El
mundo está lleno de quejas. De personas que se dicen solitarias. Que
desearían ser amadas. Que viven en búsqueda de alguien que las ame, que
las comprenda.
El mundo está lleno de carencias. Carencias afectivas. Carencias materiales.
Posiblemente, observando el panorama del mundo donde vivía fue que madre Teresa de Calcuta cierto día escribió:
Señor,
cuando yo tuviera hambre, dadme alguien que necesite de comida. Cuando
tuviera sede, dadme alguien que necesite de agua. Cuando sentir frío,
dadme alguien que necesite de calor.
Cuando tuviera una
aversión, dadme alguien que necesite de consuelo. Cuando mi cruz
parecer pesada, déjeme compartir la cruz del otro.
Cuando
hallarme pobre, poned a mi lado alguien necesitado. Cuando no tuviera
tiempo, dadme alguien que necesite de algunos de mis minutos. Cuando
sufrir humilhación, dadme ocasión para elogiar alguien.
Cuando estuviera desanimada, dadme alguien para darle nuevo ánimo.
Cuando
sentir necesidad de la comprensión de los otros, dadme alguien que
necesite de mi. Cuando sentir necesidad de que cuiden de mí, dadme
alguien que yo tenga que atender.
Cuando pensar en mí misma, volved mi atención para otra persona.
Hacednos dignos, señor, de servir nuestros hermanos que viven y mueren pobres y con hambre en el mundo de hoy.
Dadles, a través de nuestras manos, el pan de cada día, y dadles, gracias a nuestro amor compasivo, la paz y la alegría.
Madre Teresa verdaderamente conjugó el verbo amar. Su preocupación era primero con los otros.
Todos representaban para ella el propio cristo. En cada cuerpo enfermo, desnutrido y abandonado ella veía Jesus crucificado en un nuevo madeiro .
Amó de tal forma que extendió su obra por el mundo entero, abrazando hombres de todas las razas y credos religiosos.
Honrada
con el premio Nobel de la paz, prosiguió humilde, sirviendo a sus
hermanos. Todo lo que le importaba eran sus pobres. Y sus pobres eran
los pobres del mundo entero.
Amó
sin fronteras y sin límites. Sirvió Jesus en plenitud. Y nunca se oyó
de sus labios una queja de soledad, amargura, cansancio o desánimo.
Su vida fue siempre un cántico de fidelidad Dios, por medio de los compromisos con las lecciones dejadas por Jesus.
Cristo
necesita de almas dispuestas y decididas que no midan obstáculos. Almas
que se lancen al trabajo reconfortante y luminoso, en lo cual se puede
ser útil de verdad.
Almas que no esperen nada de sus atendidos la no ser su felicidad, bajo las luces del amigo Jesus.
Almas cuyo único antojo sea lo de amar intensamente, sin aguardar un único gesto de gratitud.
Almas que hayan entendido lo que deseó decir Francisco de Assis: es mejor amar que ser amado.
Poema de Madre Teresa de Calcuta – Dadme alguien para amar.