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Ten paciencia con tu siembra
¡Quién iba a creer que una chica tan “rebelde” fuera a llegar tan lejos! Fueron las palabras de mi amiga Sylvia cuando llamó a invitarme a la graduación universitaria de su hija.
Recuerdo cuando Sylvia se quejaba: “Esta niña no me hace caso. Mira cómo se viste, las amistades que busca. Sólo le interesan los novios. Yo trato de inculcarle buenos hábitos y modales, pero todo es en vano”. Ese día le conté la historia del bambú mágico. En la China existe una especie de bambú que al año de haber sembrado su semilla no puedes ver ningún crecimiento. Al segundo año, cuando estás listo para verlo brotar, sigue sin asomar ni un solo tallito. Al tercer año pasa lo mismo y empiezas a dudar del lugar donde lo sembraste. Para el cuarto año, las esperanzas están bastante perdidas, ya que todavía no hay rastro de vida. Entonces, en el quinto año, cuando estás a punto de renunciar, el bambú crece gloriosamente. ¡En tan sólo un año alcanza la altura de una casa de dos pisos!”. Este bambú nos enseña paciencia, no sólo con los hijos, pero sobretodo con nosotros mismos. Vivimos en una época en que queremos ver resultados rápidos. No podemos sobrevivir sin un horno microondas. Somos adictos a los restaurantes de comida rápida. Necesitamos los mensajes instantáneos. Sólo queremos manejar en el “express lane” y nos hace feliz la computadora más rápida.
Tal vez empleaste un gran esfuerzo en algún proyecto y te decepcionaste al no ver consecuencias inmediatas. O propusiste una nueva idea que no fue aceptada con rapidez y decidiste no insistir más. La paciencia es clave para ver los frutos de lo que has sembrado. Aunque no veas nada en el momento, tarde o temprano tus esfuerzos serán recompensados. Así le paso a mi amiga Sylvia, quien no imaginó que su hija llegaría tan alto. Creyó que las conversaciones con la niña eran inútiles. Pensó que su buen ejemplo como madre, los consejos y el tiempo que compartían juntas no hacían ninguna diferencia. Sin embargo, la niña lo absorbía todo. Aunque no lo parecía, los valores que su mamá le enseñaba crecieron unas profundas raíces en ella que más tarde formaron un “tronco de mujer”.
Durante la ceremonia de graduación, Sylvia me miró y con una sonrisa dijo: “!Qué orgullosa me siento!”. A lo que agregué: “Tu hija es una niña bambú, aunque por años no viste la cosecha, la semilla de tu amor estaba germinando
MARIA MARIN
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