|
Santos Proto y Jacinto, Mártires
San Pafnucio, Obispo y Confesor
San Bodo, Obispo
Santa Teodora de Alejandría, Penitente
San Paciente, Obispo de Lyón
San Daniel, Obispo
San Pedro de Chavanon, Monje
San Adelfo, Abad
Santa Vinciana, Virgen
Beato Luis de Turingia, Príncipe
Beato Buenaventura de Barcelona,
Beatos Mártires de los Carmelitas
Beato Juan Gabriel Perboyre, Mártir |
|
|
Primer
Anterior
2 a 12 de 12
Siguiente
Último
|
|
11 de septiembre
|
BEATO JUAN GABRIEL PERBOYRE, Mártir (1802-1840)
|
Hermanos, dejemos que nuestros ojos derramen ríos de lágrimas en esta vida, para que no vayamos al sitio en que las lágrimas alimentan el fuego de la tortura. (San Macario)
El Beato Juan Gabriel Perboyre nació en Mongesty, Francia, en el año 1802. Tuvo dos hermanos y dos hermanas que, como él, entraron a la familia espiritual de san Vicente de Paul. Se hizo lazarista en Montauban y sacerdote en París en 1825.
Desempeñó durante diez años diversos cargos de confianza en su congregación, y en 1835 se embarcó para misionar a China. Pasó dieciocho meses en Ho-Nan y luego fue a ejercer su apostolado a las montañas de Hou-Pei. Traicionado por un joven, fue conducido de ciudad en ciudad y su martirio se prolongó todo un año. Sus verdugos hicieron con él cuanto quisieron: lo cargaron de cadenas, molieron sus pies en un torno, le golpearon con bastones de bambú, desfiguraron su cara a latigazos, le hicieron beber sangre de perro y tuvo la gloria de ser crucificado y morir como su Salvador. El Papa León XIII lo beatificó el 10 de noviembre de 1889.
Sus reliquias descansan en la casa matriz de su Orden en París.
ORACIÓN
¡Oh Señor! Concédenos la valentía necesaria para que, a semejanza del Beato Juan Gabriel, proclamemos nuestra fe en cualquier lugar y circunstancia. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén
| |
|
|
|
11 de septiembre
|
BEATOS MARTIRES "DE LOS CARMELITAS"(*)
|
Ciento catorce víctimas inmoladas a la pasión antirreligiosa, entre ellas 95 recibieron el 17 de octubre de 1926 los honores de la beatificación, pudiéndose establecer así, en todo su horror y en toda su gloria, el balance de la matanza hecha el 2 de septiembre de 1792 a los sacerdotes encerrados en el convento de los carmelitas de París.
Eran todos refractarios al juramento exigido por la Asamblea Legislativa al dar la constitución civil del clero, solemnemente condenada el 12 de julio de 1790 por el Papa Pío VI: se les llamaba los no juramentados.
Una serie de medidas vejatorias habían sido tomadas contra ellos: pérdida de su cargo, prohibición de cumplir con su ministerio; deportación, en fin, para muchos de ellos que no habían podido refugiarse a tiempo en países hospitalarios, como lo fue entonces España, arrestos en masa con la intención bien señalada de desembarazarse de ellos definitivamente.
La Comune de París, particularmente violenta en estos días de guerra en las fronteras, encarceló a 160 en el convento de carmelitas, vacío de sus huéspedes habituales. Los primeros detenidos llegaron el 11 de agosto de 1792. Tenían por delante veintidós días antes de su glorioso sacrificio.
Convendría hacer aquí la composición de lugar donde se desarrollaron las escenas atroces que vamos a narrar.
El convento de carmelitas, que subsiste todavía englobado en el conjunto de edificios del instituto o universidad católica de París, había sido construido en 1611 en una casa de campo del noble Nicolás Vivían, jefe de la cámara de cuentas. Esta finca había sido comprada por los padres. Estaba situada en la esquina de la calle llamada ahora Camino de Vaugirard y de la calle Cassett, no lejos de Luxemburgo y de la iglesia de San Sulpicio.
Reducida en una gran parte de sus jardines por el urbanismo moderno, la universidad católica, y con ella el ilustre convento carmelitano, se extienden actualmente sobre un largo trozo de la calle de Assas, de trazado reciente.
Los padres carmelitas llegados así a París, pertenecían a la admirable reforma de la Orden carmelitana, comenzada por Santa Teresa de Avila y San Juan de la Cruz. Se sabía que al principio los carmelitas españoles no habían podido seguir a Francia a las religiosas -entre las cuales se encontraba Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé- a las que había llevado Bérulle. Fueron religiosos franceses, pero de la rama reformada por España, los que en 1611 vinieron a establecerse en París. En 1613 se comenzaba a construir el convento y la iglesia, que en 1620 estaba abierta al culto. Más de un detalle: las ventanas que dan al coro, por ejemplo; más aún, una pintura representando a Teresa y a su hermano Rodrigo en los Cuatro Postes, recuerdan la influencia española. La vida carmelitana se desenvolvió, durante más de un siglo, en este convento, que contaba entonces, en 1789, 64 religiosos. Estos, hacia 1790, abandonaron los lugares al comité del distrito. Después de haber sido sucesivamente prisión y baile campestre, el convento desafecto era de nuevo un lugar de prisión cuando fueron dados los decretos contra los sacerdotes no juramentados. Volvamos, pues, a los prisioneros de "los carmelitas".
Poco a poco organizaron como pudieron una vida en común de lo más edificante. Alojados miserablemente en la iglesia conventual, tenían, sin embargo, el derecho de pasearse una hora por la mañana y una hora por la tarde en los vastos jardines del monasterio. Al fondo de estos jardines se encontraba un pequeño oratorio, llamado desde entonces capilla de los mártires y destruido por razones urbanísticas en 1867. Allí pasaban largas horas en oración y muchos recibieron el golpe mortal. El señor Cussac, sacerdote de San Sulpicio, pudo hacerse con las actas de los mártires y leía cada día un pasaje a sus hermanos, que se preparaban así a una muerte próxima. Recitaban el breviario, oraban constantemente, siguiendo el consejo del Maestro y cuando el municipio quitó todo lo que en la iglesia servía al culto, hicieron una cruz de madera hacia la cual pudiesen volver sus miradas.
Sin embargo, el procurador síndico de la Comune, Manuel, intentaba hacerles creer que iban a ser objeto de una medida de deportación. Algunos alimentaban así una secreta esperanza de liberación, pero los más perspicaces se encargaban, de desilusionarlos. El primero de septiembre, con el fin de estar preparados a toda eventualidad decidieron rehusar de nuevo al juramento si les fuese exigido éste como precio de liberación, y habiéndose confesado los unos a los otros, esperaron la voluntad y la hora de Dios.
Esta había llegado, porque el ministro de justicia, Danton, era ahora encargado de ejecutar una reciente orden de la Coriune, que disponía nada menos que la ejecución, si fuese posible discreta, de los rehenes de los carmelitas. Los sicarios de Maillard, bandidos de los cuales muchos no eran franceses, se encargaron de hacerla espectacular.
El 2 de septiembre, habiendo sido cambiada la guarda de los prisioneros y eliminados los honrados guardas nacionales, una atmósfera de muerte posó sobre los prisioneros... Después de la comida fueron autorizados, sin embargo, aunque con algún retraso, a dar su paseo habitual: eran las tres y media y ya habían comenzado las matanzas en otras prisiones de París.
Pero apenas habían franqueado la pequeña escalinata que comunicaba la capilla con los jardines cuando una primera banda de asesinos, armados de pistolas, picos y sables, penetró en el convento seguida de cerca por los saqueadores que Maillard acababa de utilizar en la prisión de la Abadía. Rápidamente fue forzada la guardia y los asesinos desplegaron como olas rugientes por los jardines. Varios sacerdotes caen bajo los primeros golpes: una estela señala todavía, cerca de un pequeño estanque rodeado de bancos de piedra, testigos del drama, el lugar donde cayó el abate Giraud, dispuesto a recitar su breviario. Otros se refugian en el oratorio y se ponen a rezar. Un cierto número de detenidos, entre los más ágiles, llegan a escalar los muros del parque y buscan su salvación en las casas vecinas.
Tres obispos se encontraban encerrados con los sacerdotes no juramentados: monseñor Francisco José de la Rochefoucauld, obispo de Beauvais, es gravemente herido y conducido con su hermano Pedro Luis, obispo de Saintes, a la capilla: Los dos perecieron en el último acto de la tragedia. Monseñor du Lau, arzobispo de Arlés hace frente a los asaltantes, después de haber "agradecido a Dios el morir por una tan bella causa" -dice a su vicario general-, avanza hacia los asesinos. "Yo soy el que buscáis -respondió a los que le llamaban a gritos--: el arzobispo de Arlés". Y cayó acribillado a golpes...
Detrás de él perecieron los sacerdotes refugiados en el oratorio. La sangre corrió. Los cuerpos sembraron el jardín apacible, testigo de tantas angustias y oraciones...
Entonces es cuando interviene Maillard. La matanza no sigue el plan que había trazado para enmascarar la iniquidad. De lo alto de una ventana, que se llama todavía "la ventana de Maillard", da la orden de llevar a los sanos y a los heridos a la iglesia, a fin de proceder a un simulacro de tribunal, a una hipócrita parodia de justicia.
En el pequeño corredor que une hoy el salón de actos del instituto católico y los jardines se prepara una mesa; se colocan las listas. Maillard y el comisario Violette hacen desfilar de dos en dos a los que ya han condenado a morir. Una pregunta sobre el juramento. Una respuesta, siempre la misma: ellos rehúsan. Entonces son empujados hacia este pabellón que habían franqueado horas antes. Acribillados a golpes caen sobre las gradas: Hic ceciderunt, está escrito en la base de estas losas gastadas, desde lo alto de las cuales, en nuestros días, el obispo rector del instituto católico arenga paternalmente a los jóvenes sacerdotes estudiantes del seminario de los carmelitas el día de su ordenación sacerdotal. Lección de fidelidad y de perseverancia dada de este modo, a los sucesores de los mártires.
Son las seis de la tarde. La matanza ha terminado. Los tristes héroes del drama van a hacer francachela en una pieza donde aún se ven, conservadas bajo el cristal, las largas huellas de sangre dejadas por sus armas depositadas a lo largo del muro: es Ia "sala de las espadas". A la efímera victoria de los amos de la Comune, corresponde en el cielo la victoria sin fin de los que ellos han asesinado.
Algunos cadáveres fueron arrojados a una fosa común en el cementerio de Vaugirard. Los otros fueron amontonados en un pozo situado detrás del oratorio, donde tantos habían perecido.
Sus huesos están piadosamente conservados en la cripta de la iglesia de los carmelitas, donde se les puede fácilmente venerar al lado de una estatua de la Virgen, llamada Nuestra Señora de los Mártires, que debía encontrarse en el oratorio donde ellos la habían invocado con tanta frecuencia.
Es allí donde el peregrino de lejanos lugares de Francia gustará retirarse para recogerse ante los restos y los nombres de los 95 confesores caídos por la defensa de la fe el 2 de septiembre de 1792.
Varias diócesis de Francia han puesto en esta fecha, en su propio, la fiesta y el oficio de los Mártires "de los Carmelitas".
PIERRE JOBIT
| |
|
|
|
11 de septiembre BEATO BUENAVENTURA de BARCELONA,* Monje (1684 d.C.)
En su niñez y su juventud, Buenaventura era un pastor en los campos cercanos a Barcelona. A la edad de diecisiete años, se casó, pero apenas dos años más tarde murió su mujer, y él ingresó como hermano lego en el convento de los franciscanos. Era un hombre de profunda espiritualidad, y sus éxtasis llegaron a ser bien conocidos por todos los que le rodeaban. Sus superiores le enviaron a Roma, donde fue portero en el convento de San Isidoro. Pero tampoco ahí se pudo ocultar su virtud y, gracias al interés que se tomaron por él dos cardenales, pudo Buenaventura establecer en Ponticelli la primera de varias casas de retiro o ermitas para los miembros de su orden, a pesar de que los superiores no veían con buenos ojos la empresa. El más conocido de esos establecimientos se encontraba en la propia Roma, en el Palatino. Buenaventura murió en 1684 y fue beatificado en 1906.
Ver el Acta Ord. Frat. Minorum, vol. XXIX (1910); a Fr. Leonardo de Popí, en Il B. Bonaventura (1906).
| |
|
|
|
11 de septiembre BEATO LUIS DE TURINGIA,* Príncipe (1227 d.C.)
|
.SAN LUIS de TURINGIA y su ESPOSA, SANTA ISABEL de HINGRÍA
|
. |
Si estuviésemos obligados a tomar al pie de la letra lo que dicen los escritos de los hagiógrafos, tendríamos que aceptar la conclusión de que la mayoría de las santas fueron contrariadas (o ayudadas) en el camino de la santidad por la mala voluntad o la indiferencia de sus maridos; el indigno esposo de una santa mujer es una figura muy común y, como tal, es indigna de confianza. Nadie ha hecho la tentativa de hallar una relación tan desdichada entre Isabel de Hungría y Luis (Ludwig) de Turingia, por la buena razón de que no existía ninguna desavenencia (a pesar de que aun en este caso hay un autor bien conocido de libros religiosos que se dejó arrastrar por las formas vulgares y descubrió ciertas desavenencias conyugales en esta pareja). El amor y la veneración por Luis eran tan espontáneos entre los súbditos como en su esposa. Si bien es verdad que su culto no ha sido oficialmente confirmado (no se ha hecho la solicitud), es sin embargo digno de todo respeto.
Luis, el hijo mayor del landgrave Hermán I, vino al mundo en el 1200. Cuando tenía once años de edad, se hicieron los arreglos para su matrimonio con Isabel, la hija del rey Andrés II de Hungría que, por entonces, tenía cuatro años. Poco tiempo después, el niño fue llevado a la corte de Turingia, y tanto Luis como Isabel crecieron juntos hasta el año de 1221, cuando Luis sucedió a su padre en el gobierno de sus tierras y celebró sus esponsales. Originalmente aquélla alianza tenía un sentido puramente político, pero no por eso resultó mal; por el contrario, los dos se amaron tiernamente, tuvieron un hijo y dos hijas. De éstas, la menor llegó a ser la Beata Gertrudis de Altenberg. En todo momento, Luis alentó la caridad y la devoción de su esposa. Una vez, encotró a un leproso que se acercaba al castillo en busca de ayuda; lo acompañó hasta el palacio y ahí lo dejó; el enfermo fue a echarse en la cama del landgrave y ésteal verlo, se sintió tentado a dejarse llevar por la cólera, pero de pronto pareció ver que no era el leproso, sino el Hijo de Dios crucificado el que estaba en el lecho. Se retiró sin decir palabra y al momento inició la empresa de construir un lazareto en la colina de Wartburg. Poco tiempo después, Santa Isabel dijo a su esposo que ambos podían servir mejor a Dios si en vez de un castillo y un enorme parque dedicaran aquélla tierra al arado y al mantenimiento de un centenar de ovejas. El landgrave se echó a reír: "¡No llegaríamos a -pobres!", dijo. "Con tanta tierra y tantas ovejas, la mayoría de la gente que nos conoce, dirá que somos ricos".
El landgrave era un hombre justo y un buen gobernante. En 1225, algunos mercaderes de Turingia fueron asaltados, golpeados y robados, en la frontera de Polonia. Luis pidió reparaciones, pero ni siquiera obtuvo una respuesta, de modo que tomó su caballo y se fue hasta Polonia donde obligó a los ciudadanos de Lubitz a darle toda suerte de satisfacciones. Lo mismo sucedió en Würtzburg a donde el landgrave se trasladó para presentarse ante el príncipe-obispo y recuperar todo el cargamento que había sido robado a un traficante de sus tierras. En 1226, a solicitud del emperador Federico II, emprendió una campaña militar y, junto con él, asistió a la dieta de Cremona para aconsejarle y dirigirle. Cierta vez, debió pasar lejos de su casa un crudo invierno y primavera; y nos dice el escritor Bertoldo que, al regresar, su esposa Isabel "le dio mil y mil besos con el corazón y con la boca" y cuando él le preguntó cómo había soportado su pueblo el frío terrible, ella replicó: "Le dimos a Dios lo que era Suyo y Él conservó para nosotros lo que era nuestro". "Bien has obrado, mujer", repuso Luis. "Da a Dios lo que tú quieras, con tal de que me dejes Wartburg y Neuenburg". Esa misma frase o alguna muy semejante fue la que dio Luis como respuesta a un tesorero de su casa que se quejaba de los despilfarros" de Isabel en caridades a los pobres. Al año siguiente, el landgrave se ofreció voluntariamente a seguir al emperador en la cruzada (es bien conocida la historia de que Isabel encontró una cruz en la bolsa de su esposo); a fin de inflamar los corazones de los hombres para que se alistaran en las filas, el landgrave organizó representaciones de la Pasión de Cristo en las calles de Eisenach; asimismo, hizo visitas a cada uno de los monasterios en sus dominios para pedir a los monjes oraciones por el éxito de su empresa. Las fuerzas de Alemania central se concentraron en Schmalkalden; a Luis se le nombró comandante; desde aquélla ciudad, en el día del aniversario del nacimiento de San Juan Bautista, se apartó de Isabel y partió a rescatar el Santo Sepulcro. En agosto, se reunió con el emperador en Troja y, en septiembre, se embarcó ahí todo el ejército. Tres días más tarde, la flota ancló frente a Otranto y Luis no pudo alzarse del lecho: le había atacado una violenta fiebre maligna y estaba a punto de morir. Al recibir los últimos sacramentos, le pareció que su cámara se llenaba de palomas blancas. "Debo volar con esas palomas blancas", dijo, y expiró. Cuando la fatal noticia llegó a oídos de su esposa, sólo atinó a decir entre sollozos: "¡El mundo ha muerto para mí! Ya no conserva nada que pueda serme grato". El joven Landgrave fue enterrado en la abadía benedictina de Reinhardsbrunn y ahí se le venera en este día.
Una antigua biografía del landgrave Luis IV, escrita en latín, fue traducida al alemán el siglo catorce. La biografía escrita en latín por Bertoldo, capellán de Luis y monje de Reinhardsbrunn, no fue conservada en su forma original, aunque la mayor parte de ella se encuentra transcrita en los Anuales Reinhardsbrunnenses, editados por Wegele en 1854. Hay un excelente artículo sobre el personaje, escrito por C. Wenck, en la Allgemeine Deutsche - Biographie, vol. XIX, pp. 589-597, y una biografía en alemán de G. Simón (1854). Ver también a Michael en Geschichte des deutschen Volkes seit dem 13 Jahr, vol.I, p. 221 y II, pp. 207 y ss. Ver además las muchas vidas de Santa Isabel de Hungría, puesto que todas contienen noticias de su esposo.
| |
|
|
|
11 de septiembre SANTA VINCIANA, Virgen (666 d.C.)
Santa Vinciana era la hermana y colaboradora de san Landoaldo a quien el Papa Martín I había enviado a los cristianos de Maastricht (Limburgo holandés). Éstos habían sido tan mal convertidos que continuaban expulsando y asesinando a los sacerdotes si los sermones y exhortaciones morales les disgustaban. Leobaldo y su hermana se establecieron en Winterhoven en medio de los más salvajes de estos feligreses. Vinciana cuidaba la casa de su hermano, preparaba la comida y le asistía en su trabajo apostólico. El cielo bendijo su abnegación y ambos dejaron tan buen recuerdo que fueron elevados a los altares y sus reliquias solicitadas durante largo tiempo.
| |
|
|
|
11 de septiembre SAN DANIEL,* Obispo (¿584? d.C.)
Este famoso obispo, "Daniel de los Bangors", descendía de una familia de Strathclyde. Estuvo en Arfon, donde estableció el monasterio de Bangor Fawr en la región de los Menai Straits, que llegó a ser el núcleo de la diócesis medieval de Bangor. También fue Daniel el fundador del monasterio de Bangor Iscoed en el Dee, y se dice que fue consagrado obispo por San Dyfrig o San Teilo o por el propio San David, quien se supone que envió a Daniel a las Galias para buscar algún obispo que se prestara a combatir el recrudecimiento del pelagianismo. También se dice que éste fue el motivo para la convocación del sínodo de Llanddewi Frefi, alrededor del año 545. El escritor Rhygyfarch, en su biografía de San David, dice que éste se negó a asistir a la asamblea, por lo que se mandó a Daniel y a Dyfrig a buscarlo, y ambos lograron convencerlo para que participase. En aquel sínodo se puso de manifiesto la famosa elocuencia de San Daniel, que era irresistible en las tribunas y los pulpitos. Se relatan varios milagros realizados por San Daniel, no siempre desprovistos de esos elementos de altanería, orgullo y venganza, característicos de tantas historias hagiológicas celtas. A su muerte, fue sepultado en Ynys Ynlli, localidad que ahora se conoce con el nombre de Bardsey. En diversas fechas se nombra a San Daniel, pero el 11 de septiembre es el día en que, hasta hoy, se celebra su fiesta en la diócesis de Menevia.
Es muy poco lo que se puede afirmar con certeza sobre este santo, aunque Baring-Gould y Fischer pretenden darnos su biografía en LBS., vol. II. Algunos datos se pueden obtener de A. W. Wade-Evans, en su Life of Saint David (1923) y en su Welsh Christian Origins (1934). Su nombre es familiar para varias generaciones de estudiantes que han acudido a !a Biblioteca de San Deiniol, en Hawarden del Flintshire, fundada por Gladstone en 1896.
| |
|
|
|
11 de septiembre SAN PATIENS o PACIENTE,* Obispo de Lyon (480 d.C.)
En la serie de calamidades que azotaron a las Galias durante un períoc abarcó buena parte del siglo quinto, Dios favoreció a sus servidores al eiv-a este santo prelado que les sirvió de consuelo y de apoyo. Alrededor d-450, fue elevado a la sede episcopal de Lyon. La devastadora incursión godos en Borgoña provocó una época de hambre, durante la cual, San Pi por cuenta propia, alimentó a millares. La Providencia, en verdad, le d¿ ciento por uno, y sus caudales parecían multiplicarse maravillosamente de que siempre hubiera lo suficiente con qué construir iglesias, repar¿: socorrer a los pobres, "en cualquier rincón de las Galias que estuvieran". nos dice San Sidonio Apolinar. Este ilustre prelado, amigo de San P le califica de "hombre virtuoso y justo, activo, ascético y misericordioso sabía qué admirar más en él, si el celo por servir a Dios o su caridac. los pobres. Gracias a su solicitud pastoral y a sus sermones, numerosos : se convirtieron. En este aspecto era muy amplio el campo que se oír-celo de San Patiens, puesto que los burgundios, amos y señores de L aquel entonces, favorecían decididamente la herejía de los arríanos y au: algunos obispos en la diócesis que no estaban libres de aquellos errores. ' la diócesis de Chalon-sur-Saóne quedó envuelta en la confusión y la d:-por la muerte de su obispo, San Eufronio de Autun invitó a San Patie: -que le ayudase en la pacificación de la comarca y en la terminación de dalo. Por orden de San Patiens, uno de los sacerdotes de su clero. ..:-Constancio, escribió la "Vida de San Germano de Auxerre", la que i-. dedicó a su obispo. Al parecer, San Patiens murió alrededor del año 480
No hay ninguna biografía antigua de San Patiens de Lyon, pero los b: -seleccionaron de los escritos de Sidonio Apolinar, Gregorio de Tours y otros, lo-narraciones y datos que bastan para conocer lo suficiente sobre su vida y sus a -Ver también a S. L. Tatú, en S. Patient évéque de Lyon (1878), asi como a Du Pastes Épiscopaux, vol. h, p. 163.
| |
|
|
|
11 de septiembre SANTA TEODORA DE ALEJANDRÍA,(*) Penitente
. |
En el Martirologio Romano se habla el día de hoy de la muerte de Santa Teodora en Alejandría. Dice "que trasgredió las leyes del bien y la moral por descuido, pero después se arrepintió y perseveró en el bien y las reglas de la religión, mientras vivió desconocida e ignorada, en la abstinencia, soportándolo todo con paciencia hasta su muerte." Estas escuetas palabras son muy distintas, sobre todo en el tono, a las que contiene la leyenda de Santa Teodora. En ésta se relata que era la esposa de Gregorio, prefecto de Egipto y que, al cometer un gravísimo pecado, huyó de su casa para expiar sus culpas en un monasterio de la Tebaida. Se hizo pasar por hombre y así vivió durante muchos años entre los monjes, en el ejercicio de la penitencia y de una extraordinaria austeridad. Cierta vez fue a Alejandría conduciendo una caravana de camellos; a pesar de su disfraz, su esposo la reconoció al verla y quiso retenerla, pero ella insistió en continuar con sus penitencias y ya no volvió al monasterio, sino que se retiró al desierto, donde vivió hasta su muerte. Los Padres del desierto hablan de una Santa Teodora, cuyos dichos y proverbios, llenos de sabiduría, repetían por todas partes, pero la historia que relatamos antes, tan llena de datos ficticios, no es otra cosa que una fábula de esas que el padre Delehaye compara con el cuento de Santa Pelagia de Antioquía (8 de octubre). Lo mismo que Santa Reparata, Santa Marina y otras que vivieron como hombres entre los monjes, Santa Teodora fue acusada de una culpa de seducción y sólo fue reivindicada después de su muerte.
El 17 de septiembre, el Martirologio Romano menciona a otra Santa Teodora, una matrona romana que atendió valientemente a los mártires durante la persecución de Diocleciano.
El texto griego de la fabulosa historia de Teodora fue publicado por K. Wessely en Viena, con el título Die Vita S. Theodorae (1889). Ver también el Acta Sanctorum, sept., vol. III; ya Delehaye en Les legendes hagiographiques (1927), p. 189.
| |
|
|
|
11 de septiembre SAN BODO Obispo (670 d.C.)
"Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: ¡ invoca a María!". (San Bernardo)
San Bodo era hermano de Santa Salaberga, quien lo convenció para que abandonase el mundo y tomara los hábitos, al tiempo que su esposa se unió a la comunidad de Laon. Bodo llegó a ser el obispo de Toul y fundó tres monasterios, en uno de los cuales fue abadesa su propia hija. San Bodo murió en el año 670 y fue sepultado en Toul, pero posteriormente, sus restos fueron exhumados y trasladados junto a los de su hermana, en Laon, en el monasterio por ella fundado.
| |
|
|
|
11 de septiembre SANTO PAFNUCIO,(*) Obispo y Confesor
El ilustre confesor de Cristo y venerable obispo de la Tebaida superior, san Pafnucio, fue natu ral de Egipto, e hijo de padres cristianos y muy virtuosos. Oyen do desde niño la admirable vida que llevaban los santos anacoretas de los desiertos de la Tebaida, se sintió tocado del Señor pa ra imitar sus ejemplos; y llegado a la mocedad, dio libelo de repu dio a todas las cosas del siglo, pa 'ra servir a sólo Dios en la soledad, bajo la disciplina y magisterio del gran Antonio. Teniendo delante de los ojos aquel perfectísimo ejemplar de todas las virtudes, hizo tan gran des progresos en el camino de la perfección, que extendiéndose la fama de su gran santidad y de sus divinas letras, le opligaron a recibir las órdenes sagra das, y poco después de haber sido orde nado de sacerdote, fue elegido por co mún consentimiento para la silla episco pal de la Tebaida. Gobernaba santísima mente su Iglesia como verdadero pastor del rebaño de Jesucristo, cuando el tirano Maximino-Daia llevó a cabo una de las más grandes y sangrientas persecuciones que afligieron aquella santa cristiandad. En tonces fue preso y cargado de cadenas el venerable obispo Pafnucio. Fue el pri mero de los santos confesores a quien cortaron los nervios de la corva izquier da, y le sacaron el ojo derecho, condenándole a trabajar en las minas. Pero habiendo sucedido a la persecución de los tiranos, la paz que dio a la Iglesia el emperador Constantino, el santo volvió a su silla con nuevo celo y con gran júbilo de todos los fieles de su diócesis, los que le recibieron como a su ama do obispo y valeroso confesor de la fe. Por este título le hicieron también mucha honra los padres del Concilio de Nicea, en el cual se halló, y señalada mente el emperador Constan tino el Grande, que se holgaba conversando con él largas horas, y jamás se despedía del siervo de Dios, sin besarle con reverencia el hueco del cual le habían arrancado el ojo. Gozába el santo de tan grande autoridad en aquel Concilio, que viendo desasosegados los ánimos en cierta controversia de nuevas doctrinas en las cosas de fe, se levantó y dijo en alta voz: «Nada se mude: estad firmes en las sagradas Tradiciones» y todos se aquietaron y le obedecieron. Fue san Pafnucio familiar amigo de san Atanasio y estuvo con él en e1 concilio de Tiro, donde al ver seducido por los Arrianos al obispo Máximo, llegóse a él y tomándolo por la mano, lo sacó de entre ellos, diciéndole: «No puedo sufrir ver entre herejes un obispo que ha padecido por la fe». Oídas después las razones de Pafnucio vol vió Máximo a confesar la fe católica. Fi nalmente después de haber gobernado muchos años santamente su Iglesia, entregó su espíritu en manos del Creador.
REFLEXIÓN
Por ventura te parecerá co sa extraña que un obispo como Máximo que había sido confesor de la fe y había padecido por ella como nuestro san Paf nucio, cayese en los errores de los he rejes Arrianos: Pero has de recordar que la fe es siempre libre en sus actos, y que es sobremanera pestilencial la herejía y maligno su veneno. Para librarnos pues del contagio de toda herejía e impiedad, es menester creer con fortaleza las ver dades que nos enseña la santa Iglesia de positaria legítima de la doctrina de Dios, y estimarlas sobre toda doctrina huma na, y preferirlas a nuestras propias ideas y discursos; porque es insensata soberbia querer poner la verdad de Dios en tela de juicio, y gran presunción el pretender tragar la ponzoña de los herejes e impíos, sin envenenarse.
ORACIÓN
Concédenos, oh Dios omnipo tente, que la venerable solemnidad del bienaventurado Pafnucio, tu confesor y ,pontífice, acreciente en nosotros la gracia de la devoción y de la salvación eterna. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
| |
|
|
|
11 de septiembre SANTOS PROTO y JACINTO, Mártires
Os digo, habrá más fiesta en el cielo por un pecador que haga penitencia, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia. (Lucas, 15, 7).
Los dos hermanos Proto y Jacinto, esclavos de Santa Eugenia, y bautizados con ella por el obispo Hilario, se dedicaron al estudio de las Sagradas Escrituras. Después de haber permanecido algún tiempo en un monasterio de Egipto, edificando allí a todos por su humildad y santidad, siguieron a Santa Eugenia hasta Roma. Llegados a esta ciudad bajo el reinado de Juliano, fueron detenidos, cruelmente flagelados y finalmente decapitados.
MEDITACIÓN SOBRE TRES MANERAS DE HACER PENITENCIA
I. La penitencia debe ser interior: para esto el pecador debe ofrecer a Dios un corazón contrito y humillado, recibir con paciencia y resignación todas las aflicciones que se le envían, y hacerlas servir para la expiación de sus pecados. Sufrirás con paciencia si consideras que esos dolores pasajeros pueden librarte de los suplicios eternos que has merecido. El pecador es, él mismo, la causa de sus sufrimientos. No podemos imputar a Dios ninguno de los males que sufrimos, nosotros mismos somos sus autores. (Salviano)
II. Prívate, por espíritu de penitencia, de los placeres que no están prohibidos por la ley de Dios. No mereces el goce que se encuentra en la posesión de las cosas creadas, después de haber abusado tanto de ellas para ofender al Señor. Para las almas inocentes son los placeres permitidos; en cuanto a los pecadores, deben ellos hacer penitencia, y persuadirse de que Dios les prolonga la vida sólo para darles tiempo de expiar sus pecados.
III. Pero no es suficiente; todavía hay que imponerse mortificaciones corporales, para expiar el placer que se ha gustado en ofender a Dios. Los santos siempre han practicado estas austeridades; en sus biografías, no se habla sino de vigilias, ayunos, cilicios y disciplinas. ¿Creemos acaso que somos nosotros más inocentes de lo que eran ellos? El camino del cielo no es más ancho ni más cómodo para nosotros que lo fue para ellos. No nos engañemos: hagamos penitencia, y no recaigamos en los mismos pecados. Donde no hay enmienda, no hay sino vana penitencia. ( Tertuliano)
La penitencia -Orad por la enmienda de los pecadores.
ORACIÓN
Señor, que la preciosa confesión de vuestros bienaventurados mártires Proto y Jacinto reanime nuestro celo, y que su piadosa intercesión nos proteja constantemente. Por J. C. N. S. Amén.
| |
|
|
Primer
Anterior
2 a 12 de 12
Siguiente
Último
|