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Respuesta  Mensaje 1 de 9 en el tema 
De: ★*Gaviota Libertad *★*  (Mensaje original) Enviado: 05/09/2009 05:08


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Respuesta  Mensaje 2 de 9 en el tema 
De: ★*Gaviota Libertad *★* Enviado: 05/09/2009 05:09

26 de septiembre
SAN ISAAC JOGUES,
Mártir
(1649 d.C)

A

   Isaac Nogués nació en Orleans, de linaje noble, fue bautizado con el nombre de Isaac en la iglesia de San Hilario. Cuando muchacho, le gustaba llamarse "ciudadano de Santa Cruz", y al llegar a sus diez años fue uno de los primeros estudiantes que ingresaron en el nuevo colegio de los jesuitas consagrado a la Madre de Dios.

   Después de completar sus cursos en Roen fue a París, donde, a los diecisiete años, inició su noviciado como jesuita. Un día, el perspicaz maestro de novicios preguntó a Jogues por qué había ingresado a la Compañía. El joven respondió: "¡Etiopía y martirio!" A lo que el maestro había respondido con inspirado juicio: "¡No, hijo mío; morirás en Canadá!"     

   Fue el primer sacerdote católico que llegó a la Isla de Manhattan (Nueva York). Ingresó a la Compañía de Jesús en 1624 y luego de haber sido profesor de literatura en Rouen, fue enviado como misionero a Canadá en 1636. Partió junto con Monmagny, sucesor inmediato de Champlain. Desde Québec se dirigió a las regiones que se encontraban alrededor de los Grandes Lagos en donde el ilustre Padre de Brèbeuf y otros se encontraban trabajando. En aquel lugar, pasó seis días en constante peligro.

   A pesar de ser un misionero valeroso, su personalidad era de una naturaleza más práctica, su propósito siempre fue el de unir a su gente en hogares permanentes. Se encontraba con Garnier entre los Petunos, y junto con Raymbault ingresaron  hasta Sault Ste. Marie y “fueron los primeros misioneros”  señala Bancroft (VII, 790, Londres, 1853), “en predicar el evangelio a miles de cientos en el interior”, seis días antes de que Juan Eliot se dirigiera a los indios a 6 millas del puerto de Boston. Se cree que ellos no fueron sólo los primeros apóstoles sino también los primeros hombres blancos en llegar a la salida  del Lago Superior. Los más conocidos historiadores no mencionan ninguna prueba documental de que Nicolás, el descubridor del Lago Michigan, visitó alguna vez Sault. Bogues propuso no sólo convertir a los indios del Lago Superior sino también a los Sioux, quienes vivían en  la cabecera del  Mississippi.

   Su plan se frustró debido a su captura  al regresar de Québec cerca de los Tres Ríos. Fue tomado prisionero el día 3 a agosto de 1642, y luego de ser cruelmente torturado, fue llevado a la aldea de los indios de Ossernenon, actualmente Auriesville, en Mohawk, alrededor de 40 millas al norte de la actual ciudad de Albania. Allí permaneció durante 13 meses como esclavo, sufriendo por lo visto más allá de lo tolerable. Los calvinistas holandeses del Fort Orange (Albania) realizaron constantes esfuerzos por liberarlo y por último, cuando estuvo a punto de ser quemado, lo persuadieron a refugiarse en un barco de vela, el cual lo llevaría a Nueva Ámsterdam (Nueva York). Su descripción de la colonia, de cómo era en ese entonces, se ha incorporado en la historia documental del estado. Lo enviaron de Nueva York; a mediados de invierno atravesando el océano, en un lugre de sólo 50 toneladas de carga y después de un viaje de dos meses llegaron en una mañana navideña de 1643, a la costa de Bretaña, en un estado de absoluta miseria. Desde allí, encontró su camino a la escuela de la Sociedad más cercana. Fue recibido con gran honor en la corte de la Reina Regente, la madre de Luis XIV. Asimismo, el Papa Urbano VII le concedió el gran privilegio de celebrar la Misa, la cual no se llevo a acabo canónicamente debido a la condición mutilada de sus manos; varios de sus dedos fueron comidos o quemados. Fue nombrado Mártir de Cristo por el Pontífice. Se sabe que además de esta concesión, no se han otorgado otras similares.

   A comienzos de la primavera de 1644, Isaac Bogues regresó a Canadá y en el 1646 lo enviaron para negociar la paz con los Uroqueses. Siguió la misma ruta que cuando fue llevado como cautivo. Esa fue la ocasión en la que le dio el nombre  de Lago del Sacramento bendito a estas aguas llamadas Horicon por los indios, actualmente conocido como Lago George. Llegó a Ossernenon el 5 de junio, después de tres semanas de viaje desde St. Lawrence. Fue bien recibido por sus primeros captores y se llevó acabo el tratado de paz. Partió para Québec el 16 de junio y llegó el 3 de julio. Inmediatamente, pidió que lo enviaran de regreso como misionero a los Uroqueses. Pero sólo luego de vacilar muchas veces, sus superiores aceptaron su petición. El 27 de setiembre comenzó su tercer y último viaje a Mohawk. Dentro de la tribu se había desatado una enfermedad y una plaga había caído en las cosechas. A Jogues, a quien los indios consideraron siempre un hechicero, se le culpó por esta doble calamidad. Decidieron vengarse de él debido al hechizo que había arrojado en el lugar y los guerreros fueron enviados en busca de su captura. Las noticias de este cambio de idea se propagaron rápidamente y aunque Jogues estaba completamente consciente del peligro, continuó su camino hacia Ossernenon, a pesar de que todos los hurones y otros que estuvieron con él, a excepción de Lalande, habían huido. Los uroqueses lo encontraron cerca del Lago George. Le quitaron la ropa, lo acuchillaron, lo mordieron y lo llevaron a la aldea. El 18 de octubre de 1646, al entrar en una cabaña lo golpearon con un Tomahawk y luego lo decapitaron. Su cabeza fue clavada en Palisades y el cuerpo arrojado en Mohawk.

   Isaac Jogues fue canonizado por el Papa Pío XI el 29 de junio de 1930, junto con otros siete mártires norteamericanos. 

  


Respuesta  Mensaje 3 de 9 en el tema 
De: ★*Gaviota Libertad *★* Enviado: 05/09/2009 05:10

26 de septiembre
SAN ELO COLMAN,
Abad
(611 d.C)

A

   San Elo Colman nació en el 555 en Glenelly, en el posterior Condado Tyrone, y murió en Lynally el 26 de septiembre del 611, día en el cual se celebra su fiesta. 

   Estudió bajo la tutela de una tía materna, Santa Columcille o Columba, quien procuró para él un sitio en un monasterio conocido como Lynally (Lann Elo). Subsecuentemente fundó la Abadía de Muckamore, y por el hecho de ser “Coarb de MacNisse”, fue nombrado Obispo de Connor. También es conocido como San Colman Macusailni

   San Elo Colman es famoso en la Hagiología Irlandesa. 


Respuesta  Mensaje 4 de 9 en el tema 
De: ★*Gaviota Libertad *★* Enviado: 05/09/2009 05:14

26 de septiembre
SAN EUSEBIO,
Papa
(308 d.C)

A
   San Eusebio nació probablemente en la Magna Grecia. Fue Papa sólo durante cuatro meses.

   Se encontró ante el problema de si conceder o no el perdón a los apóstatas, admitidos a volver al seno de la Iglesia. Había que actuar con mucha cautela, aplicando normas claras, severas y válidas para todos, siendo la cuestión muy delicada. Errores de valoración y fácil gestión habrían podido provocar desagrados, instilar dudas, fomentar polémicas con consecuencias deletéreas para la misma comunidad cristiana.
En este terreno, sostuvo con decisión la disciplina de la Iglesia en la rigurosa observancia de los cánones penitenciales con respecto a los pecadores penitentes, especialmente aquellos que habían renegado la fe en la persecuciones.

   Muchos ofendidos de este rigor, con un tal Heraclio por caudillo, le ocasionaron grandes disturbios; pero el verdadero pastor sostuvo su terreno con paciencia invencible. 

   Fue desterrado a Sicilia por el tirano Majencio, donde murió el año 308. Fue enterrado en San Calixto. Más tarde su cuerpo fue trasladado en San Sebastián Extramuros.


Respuesta  Mensaje 5 de 9 en el tema 
De: ★*Gaviota Libertad *★* Enviado: 05/09/2009 05:15

26 de septiembre
SAN NILO de ROSSANO,(*)
Abad
(1004 d. C.)

.

.

   Algunas veces se llama Nilo el Joven a este santo abad, descendiente de una familia originaria de la ciudad de Magna, en Grecia, y nacido en la ciudad de Rossano, en Calabria, alrededor del año 910. En la pila bautismal recibió el nombre de Nicolás. Aparte de haber sido en su juventud "muy ferviente en la práctica de sus deberes religiosos y de todas las virtudes", como afirma Alban Butler, tuvo sus momentos de debilidad, de tibieza y descuido en los primeros años de su vida e incluso se ha discutido si la mujer que vivía con él y que le dio una hija, era su legítima esposa. Pero lo cierto es que, cuando Nicolás tenía treinta años, tanto su mujer como su hija murieron, y aquella doble pérdida junto con una serie de enfermedades y quebrantos, le hicieron volverse hacia Dios. Por aquel entonces, había un gran número de monasterios de los monjes del rito bizantino en el sur de Italia y, en uno de ellos recibió Nicolás el hábito y el nombre de Nilo. En varias oportunidades vivió en alguno de los distintos monasterios, después de haber pasado un período de tiempo como ermitaño y, por fin, fue nombrado abad en el monasterio de San Adrián, cerca de San Demetrio Corone. La fama de su santidad y su sabiduría se extendió por toda la comarca, y eran muchas las gentes que acudían a él en busca de consejo espiritual. En cierta ocasión, el arzobispo Teofilacto de Reggio, con el doméstico Leo, muchos sacerdotes y fieles, fue a visitarle con el propósito de poner a prueba su famosa erudición y habilidad. El abad conoció de antemano las intenciones del arzobispo y, antes de saludar al prelado y los otros miembros de la comitiva, rezó con ellos algunas oraciones y dejó en manos de Leo un libro en el que estaban escritas ciertas teorías sobre el pequeño número de los elegidos, ideas éstas que parecieron demasiado severas a la concurrencia. El santo abad se propuso demostrar entonces que dichas teorías estaban fundadas en los principios establecidos, no sólo por San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Efraín, San Teodoro el Estudita y otros padres, sino por los del propio San Pablo y los del Evangelio. Para terminar su discurso, agregó estas palabras: "Las declaraciones parecen duras y aún terribles, pero mirad bien que sólo condenan las irregularidades de vuestras vidas. A menos que lleguéis a ser enteramente santos, no escaparéis de los eternos tormentos." Uno de los presentes preguntó al abad si Salomón se había condenado o salvado, a lo que él repuso: "¿Qué necesidad tenemos de saber si se ha salvado o no? En cambio, conviene reflexionar en que Cristo pronunció palabras de condenación contra todas las personas que cometen impurezas." Eso lo dijo porque sabía que la persona que le había preguntado era adicta a ese vicio. Después añadió: "Tal vez yo podría saber si tú te salvarás o te condenarás. En cuanto a Salomón, la Biblia no hace mención de su arrepentimiento, como lo hace del de Manases." Eufraxio, un noble lleno de vanidad y de altivez, fue enviado desde la corte imperial de Constantinopla para gobernar la Calabria. San Nilo no le ofreció ningún presente a su llegada, como lo hicieron otros prelados y, por esa causa, el gobernador buscó pretextos para molestar al siervo de Dios. Sin embargo, cuando enfermó gravemente al poco tiempo de su arribo, envió a buscar a San Nilo, le pidió perdón, le rogó que orase por él y le suplicó que le impusiese el hábito de monje. A esto último se negó el abad durante largo tiempo, diciendo cada vez que el gobernador insistía: "Los votos que te fueron impuestos en el bautismo bastan para ti. La penitencia no requiere nuevos votos, sino un cambio sincero de corazón y de vida." Pero Eufraxio no estaba satisfecho y tanto insistió en su petición que, a la larga, el abad le concedió el hábito. Inmediatamente, el gobernador puso en libertad a todos sus esclavos, distribuyó sus bienes entre los pobres y, tres años más tarde, murió con una santa resignación.

   Alrededor del año 981, las incursiones de los sarracenos en el sur de Italia obligaron a huir a San Nilo quien, junto con muchos de sus monjes y otros religiosos, representantes del monaquismo oriental, se acogió a la hospitalidad de la abadía de Monte Cassino, el centro del monaquismo occidental. Ahí fue recibido "como si San Antonio hubiese llegado de Alejandría o si el propio San Benito regresase del mundo de los muertos" y, luego de vivir durante algún tiempo en la abadía y de celebrar los oficios griegos en su iglesia, Aligerno, el abad benedictino, cedió para los fugitivos el monasterio de Vallelucio. Ahí permanecieron los monjes de San Nilo quince años, hasta que se trasladaron a una nueva casa en Serperi, cerca de Gaeta. En el año 998, el emperador Otón III viajó a Roma con el propósito de expulsar a Filagatos, el obispo de Piacenza, a quien el senador Crescencio había instalado corno antipapa, en contra de Gregorio V. En aquella ocasión, el abad Nilo se presentó ante el Papa y el emperador para suplicarles que tratasen con benignidad al antipapa. Filagatos ("Juan XVI") era calabrés como el abad, y éste se había esforzado en vano por disuadir al otro del cisma y la traición. Las peticiones de Nilo fueron escuchadas con respeto, pero a fin de cuentas, no lograron modificar para nada la terrible crueldad con que fue tratado el anciano antipapa. Nilo protestó enérgicamente en contra de las injurias cometidas en la persona de Filagatos y, cuando el emperador envió a un alto prelado para darle explicaciones, el abad fingió estar dormido a fin de no recibir al enviado y evitarse discusiones. Al poco tiempo, el propio Otón visitó la "laura" de San Nilo y se sorprendió al ver que el monasterio consistía en algunas míseras cabañas. "Estos hombres", comentó, "que viven voluntariamente en pobres chozas, son extranjeros en la tierra; en realidad, son ciudadanos del cielo." Nilo condujo al emperador, ante todo, a la iglesia, donde ambos oraron largo rato; después charló con él largamente en su celda. Otón insistió para que el abad aceptase algunas tierras de sus dominios y una renta que le permitiera establecer en ellas su propia abadía. Nilo le dio las gracias y agregó: "Si mis hijos son verdaderos monjes, nuestro divino Maestro no los abandonará cuando yo me haya ido. Dejadnos donde estamos." A la hora de la despedida, el emperador volvió a hacer otro vano intento para que aceptase algún presente. San Nilo puso ambas manos sobre el pecho del emperador y dijo: "Lo único que os pido, señor, es que salvéis vuestra alma. Sois emperador, pero habréis de morir y dar cuenta a Dios de vuestros actos, lo mismo que todos los hombres."

   En el año de 1004 o de 1005, Nilo emprendió un viaje para visitar un monasterio al sur de Tusculum y, durante la jornada, cayó enfermo y debió quedarse en las colinas albanas. Ahí tuvo una visión de Nuestra Señora, quien le manifestó su deseo de que en aquel sitio estableciese una abadía para sus monjes. El abad se puso inmediatamente en movimiento: obtuvo del conde Gregorio de Tusculum una parcela de tierra en las estribaciones del Monte Cavo y mandó llamar a los miembros de su comunidad para instalarse en aquel sitio. Pero antes de iniciarse los trabajos, murió el anciano abad. La obra fue realizada por sus sucesores, especialmente por San Bartolomé, quien murió alrededor del año 1050. El monasterio de Grottaferrata, del cual se considera a San Nilo como primer abad y fundador, existe desde entonces en aquel lugar, habitado por monjes italo-griegos que han mantenido la liturgia y las modalidades bizantinas, a pocos kilómetros de distancia del mundo latino y católico.

   La biografía de este santo, con auténtico valor histórico, fue escrita en griego por uno de sus discípulos, y su traducción al latín se halla impresa en Acta Sanctorum, sept. vol. VII. La misma biografía ha sido traducida en varias ocasiones al italiano, por G. Minasi, en San Nilo di Calabria (1893) y por A. Rocchi, en Vita di San Nilo Abate (1904). También fue este santo, autor de poemas litúrgicos, y sus composiciones han sido editadas por Sofronio Grassisi en un volumen titulado Poesie di San Nilo juniore (1906). Sobre la cuestión del supuesto matrimonio de Nilo, véase a U. Benigni en Miscellanea di storia e coltura eclesiástica (1905), pp. 494-496. El autor es partidario de la suposición de que San Nilo no estaba casado con su mujer. Ver también a J. Gay en L´Italie méridionale et l´Empire Byzantin (1904), pp. 268-286.


Respuesta  Mensaje 6 de 9 en el tema 
De: ★*Gaviota Libertad *★* Enviado: 05/09/2009 05:16

26 de septiembre
SAN VICENTE MARIA STRAMBI,(*) 
Obispo y Confesor

A
   Poco antes de la medianoche del 23 de diciembre de 1823, San Vicente María Strambi fue despertado urgentemente, requerido por Su Santidad León XII, que se encontraba gravemente enfermo.

   Desde finales de noviembre, habiendo renunciado el obispado de Macerata y Tolentino, habitaba en el palacio del Quirinal, llamado por Su Santidad como consejero particular y director espiritual de su alma.

   Consternado por la infausta noticia, San Vicente María Strambi voló a la cabecera del augusto enfermo. Con afecto de hijo y corazón de santo preparó a Su Santidad a recibir el santo viático, decidido a quedarse a su lado para asistirle en los últimos momentos con el conforto espiritual.

   Mientras la respiración del Santo Padre se hacía cada vez más afanosa, San Vicente, movido de sobrenatural impulso, pidió al Papa poder celebrar inmediatamente la santa misa para obtener su curación. Se notó que aquélla misa votiva pro infirmo, celebrada en la misma capilla papal, fue más larga que de costumbre, y el rostro del Santo, transformado por el recogimiento, causó maravilla en los presentes. A la Víctima del Calvario se unió la personal de San Vicente por la salud temporal de León XII.

   Al alborear del día el Santo pasionista visitó de nuevo a Su Santidad, y en íntima confidencia personal le reveló el secreto: curaría y su vida terrena se prolongaría cinco años y cuatro meses, Dios había aceptado la inmolación de San Vicente María Strambi; el ofrecimiento de su vida por la del Papa había sido satisfactoriamente recibido por la divina Justicia.

   El 28 de diciembre San Vicente sufre un ataque apoplético y el 1 de enero de 1824 entrega su alma a Dios. Este acto sublime del venerable anciano de setenta y nueve años era el epílogo y recapitulación de una vida consagrada al servicio de la Iglesia y del Romano Pontífice.

   Nacido en Civitavecchia el 1 de enero de 1745, le concedió Dios la gracia de ser educado por unos padres de acendrada piedad. Consiguió la realización de su vocación pasionista en 1769 a la hermosa edad de veinticuatro años, después de haber terminado la carrera sacerdotal y haber ocupado los cargos de prefecto y rector del seminario.

   La herencia del crucifijo que pide de rodillas a su padre la recibe realmente de manos de San Pablo de la Cruz, que, a la hora de la muerte, le encarga el cuidado de la Congregación. Ocupa en ella los cargos más altos y delicados de educación y gobierno, admirado por su espíritu de observancia y de oración.

   En la soledad de los "retiros" pasionisias intensifica su preparación a la futura vida apostólica con la oración y el estudio. Serán deliciosas las horas pasadas a los pies de Jesús crucificado, siempre sediento de la sangre divina, a la que honrará con particular devoción.

   Pero sobre todo heredará de su santo fundador el espíritu apostólico. Será en este ancho campo de la predicación donde sus servicios a la Iglesia le conseguirían el renombre de santo y de misionero.

   Orador por excelencia, dotado de una extraordinaria capacidad de adaptación al auditorio, procuraba no sólo dirigirse a la inteligencia de sus oyentes para instruirlos, sino llegar a lo más íntimo de su corazón y de su voluntad para arrastrarles.

   Misionero de fama y de extraordinaria eficacia, fue reiteradamente escogido por los romanos pontífices para predicar las misiones en Roma y apaciguar las sediciones y motines populares. Preferido más de una vez para dar los ejercicios espirituales al Colegio Cardenalicio y al alto clero de la Ciudad Eterna, dejará admirada la selecta asamblea por su unción apostólica y por su exacta y vasta doctrina, confirmando el parecer común que le consideraba "sumo" en este género de predicación.

   Durante veinticinco años recorrió la Italia central en todas direcciones, aclamado como uno de los mejores predicadores de la península y quizá el más grande catequista de su siglo. Volcaba en el púlpito su corazón de padre, de pastor, de apóstol y de santo; sobre todo de santo. El fuego divino que le abrasaba se comunicaba con fuerza irresistible a su auditorio, ablandando el corazón de los pecadores más endurecidos, que venían a descargar sus culpas a los pies de aquel hombre extraordinario.

   Identificado con Cristo crucificado, el argumento de su pasión fue siempre el tema preferido de sus predicaciones y el secreto de su elocuencia dulce y avasalladora. Cuando San Vicente hablaba de la víctima divina no hacía más que descubrir los tesoros de vida eterna que su alma contemplativa había descubierto en las llagas del Redentor. Siempre presente en el Calvario, ocupado en la contemplación extática de su amor crucificado, no es de admirar que su caldeada palabra transmitiese al auditorio la virtud divina que irradia desde la cruz.

   En el confesionario, donde recogía los frutos de los trabajos apostólicos, fue admirada su bondad, creyéndose cada penitente objeto especial de sus atenciones. Gaspar del Búfalo, Ana María Taigi y un nutrido grupo de almas selectas encontraron en San Vicente María Strambi al director eximio, práctico y experimentado en el camino de la perfección y en los recónditos secretos de la mística, que no sólo sabía calmar sus dudas con el consejo oportuno, sino también descubrirles los amplios horizontes de la santidad más encumbrada, lanzándoles resueltamente por las más altas vías del espíritu.

   Dotado de una gran potencia asimiladora, sus incesantes lecturas le permitieron usar de la pluma para ensanchar y perfeccionar su acción apostólica. Inspirado en la santísima pasión de Cristo, ella fue el tema preferido de sus escritos. Nada de especulación árida, fría, de vana y ostentosa erudición. El descubrimiento de los tesoros que tenemos en Jesucristo no tenía en su pluma otro fin que convencer al alma cristiana del amor que debemos a Cristo y decidirla a la práctica de las virtudes que Él nos dio ejemplo.

   En 1801 le imponía Pío VII la aceptación del obispado de Macerata y Tolentino. En vano se resistió. La voluntad decidida y terminante del Papa puede más que todo. Consagrado obispo, San Carlos Borromeo y San Francisco de Sales fueron desde entonces su modelo, copiando el celo apostólico del uno y la dulzura del otro.

   Recibido como un don de Dios para ambas diócesis, comenzó su actividad episcopal organizando grandes misiones, que predicó personalmente. Con una entrega total y sin reserva a los suyos, procuró, ante todo, conocerlos, examinando de cerca todos sus problemas para darles la más perfecta solución. A este fin empezó casi inmediatamente la visita pastoral, que se puede decir fue continua e interrumpida solamente por el destierro.

   Su unión con Dios, aun en medio de las más absorbentes ocupaciones del gobierno pastoral, era continua y profunda. Dedicaba no menos de cinco horas diarias a la oración, viviendo todo el día como en un ambiente místico y celestial en íntima unión con Dios. Este contacto ininterrumpido con la Divinidad envolvía su persona y sus actividades como en una atmósfera sobrenatural, imprimiendo a todos sus actos de gobierno un marcado tono de la más alta espiritualidad, a la vez que de la más escrupulosa justicia y exactitud, no buscando jamás otra cosa que la gloria de Dios.

   Su primera preocupación fueron los eclesiásticos, a cuya elevación y santificación consagró sus mejores energías. Empezó por el seminario, renovando, además del edificio material, el programa escolar y el reglamento, deseoso de acomodarlo a las necesidades de su tiempo. El seminario, en su concepto, debía ser únicamente el semillero perpetuo de los ministros de Dios, excluyendo, contra la mentalidad reinante, todo joven que no diese pruebas claras de vocación divina.

   Los dos puntos básicos de la formación espiritual de los futuros ministros del santuario eran la comunión fervorosa, que deseaba fuese cotidiana, y la oración mental. Consideraba este ejercicio de la meditación como algo indispensable y fundamental en la vida de un sacerdote, por lo cual sometía a los ordenandos a un riguroso examen, no sólo del conocimiento teórico de la meditación, sino también de la práctica y de los frutos reales en ella conseguidos. Para facilitar a su clero el cumplimiento de esta obligación compuso una serie de meditaciones sobre los principales deberes del estado clerical y otra sobre los novísimos, que en poco tiempo alcanzó la quinta edición.

   Con estos medios y su asidua vigilancia consiguió, en un tiempo en que la formación sacerdotal dejaba mucho que desear, elevar su seminario a un nivel tal de ciencia y santidad, que no sólo se presentaba como modelo de organización y disciplina, sino también de la piedad más acendrada. Adelantándose a su tiempo como sagaz previsor de las necesidades de la Iglesia, instituyó prácticas y métodos entonces desconocidos y que son hoy normas corrientes de formación de nuestros mejores seminarios.

   Durante los veintidós años que duró su episcopado no dejó un solo día de seguir con vigilante y escrutadora mirada, con los más asiduos cuidados y desvelos, la educación de sus queridos seminaristas, a los que amaba como a las niñas de sus ojos. Era un padre, y como tal deseaba estar junto a sus hijos. Con ellos convivió los últimos años de su vida, preocupándose personalmente por cada uno, formándoles con su ejemplo, su consejo y sus exhortaciones. Legando su herencia al seminario, quiso perpetuar su influjo benéfico hasta después de su muerte.

   Al par que la santidad, exigió siempre de su clero la ciencia, mostrándose inflexible en el examen obligatorio para todos los sacerdotes antes de conferirles la cura de almas o la facultad de oír confesiones.

   Diligentísimo en el cumplimiento de todos sus deberes de obispo, no perdonó sacrificio ni molestia cuando se trataba de la gloria de Dios o de la salvación de las almas. Precedido por la fama de su santidad, su presencia se consideraba como una gracia especial de Dios, y, bajo el influjo de aquella vida sobrenatural, que no podía ocultar su humildad, se entregó sin reservas a la reforma y saneamiento moral de sus diocesanos, consiguiendo una profunda transformación religiosa.

   Experimentado misionero, se sirvió con profusión del ministerio de la palabra para enseñar a sus diocesanos el conocimiento de la religión, convencido ser éste el único fundamento para conseguir que la práctica religiosa fuese sólida y constante. Contra el parecer e inercia de muchos, restableció la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños y al pueblo. Procuró ante todo el aumento numérico de asistencia, perfeccionó los maestros y hasta reeditó el catecismo, adaptándolo a las necesidades del tiempo e individuos.

   Personalmente llevó la instrucción de la juventud que frecuentaba el liceo y la universidad de Macerata, predicándoles todos los domingos.

   Confiando en que "Dios no es pobre" y convencido que los pobres eran los verdaderos "dueños" y sus "acreedores", la generosidad de San Vicente María Strambi rayó frecuentemente en el heroísmo más sublime y desinteresado.

   Vivía en extrema pobreza con el fin de economizar para los indigentes. Sus manos eran un canal que nada retenían. Se reconocía en él una gracia especial para pedir, que supo utilizar para alivio de los necesitados. Con frecuencia se hizo mendigo por amor de Cristo, llamando a las puertas de sus potentados amigos de Milán y de Roma, incluido el Romano Pontífice. Estará para abandonar definitivamente la diócesis camino de Roma, y dará en limosna el anillo episcopal, que era lo único que le quedaba.

   En estas acciones caritativas era dominado por dos sentimientos diametralmente opuestos: extraordinario amor a la pobreza y un deseo vivísimo de poseer. El aparente contraste se reducía a perfecta unidad en el amor a los pobres, en quienes veía a Jesucristo. En las largas horas de oración a los pies del crucifijo, consiguió descubrir las sublimes e inefables relaciones que existen entre el Cuerpo real de Jesucristo y su Cuerpo místico, que es la Iglesia, entre el divino Paciente que agoniza en la cruz y sus miembros que sufren en los pobres.

   Durante su vida religiosa la voz del Vicario de Cristo fue para San Vicente María Strambi la voz de Dios, y cuando los sucesores de Pedro le transmitieron su voluntad, el misionero pasionista cumplió los encargos con afectuosa y diligente sumisión filial.

   Aceptado el obispado por directa intervención de Pío VII, que confesó hacerlo por inspiración divina, consideró como superior inmediato al Romano Pontífice. El respeto, amor y obediencia de San Vicente María Strambi al Papa es una de las notas más características de su santidad.

   Su fe inquebrantable en la Cátedra de Pedro le hacia considerar al Santo Padre como el centro de la autoridad, el padre común de todos los fieles, el oráculo de la verdad. A toda orden del Papa, mejor, a la más mínima manifestación de su voluntad, San Vicente María Strambi repetía con fe viva y amor ardiente: "Voluntad de Dios". A tal grado llegó esta obediencia, que, invitado por obispos y cardenales a predicar las misiones en sus diócesis, exigía antes de aceptar el consentimiento expreso del Romano Pontífice.

   Sin miramientos humanos salía en defensa del Vicario de Cristo, y el general francés Lemarois se vio contradicho enérgicamente por el santo obispo, admirando los demás oficiales tan intrépida fortaleza.

   La convicción que tenía del Primado de San Pedro le hacía hablar con tanta elocuencia, que causaba maravilla a sus auditores, mereciendo ser calificados estos discursos entre las mejores piezas oratorias del Santo.

   Las circunstancias por donde le tocó atravesar le dieron ocasión de probar, con la heroicidad de los hechos, los sentimientos que albergaba en su corazón. Su amor a la Iglesia y al Papa debían pasar por el crisol de la prueba, dándonos la oportunidad de conocer su profundidad y su extraordinaria grandeza.

   Como consecuencia de la conquista del Estado pontificio por las huestes napoleónicas en 1808, San Vicente María Strambi se vio condenado al destierro por no consentir en el juramento que se pretendía imponer a los obispos. Prefirió obedecer al Santo Padre antes que mancillar su alma con semejante cobardía. Intrépido defensor de los derechos del Papa y de la Iglesia, se vio arrancado violentamente de su amado pueblo, que le despidió con las lágrimas en los ojos, testimoniando con ello el afecto con que era circundado.

   Durante los seis años que se vio relegado en Milán a forzado e involuntario reposo, ocupó su tiempo en obras de caridad. Pero sobre todo, como otro Moisés, no cesó de levantar los brazos y los ojos al cielo en continua oración para que Dios se apiadase de su esposa la Iglesia. Con el corazón desgarrado por los sufrimientos del supremo pastor Pío VII, al que veneraba como a un santo, le seguirá en todas las estaciones de su Viacrucis, buscando ocasión de hacerle menos dolorosos aquellos días de persecución.

   El poder consolar con sus cartas al "dulce Cristo en la tierra" y socorrer con subsidio pecuniario al prisionero de Savona fue para San Vicente María Strambi, más bien que un simple acto de caridad, el cumplimiento de un acto de religión.

   Lejos de los suyos corporalmente, siguió gobernando sus diócesis por medio de los vicarios generales, con los que se mantuvo en continuo contacto.

   Volvió a Macerata en 1814; pero haciéndole ver su humildad que era incapaz para el gobierno de su grey, en 1823 insistió en la renuncia. León XII la aceptaba con la condición de que transcurriera los últimos días a su lado. En los planes de la divina Providencia el mismo Vicario de Cristo había escogido la víctima que se inmolaría por él, por el Santo Padre, para que la santa Iglesia no quedase en momentos tan borrascosos sin el capitán que la gobernase.

   Y San Vicente María Strambi, como lo había hecho durante toda su existencia, apenas comprendió lo que Dios le pedía, se ofreció con la generosidad de hijo, que entonces se siente profundamente feliz cuando puede dar hasta la propia vida por su amado padre.

PAULINO ALONSO BLANCO DE LA DOLOROSA, C. P.    


Respuesta  Mensaje 7 de 9 en el tema 
De: ★*Gaviota Libertad *★* Enviado: 05/09/2009 05:17

26 de septiembre
SAN JUAN DE BREBEUF,
SAN ISAAC JOGUES
y COMPAÑEROS
(*) 
Mártires del Canadá

A
   La evangelización del Canadá comienza en los primeros años del siglo XVII. Llegó entonces a aquellas tierras -y las exploró en sucesivos viajes- Samuel de Champlain, seguido de un tropel de aventureros, con el propósito de fundar un establecimiento permanente bajo la soberanía francesa para dedicarse al lucrativo comercio de pieles, Así se fundaron primeramente Port-Royal (Annápolis) en Nueva Escocia y Quebec en las orillas del río San Lorenzo; poco más tarde, Trois-Rivieres y Montreal.

   Aquellos aventureros del primitivo Canadá francés eran, en su mayor parte, de confesión calvinista. No obstante, en 1615, Champlain hizo venir algunos franciscanos recoletos, que comenzaron a predicar el Evangelio, y uno de ellos, fray José Le Caron, adentrándose por las enormes selvas deshabitadas que cubrían la región de los lagos, alcanzó el país de los indios llamados hurones, De este modo iba a quedar señalado el primer objetivo de las misiones canadienses.

   Las tierras de la orilla meridional del San Lorenzo y del Ontario estaban habitadas por las temibles tribus iroquesas. Los algonquinos vivían en la otra orilla, En medio de estas dos grandes familias indígenas rivales se hallaban aisladas otras tribus de pieles rojas, numéricamente menos importantes; entre ellas, los hurones. Todos los indígenas de aquellos parajes practicaban la vida nómada, como corresponde a los pueblos cazadores. Los hurones, aunque sin abandonar la vida errante, cultivaban temporalmente algunas parcelas y se hallaban iniciados en la evolución al sedentarismo, propio de la vida agrícola. Por eso, ellos parecieron el objetivo inmediato más propicio a la obra misional.

   Cuando en 1623, llamados por los misioneros franciscanos, llegaron al Canadá los primeros jesuitas, uno de los cuales era el gran apóstol San Juan de Brébeuf, se aplicaron con todo ardor a la misión de los hurones, región que Brébeuf alcanza en 1626, después de vencer incontables dificultades que oponían el clima, la tierra y los indios.

   Entre tanto, Richelieu había decidido quebrantar el poderío de los hugonotes en Francia, que se sublevaron y resistieron con las armas en La Rochela y en Provenza, hasta ser sometidos por la fuerza (1627-1629). Un apéndice de esta lucha tocaba al Canadá. En 1627 Richelieu anuló los privilegios comerciales de los hugonotes de Quebec y fundó la Compañía de los Cien Asociados, para la explotación colonial de Nueva Francia. Los calvinistas de La Rochela habían llamado en su auxilio a Inglaterra, que, en efecto, hizo la guerra al Gobierno de Luis XIII. De tal manera, una expedición militar inglesa se apoderó de Quebec en 1629 e hizo prisioneros, sin distinción, a católicos y hugonotes, Entre los prisioneros se hallaban los padres jesuitas de la misión.

   Pero en 1632 Francia recobra el Canadá (tratado de Saint-Germain-en-Laye). Los jesuitas vuelven a la obra interrumpida y ahora con mayor denuedo, dirigidos por el padre Paul Le Jeune, primero, y luego por los padres Jerónimo Lalemant y Paul Ragueneau, como superiores. Se abre en Quebec un "seminario" para la formación cristiana de los niños y jóvenes indígenas, que serían allí reunidos: intento vano o prematuro, porque los niños pieles rojas huyen pronto al campo, incapaces de acomodarse a la vida sedentaria y ordenada de aquel centro escolar. Se diseminan los misioneros por las tierras de los hurones, fundándose una serie de "casas" o bases de actividad apostólica (San José, San Ignacio, San Luis, Santa María, esta última cuartel general de la misión en plena selva). Allí pondrán de relieve el temple y celo misionero un grupo de jesuitas, que tienen que vencer los obstáculos de la naturaleza inclemente y sobreponerse a la animosidad de los indios hostiles y al recelo de los que se titulan amigos.

   En este medio se acrisolan y fortalecen las almas heroicas del padre Brébeuf, el fundador de la misión huronesa, y de sus compañeros. Día a día, obscuramente, sin actos ostentosos que exhibir, aislados en las inmensidades de bosques y praderas que el hombre blanco ignora (porque están lejanas las factorías de los traficantes), ellos cumplen el mandato divino del apostolado con espíritu ignaciano. Cientos de kilómetros recorridos de poblado en poblado, de campamento en campamento, para llevar a todas las gentes la voz del Evangelio, tras ardua preparación. Ha sido preciso estudiar sobre el terreno las costumbres de los indígenas, adaptarse a ellas, conocer su lengua y modos de expresarse, el mundo de sus representaciones mentales, para que disciernan la nueva religión que se les predica y los ritos mágicos o supersticiones que practican. El sentido de la eficacia de la Compañía de Jesús está presente en los métodos misionales. Se trata de reducir a los salvajes a la vida sedentaria; para convidarles a ello habrá que derrochar paciencia y generosidad. El padre Le Jeune, en su Relación de 1634, advirtió cuán inútil era intentar la conversión de los nómadas y cuán impensable la sedentarización de los indígenas sin un gran esfuerzo de caridad, ayudándoles. a trabajar la tierra.

   El sufrimiento físico, las epidemias y la muerte violenta acechan a los misioneros a toda hora; pero la muerte no puede acobardar a quienes han de tener talla de mártires. En uno de aquellos días de su continua azarosa existencia, el padre Brébeuf ha hecho voto formal y ofrenda de su vida: "Dios mío y salvador mío, ¿qué podré ofrecerte a cambio de todo lo que Tú has sufrido por mí? Quisiera alejar de Ti el cáliz e invocar tu nombre... Mi Señor Jesús, yo hago voto solemne de no rechazar de mi parte la gracia del martirio si, en tu bondad infinita, un día cualquiera me la llegaras a conceder a mí, tu indigno servidor... Y en consecuencia, Jesús mío, yo te ofrezco alegremente desde hoy mi sangre, mi cuerpo y mi alma, de suerte que yo pueda morir sólo por Ti, si Tú me concedes esta gracia, Tú que te has dignado morir por mí. Hazme capaz de vivir de tal manera que Tú puedas finalmente otorgarme esta muerte".

   Eran éstos los deseos más sublimes del padre Brébeuf y de los otros compañeros de la Compañía de Jesús, deseos que un día no lejano se verían cumplidos. Sentio me vehementer impelli ad moriendum pro Christo. También el padre Isaac Jogues había suplicado: "Señor, dame a beber abundantemente el cáliz de tu pasión"; y una voz interior le advirtió que su súplica había sido escuchada. Jesús, su amigo, aceptó pronto la oblación ofrecida. juzgó digna de coronarse con la palma del martirio la vida de aquellos soldados de su milicia, que no sólo habían probado virtudes heroicas en la resistencia al sufrimiento del cuerpo, sino también en la práctica de la humildad, de la obediencia y de la caridad.

   Cuando la hora trágica del exterminio llegó para el pueblo de los hurones, a su lado pereció un grupo de jesuitas que no quiso rehuir el peligro anunciado, ni abandonar a sus ovejas. Precisamente esa hora terrible se descargó sobre las misiones del país hurón cuando su estado, en apariencia floreciente, hacía concebir lisonjeras esperanzas a los misioneros.

   Los iroqueses habían desencadenado desde 1642 una guerra implacable, armados por los colonos holandeses establecidos en Nueva Amsterdam, la factoría de la desembocadura del río Hudson (más tarde Nueva York). Las tribus algonquinas y huronesas, aliadas de los franceses, padecieron un feroz ataque. Bajo la amenaza que se cernía, el padre Jogues se ofreció a llevar un mensaje a Quebec desde la misión de Santa María. La flotilla en que viajaba fue capturada por los iroqueses y el padre Jogues y el hermano Renato Goupil, que le acompañaba, quedaron prisioneros. Goupil perdió la vida el 29 de septiembre de 1642, a manos de un indio enfurecido, al verle cómo predicaba a sus verdugos; Jogues soportó un cautiverio de trece meses, durante los cuales padeció bárbaras crueldades, verdadero primer martirio no consumado entonces con la entrega de la vida, pero sus manos mutiladas constituyeron vivo testimonio del sacrificio exigido a aquellos apóstoles. Rescatado en 1643 por un capitán holandés y tras una corta estancia en Francia, el padre Jogues vuelve en 1644 al Canadá, donde prosigue su labor de misionero en Montreal. Dos años después se le pide que lleve a cabo una gestión de paz entre los iroqueses. El recuerdo de las torturas sufridas no le hizo vacilar: "Sí, reverendo padre -escribe a su superior-, yo quiero únicamente lo que Dios quiere, aun a riesgo de mil vidas".

   Pero no era aquella su hora. El martirio le aguardaba más tarde, cuando fue destinado a tantear, con el hermano Juan Lalande, la evangelización de los iroqueses, aprovechando la transitoria calma conseguida aquel año. El padre Jogues se llenó de alegría: "Me tendría por feliz si el Señor quisiere completar mi sacrificio en el mismo sitio en que comenzó". Allí, en efecto, le fue dado sufrir en su cuerpo torturas salvajes, hasta que el 18 de octubre de 1646 era degollado. Al día siguiente se consuma el martirio de Lalande, ejemplo de vida humilde y callada al servicio de la obra misional.

   Los iroqueses habían aniquilado primeramente a los algonquinos. Tras la pausa de 1646, volvieron a la guerra. En 1648 alcanzaron el país hurón. El 4 de julio de aquel año arrasaron la misión de San José, donde el padre Antonio Daniel, el dulce amigo de los niños, sufrió la muerte; asaeteado por las flechas de los indios, fue rematado a tiros de arcabuz. En la primavera del siguiente año el paso desolador de los iroqueses arrollaba las misiones de San Ignacio, San Luis y Santa María. El padre Brébeuf y el padre Gabriel Lalemant, hechos prisioneros por los salvajes, padecieron atroz martirio, cuyos detalles espeluznantes se resiste a describir la pluma. Por fin, el 7 de diciembre de 1649 le tocaba el turno a la misión de San Juan Bautista, donde el padre Carlos Garnier fue muerto en la refriega, mientras exhortaba a los cristianos a recibir la muerte con alegría Su compañero de misión, el padre Natalio Chabanel, había dejado poco antes San Juan Bautista para dirigirse a San José. Las últimas palabras que de él sabemos son éstas: "Esta vida vale poco; en cambio, la felicidad del cielo no me la podrán arrebatar los iroqueses". Pero no fueron los indios enemigos y feroces los que consumaron su martirio. Al padre Chabanel le fue dado probar, junto al dolor físico de la agonía, la hiel amarga del "martirio del corazón", porque fue precisamente un hurón apóstata quien le ocasionó la muerte.

   La corona de aquellos héroes de la fe se adornó luego con la veneración de las gentes del Canadá y con los celestiales favores alcanzados por su mediación. De este modo, el 29 de junio de 1930 estos ocho santos mártires de la primitiva iglesia canadiense fueron solemnemente canonizados.

 VICENTE PALACIO ATARD    


Respuesta  Mensaje 8 de 9 en el tema 
De: ★*Gaviota Libertad *★* Enviado: 05/09/2009 05:17

26 de septiembre


SAN CIPRIANO  
SANTA JUSTINA, Mártires

Yo me voy, y vosotros me buscaréis,
y moriréis en vuestro pecado.
(Juan, 8, 21).

   Santa Justina de Antioquía rehusó casarse con un joven pagano. Fue éste a consultar a un mago célebre, llamado Cipriano, sobre los medios que debía emplear para vencer a la doncella. Cipriano empleó todos los secretos de su arte; pero el demonio le confesó que ningún poder tenía sobre los cristianos. Esta respuesta lo convirtió; hasta llegó a ser obispo de Antioquía. Padeció con Santa Justina garfios de hierro, azotes y pez hirviendo; finalmente fueron decapitados.

MEDITACIÓN
SOBRE EL APLAZAMIENTO
DE LA CONVERSIÓN

   I. No difieras tu conversión de día en día: Dios, que promete perdonar al arrepentido, no ha prometido esperar al pecador que difiere su conversión. La vida es tan incierta que una pronta conversión es absolutamente necesaria; porque de esta conversión depende una eternidad de dicha o de infortunio. El negocio de la salvación es tan importante, que no debe ser dejado para mañana. El día de mañana no pertenece al cristiano. (Tertuliano) 

   II. Pero aun cuando estuvieras seguro de llegar a extrema. vejez, no seria ello razón para diferir hasta entonces tu conversión. En efecto, el cuerpo debilitado por la edad y la enfermedad no buscará sino el descanso, los malos hábitos se habrán convertido en segunda naturaleza; acaso Dios retire las gracias que hoy menosprecias. Sin duda que el perdón está prometido al que se arrepiente; ¿pero pretenderás hacer entonces penitencia?

   III. Esperas para convertirte el momento de tu muerte: pero ¿quién te ha dicho que no morirás de muerte repentina e imprevista? ¿Quién te ha asegurado que conservarás el uso de tu razón? Suponte que goces en ese supremo momento del pleno uso de tus facultades, ¿qué clase de penitencia es la que consiste en dejar el pecado cuando ya no se lo puede cometer? Imita a aquel cortesano que, después de haber leído la vida de San Antonio, dijo a uno de sus amigos: "Voy a servir a Dios; ahora mismo comienzo y en este lugar; si no quieres imitarme, por lo menos no te opongas a mi resolución".

La penitencia
Orad por la conversión de los pecadores.

ORACIÓN

    Haced, Señor, que experimentemos los efectos incesantes de la protecci6n de vuestros bienaventurados mártires Cipriano y Justina, puesto que no cesáis de mirar con bondad a los que favorecéis con tan poderoso socorro. por J. C. N. S. Amén.


Respuesta  Mensaje 9 de 9 en el tema 
De: ♥♥♥♥LEONCITA♥♥♥♥ Enviado: 02/01/2010 04:15
foto super con amor
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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