sobre las ruinas de su templo, sino para reedificarlo en todo su esplendor. Si somos fieles, todo podrá repararse".

   Durante su fecunda vida fundó más de treinta y siete conventos e iglesias y legó a sus hijas el gusto por trabajar por la Iglesia.

   Entregó su alma a Dios, el 16 de julio de 1846, teniendo 90 años, después de haber dado durante toda su vida testimonio de el amor a Dios y al prójimo que la consumía 

   Fue beatificada en 1908 y canonizada por Pío XI el 24 de mayo de 1926. 


Respuesta  Mensaje 7 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:46

17 de julio
SANTOS CLEMENTE DE OKRIDA, SABAS y GORZARD *
Apóstoles de Bulgaria
(Siglos IX y X)

   Los búlgaros pertenecían probablemente a una raza turania de Asia central, emparentada con la de los ávaros y los hunos. Dicha raza estableció un reino independiente (kanato), en el curso del siglo VII, en la Bulgaria actual, donde subyugó a los pueblos ya establecidos, pero se mezcló con ellos y adoptó la lengua eslava. Actualmente, los búlgaros se consideran como un pueblo eslavo.

   Hacia el año 865, el rey búlgaro, Boris I, aceptó el cristianismo de Constantinopla, sobre todo por razones políticas, y lo impuso a sus súbditos. Ello reavivó la antigua querella entre Roma y Constantinopla acerca de la jurisdicción patriarcal en la Iliria y los Balcanes. Boris atizó aún más el fuego al fundar una Iglesia nacional, independiente de Roma y de Constantinopla. El año 869, el Papa Adriano II nombró a San Metodio arzobispo de Moravia y Panonia y extendió deliberadamente su jurisdicción hasta las fronteras de Bulgaria. Según lo explicó más tarde cuidadosamente el Papa Juan VIII a Boris, ello no significaba que la religión de Roma y de Constantinopla fuesen diferentes, sino que su predecesor había hecho eso teniendo en cuenta las tendencias cismáticas de los bizantinos. San Metodio no dejó de preocuparse por los búlgaros, la mayoría de los cuales seguían siendo paganos. Por esa razón, se considera a San Metodio y a su hermano San Cirilo como los dos primeros de los siete apóstoles de Bulgaria, aunque ninguno de los dos predicó jamás el Evangelio a los búlgaros.

   Después de la muerte de San Metodio, la cruel y violenta persecución que desataron Svatopluk y el arzobispo Wiching, obligó a huir de Moravia a sus discípulos. Uno de ellos era San Gorzad, a quien San Metodio había dejado por sucesor. No sabemos exactamente qué fue de él, pero, según la tradición, predicó como misionero, y sus supuestas reliquias se conservan en Berat (actualmente Albania). Boris recibió en Bulgaria a varios de los discípulos de San Metodio, con la idea de aprovecharlos para sus planes. Eran éstos San Clemente, San Naúm, San Sabas y San Angelario, los cuales evangelizaron a los búlgaros.

   Clemente, que era probablemente de origen eslavo y había nacido en el sur de Macedonia, era el más distinguido del grupo; a él se atribuye sobre todo el trabajo de evangelización y educación del pueblo. En la época del khan Simeón, Clemente fue elegido obispo de Velitza, probablemente en las cercanías de Okrida, donde fundó un monasterio. Más tarde, empezó a considerársele como el fundador de la sede primacial, que tan importante sería en la historia posterior, y como el primer obispo eslavo. Hay razones para atribuir a San Clemente ciertos sermones eslavos que se conservan todavía, aunque tal vez algunos son simples traducciones del griego; en todo caso, dichos sermones estaban dirigidos a un grupo que acababa de convertirse al cristianismo. Clemente murió en Okrida el año 916; su fiesta se celebra el 27 de julio. Según algunos, San Naúm le sucedió en el gobierno de la sede. Naúm se había convertido gracias a la predicación de Cirilo y Metodio en Moravia y los había acompañado en su viaje a Roma y ayudado en la tarea de traducir los libros santos al eslavo. En Rusia y Bulgaria se le venera como taumaturgo.

   El fracaso de la misión de San Cirilo y San Metodio en Bulgaria les obligó a emigrar hacia el norte; sin embargo, persistieron en su tarea, continuaron su obra y acabaron por implantar el Evangelio en Bulgaria. La Iglesia ortodoxa búlgara los venera juntos el día de hoy e individualmente en la fecha de la muerte de cada uno. También lo hacen así los católicos búlgaros del rito bizantino.

   En ruso y en búlgaro hay una literatura muy abundante sobre San Clemente, llamado Slovensky. La biografía que hay en Migne, PG., vol. CXXVI, 1193-1240, es una versión griega, que data del siglo IX, de una biografía eslava escrita por uno de los discípulos de San Clemente poco después de su muerte. Véase M. Jugie, en Echos d´Orient, vol. XIII (1924), pp. 5 ss; F. Dvornik, Les slaves, Byzance et Rome... (1926), pp. 312-318; S. Runciman, History of the First Bulgarian Empire (1930); y el artículo de M. Kusseff, en Slavonic Review, 1949, pp. 193-215. Cf. DTC., vol. III, cc. 134-138; y DHG., vol. X, s.v. "Bulgaria."


Respuesta  Mensaje 8 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:46

17 de julio
SAN LEÓN IV, *
Papa
(855 d. C.)

   León era romano de nacimiento, pero probablemente de origen lombardo. Recibió su educación en el monasterio benedictino de San Martín, cerca de San Pedro. Las cualidades del joven llamaron la atención de Gregorio IV, quien le nombró subdiácono de la basílica de Letrán y más tarde cardenal-presbítero, titular de "Quatuor Coronad." A la muerte de Sergio II, el año 847, León fue elegido para sucederle en el pontificado. El nuevo Papa fue consagrado sin consultar al emperador, ya que los romanos, aterrados ante la perspectiva de una invasión sarracena, querían ver la cátedra de San Pedro ocupada por un hombre decidido y bueno, por más que la idea no sonreía a San León. Lo primero que hizo fue prepararse para el ataque de los sarracenos y mandó reparar y reforzar las murallas de la ciudad, pues en los años precedentes, los sarracenos habían penetrado por el Tíber y se habían entregado al saqueo. La lista de las donaciones de San León a las diversas iglesias ocupa veinte páginas del Líber Pontificalis. Además, hizo llevar a Roma las reliquias de numerosos santos, entre las que se contaban las de los Cuatro Coronados, que el Papa mandó depositar en la basílica que había reconstruido en su honor. Pero, por grandes que hayan sido estas realizaciones, quedaron eclipsadas por la magna empresa de la construcción de una muralla alrededor de la colina Vaticana. Tal fue el origen del predio que desde entonces se conoce con el nombre de "la ciudad Leonina."

   Sin embargo, San León sabía que las más poderosas murallas son incapaces de defender a un pueblo contra la cólera divina y que un clero negligente o rebelde corrompe a los fieles y provoca esa cólera. Así pues, el año 853 reunió en Roma un sínodo, cuyos cuarenta y dos cánones se referían, en gran parte, a la disciplina y los estudios del clero. El sínodo hubo de tomar también ciertas medidas contra el cardenal Anastasio, quien intrigaba con el emperador Lotario I para obtener la sucesión del pontificado. San León hizo también frente al violento y rebelde arzobispo Juan de Ravena y a su hermano, el duque de Emilia, que habían asesinado a un legado pontificio. El Papa se trasladó a Ravena, donde juzgó y condenó a muerte al duque y a dos de sus cómplices; pero como la sentencia fue dictada en el tiempo pascual, en que no se podía ejecutar a nadie, los asesinos escaparon con vida. San León tuvo también ciertas dificultades con el duque de la Gran Bretaña, Neniónos, quien se arrogó el poder de establecer una sede metropolitana en su territorio; con San Ignacio, patriarca de Constantinopla, el cual depuso al obispo de Siracusa; y con un soldado llamado Daniel, quien acusó falsamente al Pontífice ante el emperador, de tramar una conspiración con los griegos y los francos. Por último, San León tuvo que defenderse también de Hincmar, arzobispo de Reims, el cual le había acusado de impedir que los clérigos depuestos apelasen a la Santa Sede. El enérgico Pontífice falleció en medio de esas pruebas, el 17 de julio de 855.

   San León IV fue un hombre que supo combinar la liberalidad y la justicia con la paciencia y la humildad. Cierto que sus principales realizaciones fueron de orden político y temporal; pero ello se debió a los tiempos en que vivió y al hecho de que la historia olvida muy fácilmente la grandeza espiritual, o se preocupa muy poco por ella. San León fue un buen predicador, por lo que se le ha atribuido, aunque probablemente sin razón, la homilía sobre el "Cuidado pastoral" del Pontificale. Por su entusiasmo por el canto en las iglesias romanas, San León fue un precursor de San Pío X. Todavía se conserva una carta que escribió sobre ese tema a un abad: "Ha llegado a nuestros oídos un rumor increíble... Se dice que tenéis tal aversión por el armonioso canto gregoriano..., que no sólo disentís de su práctica en esta diócesis tan próxima, sino en toda la Iglesia occidental y de todos aquéllos que emplean la lengua latina en las alabanzas al Rey del cielo..." En seguida, el Papa amenazaba con la excomunión al abad, en caso de obstinarse contra "el supremo jefe religioso" en la cuestión del culto. El pueblo atribuyó a San León varios milagros, entre otros el de haber detenido un gran incendio en el "borgo" romano con la señal de la cruz. A pesar de las objeciones de los historiadores, parece cierto que Alfredo el Grande, que no tenía entonces sino cuatro años, recibió en Roma, de manos de San León, el título honorario de "Cónsul Romano" (que no equivalía a la consagración regia). Algunos historiadores atribuyeron erróneamente a San León la institución del rito del "Asperges" antes de la misa dominical.

   La principal fuente es el Líber Pontificalis con las notas de Duchesne. Pero también se encuentran ciertos datos en las crónicas de Hincmar de Reims y en las cartas del Pontífice. Véase sobre todo a Mann, en Lives of the Popes, vol. II, pp. 258-307; y Acta Sanctorum, julio, vol. IV.

 


Respuesta  Mensaje 9 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:47

17 de julio
SANTOS ESPERATO y COMPAÑEROS *
(NARTZALO, CITINO, VETURO, FÉLIX,
AQUILINO, LETANCIO, GENARA, GENEROSA,
VESTIA, DONATA y SEGUNDA),
Mártires
(180 d. C.)

   Estos santos sufrieron el martirio en el último año de la persecución de Marco Aurelio, pero ya durante el reinado de Cómodo. Sus actas, que son indudablemente auténticas y las más antiguas que existen, por lo que se refiere a la Iglesia del África, se conservan casi en su forma original. Esperato y sus compañeros eran originarios de Scillium (cerca de Túnez). Eran en total doce: siete mujeres y cinco hombres. He aquí sus nombres: Esperato, Nartzalo, Citino, Veturo, Félix, Aquilino, Letancio, Genara, Generosa, Vestia, Donata y Segunda.

   Llevados prisioneros a Cartago, comparecieron ante el procónsul Saturnino, quien les ofreció el perdón imperial con tal de que adorasen a los dioses. Esperato respondió en nombre de todos: "No hemos cometido crimen alguno ni hemos hecho injusticia a nadie; hemos dado gracias por los malos tratos que recibimos, porque honramos profundamente a nuestro Soberano." El procónsul replicó: "También nosotros somos un pueblo religioso, y nuestra religión es más sencilla. Nosotros juramos por el divino espíritu de nuestro señor el emperador y pedimos por su bienestar. Vosotros debéis hacer lo propio, pues tal es vuestro deber." "Si me escuchas pacientemente unos momentos, te explicaré el misterio de la verdadera sencillez", le pidió Esperato. Pero Saturnino le ordenó que jurase inmediatamente por el "genio" del emperador. Esperato contestó: "Yo no sé nada de los imperios de este mundo; sirvo a un Dios que ningún mortal ha visto jamás ni puede ver. Yo no he robado nunca y pago todo lo que compro, porque reconozco a mi Maestro, que es el Rey de reyes y soberano de todas las naciones del mundo." Saturnino exhortó entonces a todos los reos a abjurar de su fe y Esperato exclamó: "Tu doctrina es mala, puesto que permite el asesinato y el perjurio." Entonces el procónsul, volviéndose hacia los otros mártires, les pidió que desmintiesen a Esperato, pero Citino respondió: "Nosotros no tememos más que a nuestro Dios, que está en el cielo." Y Donata añadió: "Damos al César el honor que se le debe, pero sólo tememos a Dios." Y Vestia dijo: "Soy cristiana." Y Segunda dijo: "Yo no quiero dejar de ser lo que soy." Y así todos los demás. Entonces, el procónsul preguntó a Esperato: "¿Sigues decidido a permanecer cristiano?" "Sí, soy cristiano." El procónsul insistió: "¿No quieres reflexionar un poco?" Esperato replicó: "Cuando las cosas son claras, no hace falta reflexionar." Saturnino le preguntó: "¿Qué guardas en esa caja?" Esperato contestó: "Los libros sagrados y las cartas de un justo llamado Pablo."

   Saturnino les concedió treinta días de plazo para que reflexionaran, pero todos rechazaron la concesión y reiteraron que eran cristianos. Viendo tal constancia y resolución, el procónsul pronunció la sentencia en los siguientes términos: "Esperato, Nartzalo, Citino, Veturo, Donata, Vestia, Segunda y los demás, habiéndose confesado cristianos y habiendo rechazado la ocasión de volver a las costumbres romanas, quedan sentenciados a perecer por la espada." Cuando Saturnino acabó de leer la sentencia, Esperato exclamó: "¡Gracias sean dadas a Dios!" y Nartzalo dijo: "¡Este día seremos mártires del cielo! ¡Gracias sean dadas a Dios!" Inmediatamente fueron conducidos al sitio de la ejecución, donde se les decapitó. Los fieles que copiaron las actas del registro público, añaden: "Y así, todos recibieron juntos la corona del martirio y reinan con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén."

   Si se comparan los textos de BHL., nn. 7527-7534, y BHG., 1645, el texto más antiguo parece ser el que publicó Armitage Robinson en Text and Studies, vol. I, pte. 2 (1891). Ver también Delehaye, Les Passions des Martyrs el les Genres littéraires, pp. 60-63. Acerca de las reliquias de los mártires, cf. Pio Franchi de Cavalieri, en Römische Quartalschritf, vol. XVII (1903), pp. 209-221; y Analecta Bollandiana, vol. XXIII (1904), pp. 344 ss. Más populares, pero no menos exactos, son los relatos de P. Monceaux en La vraie légende dorée (1928) y L. Bertrand, Martyrs africains (1930). Puede verse una traducción inglesa de las actas en E. C. E. Owen, Acts of the Early Martyrs (1927).


Respuesta  Mensaje 10 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:47

17 de julio
SANTOS ESPERATO y COMPAÑEROS *
(NARTZALO, CITINO, VETURO, FÉLIX,
AQUILINO, LETANCIO, GENARA, GENEROSA,
VESTIA, DONATA y SEGUNDA),
Mártires
(180 d. C.)

   Estos santos sufrieron el martirio en el último año de la persecución de Marco Aurelio, pero ya durante el reinado de Cómodo. Sus actas, que son indudablemente auténticas y las más antiguas que existen, por lo que se refiere a la Iglesia del África, se conservan casi en su forma original. Esperato y sus compañeros eran originarios de Scillium (cerca de Túnez). Eran en total doce: siete mujeres y cinco hombres. He aquí sus nombres: Esperato, Nartzalo, Citino, Veturo, Félix, Aquilino, Letancio, Genara, Generosa, Vestia, Donata y Segunda.

   Llevados prisioneros a Cartago, comparecieron ante el procónsul Saturnino, quien les ofreció el perdón imperial con tal de que adorasen a los dioses. Esperato respondió en nombre de todos: "No hemos cometido crimen alguno ni hemos hecho injusticia a nadie; hemos dado gracias por los malos tratos que recibimos, porque honramos profundamente a nuestro Soberano." El procónsul replicó: "También nosotros somos un pueblo religioso, y nuestra religión es más sencilla. Nosotros juramos por el divino espíritu de nuestro señor el emperador y pedimos por su bienestar. Vosotros debéis hacer lo propio, pues tal es vuestro deber." "Si me escuchas pacientemente unos momentos, te explicaré el misterio de la verdadera sencillez", le pidió Esperato. Pero Saturnino le ordenó que jurase inmediatamente por el "genio" del emperador. Esperato contestó: "Yo no sé nada de los imperios de este mundo; sirvo a un Dios que ningún mortal ha visto jamás ni puede ver. Yo no he robado nunca y pago todo lo que compro, porque reconozco a mi Maestro, que es el Rey de reyes y soberano de todas las naciones del mundo." Saturnino exhortó entonces a todos los reos a abjurar de su fe y Esperato exclamó: "Tu doctrina es mala, puesto que permite el asesinato y el perjurio." Entonces el procónsul, volviéndose hacia los otros mártires, les pidió que desmintiesen a Esperato, pero Citino respondió: "Nosotros no tememos más que a nuestro Dios, que está en el cielo." Y Donata añadió: "Damos al César el honor que se le debe, pero sólo tememos a Dios." Y Vestia dijo: "Soy cristiana." Y Segunda dijo: "Yo no quiero dejar de ser lo que soy." Y así todos los demás. Entonces, el procónsul preguntó a Esperato: "¿Sigues decidido a permanecer cristiano?" "Sí, soy cristiano." El procónsul insistió: "¿No quieres reflexionar un poco?" Esperato replicó: "Cuando las cosas son claras, no hace falta reflexionar." Saturnino le preguntó: "¿Qué guardas en esa caja?" Esperato contestó: "Los libros sagrados y las cartas de un justo llamado Pablo."

   Saturnino les concedió treinta días de plazo para que reflexionaran, pero todos rechazaron la concesión y reiteraron que eran cristianos. Viendo tal constancia y resolución, el procónsul pronunció la sentencia en los siguientes términos: "Esperato, Nartzalo, Citino, Veturo, Donata, Vestia, Segunda y los demás, habiéndose confesado cristianos y habiendo rechazado la ocasión de volver a las costumbres romanas, quedan sentenciados a perecer por la espada." Cuando Saturnino acabó de leer la sentencia, Esperato exclamó: "¡Gracias sean dadas a Dios!" y Nartzalo dijo: "¡Este día seremos mártires del cielo! ¡Gracias sean dadas a Dios!" Inmediatamente fueron conducidos al sitio de la ejecución, donde se les decapitó. Los fieles que copiaron las actas del registro público, añaden: "Y así, todos recibieron juntos la corona del martirio y reinan con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén."

   Si se comparan los textos de BHL., nn. 7527-7534, y BHG., 1645, el texto más antiguo parece ser el que publicó Armitage Robinson en Text and Studies, vol. I, pte. 2 (1891). Ver también Delehaye, Les Passions des Martyrs el les Genres littéraires, pp. 60-63. Acerca de las reliquias de los mártires, cf. Pio Franchi de Cavalieri, en Römische Quartalschritf, vol. XVII (1903), pp. 209-221; y Analecta Bollandiana, vol. XXIII (1904), pp. 344 ss. Más populares, pero no menos exactos, son los relatos de P. Monceaux en La vraie légende dorée (1928) y L. Bertrand, Martyrs africains (1930). Puede verse una traducción inglesa de las actas en E. C. E. Owen, Acts of the Early Martyrs (1927).


Respuesta  Mensaje 11 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:47

17 de julio
SANTA MARCELINA *
Virgen
(398 d. C.)

   Marcelina era hermana de San Ambrosio de Milán. Nació antes que San Ambrosio, probablemente en Tréveris, donde su padre era prefecto de los galos. Marcelina se trasladó a Roma con su familia y, desde muy temprana edad, empezó a concentrarse exclusivamente en el fin para el que había sido creada. Se encargó del cuidado de sus dos hermanos y, con sus palabras y ejemplo, les inspiró el amor a la virtud verdadera, no simplemente de la apariencia de virtud. Marcelina tenía por única mira la gloria de Dios. Para conseguir su objetivo, decidió renunciar al mundo. El día de la Epifanía del año 353, recibió el velo de las vírgenes de manos del Papa Liberio, en la basílica de San Pedro. En el discurso que pronunció el Pontífice en esa ocasión, exhortó a Marcelina a amar exclusivamente a Jesucristo, a vivir en continuo recogimiento y mortificación y a conducirse en la iglesia con el más grande respeto y modestia. San Ambrosio, a quien debemos los ecos de esa exhortación, no vacila en criticar la elocuencia del Papa Liberio cuando la juzga insuficiente. San Ambrosio dedicó a su hermana su tratado sobre la excelencia de la virginidad. Siendo ya obispo, Marcelina le visitó varias veces en Milán y habló con él sobre la vida espiritual; en esa forma, ayudó a su hermano en sus relaciones con las vírgenes consagradas.

   Marcelina practicó la más alta perfección. Ayunaba diariamente hasta el atardecer y consagraba la mayor parle del día y de la noche a la oración y la lectura espiritual. En los últimos años de su vida, San Ambrosio le aconsejó que moderase sus penitencias y aumentase el tiempo de oración; en particular, le recomendó los Salmos, la Oración del Señor y el Credo, al que llamó sello del cristiano y guardián del corazón. Marcelina siguió viviendo en Roma después de la muerte de su madre, no en comunidad, sino en una casa privada, junio con oirá mujer que participaba en todos sus ejercicios de devoción. Marcelina sobrevivió a San Ambrosio, pero no sabemos exactamente en qué año murió. En la oración fúnebre pronunciada por San Ambrosio en memoria de su hermano Sátiro, llamó a Marcelina "...santa hermana, admirable por su inocencia, su rectitud y su bondad con el prójimo."

   En Acta Sanctorum, julio, vol. IV, se citan ciertos pasajes de San Ambrosio y un Panegírico latino que se conservó gracias a Mombritius.


Respuesta  Mensaje 12 de 12 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 15/07/2009 05:48

17 de julio
SAN ENODIO DE PAVIA. *
Obispo
(521 d. C.)

   Magno Félix Enodio pertenecía a una ilustre familia establecida en la Galia. Por una alusión suya, se puede deducir que nació en Arles; en lodo caso, pasó sus primeros años en Italia y se educó en Milán, bajo la tutela de una tía. Después de la muerte de ésta, el joven contrajo matrimonio pero muy pronto se sintió llamado a las sagradas órdenes. Su esposa, mujer muy rica, que lo había sacado de la pobreza, accedió a la separación y ella misma ingresó en un convento. Enodio, que era ya un orador consumado, recibió la ordenación de diácono por parte de San Epifanio de Pavía y, desde entonces, se consagró al estudio de las ciencias sagradas y a la enseñanza. Escribió por aquel tiempo una apología del Papa San Símaco y del sínodo que había condenado el cisma de los partidarios de Lorenzo. "Dios —dice San Enodio— quiere ciertamente que los hombres juzguen a los hombres; pero se ha reservado para sí mismo el juicio del Pontífice de la Sede Suprema." Enodio fue elegido para pronunciar el panegírico del rey Teodorico, a quien sólo alabó por sus victorias y éxitos temporales. San Enodio escribió la vida de San Epifanio de Pavía, quien murió el año 496, y la de San Antonio de Lérins; dejó, además, otras obras en prosa y en verso. Fue uno de los últimos representantes de la antigua retórica: aunque sus escritos no carecen de valor histórico, tienden a la verbosidad, son ininteligibles por momentos y están llenos de los convencionalismos de la literatura mitológica de la Roma pagana. Según cuenta el propio autor, durante una violenta fiebre de la que los médicos le desahuciaron, recurrió al Médico Celestial, por la intercesión de su patrono, San Víctor de Milán y recobró la salud. Para perpetuar su testimonio de gratitud, escribió una obra titulada "Eucharisticon" ("Acción de gracias"), en la que cuenta brevemente su vida y, sobre todo, su conversión.

   Hacia el año 514, San Enodio fue elegido obispo de Pavía y gobernó su diócesis con un celo y una autoridad dignos de un discípulo de San Epifanio. El Papa San Hormisdas le devolvió dos veces a Constantinopla, donde el emperador Anastasio II estaba favoreciendo a los monofisitas. Ambas misiones fracasaron. Al fin de la segunda embajada, el santo se vio obligado a hacerse a la mar en un viejo navío destartalado, con grave peligro de naufragar, y con el veto para desembarcar en algún puerto del imperio de oriente. A pesar de todo, llegó sano y salvo a Italia y regresó a Pavía. La gloria de haber sufrido por la fe con celo y constancia, le espoleó aún más en el camino de la perfección. Así pues, se consagró a la conversión de las almas, al socorro de los pobres, a la construcción y ornamentación de las iglesias y a la composición de poemas religiosos sobre Nuestra Señora, sobre San Ambrosio y Santa Eufemia, sobre los misterios de Pentecostés y la Ascensión, sobre un bautisterio adornado con las pinturas de los mártires cuyas reliquias se hallaban ahí, etc. Otros de sus poemas son simplemente mitológicos, como por ejemplo, el de Pasifae y el toro. Alguien ha dicho a propósito de sus poemas que: "Enodio temía escribir con claridad para no caer en los lugares comunes." El santo compuso dos himnos que debían cantarse en el momento de encender el cirio pascual, en los que implora la protección divina contra los vientos, las tempestades y todas las amenazas del enemigo. Su muerte ocurrió el año 521, cuando tenía apenas cuarenta y ocho años de edad.

   Aunque no se suele dar a Enodio el título de "Santo", el Martirologio Romano le conmemora en ese día. Casi todos los datos que poseemos sobre él provienen de su obra Eucharisticon; a lo que parece, no fue él quien tituló así su tratado, sino el editor de sus obras, Sirmond. Hay dos ediciones modernas de los escritos de Enodio: la de Hartel, en el Corpus scriptorum, Latinorum de Viena, y la de Vogel, en MGH. Véase Acta Sanctorum, julio, vol. IV; DTC; Bardenhewer, Patrologie; y G. Bardy, Le Christianisme et l´Occident barbare (1945), pp. 229-264. S. Legisle publicó en 1906 una traducción francesa de las cartas de Enodio, con el texto latino.



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