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13 de octubre
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SAN EDUARDO,* Rey y Confesor
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Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino que os está preparado desde (Mateo, 25, 34).
Eduardo III, sabio y profundo legislador, pasó primero 35 años en Normandía durante el reinado de los invasores normandos. Llamado a Inglaterra por el concierto unánime de las voluntades, hizo florecer en ella la justicia y la paz. Edificó numerosas iglesias y fundó la abadía de Westminster. Extremadamente caritativo, llevó un día a un pobre en sus espaldas y le dio una sortija de gran valor. Nada rehusaba de lo que se le pedía en nombre de San Juan Evangelista, el cual le advirtió sobre la hora de su muerte, acaecida en 1066 a la edad de 65 años.
MEDITACIÓN SOBRE SOBRE LA FELICIDAD DEL HOMBRE EN ESTA VIDA
I. Tres cosas pueden hacernos felices, tanto al menos cuanto lo podemos ser en este lugar de destierro. La primera es la buena conciencia: sin ella, ni los placeres, ni los honores, ni el cumplimiento de todos nuestros deseos podrían contentarnos. Si tienes el alma pura, todo lo desagradable que pueda sucederte no debe turbarte. ¡Qué consuelo poder decirse: Hago lo que depende de mi para estar bien con Dios! ¿Puedes, tú, con verdad, decirlo? ¿No te reprocha nada tu conciencia?
II. La segunda condición para ser feliz es abandonarse generosamente a la providencia de Dios, consagrarse a Él sin reserva, no querer sino lo que El quiere y recibir de su mano con agradecimiento el bien y el mal, pues lo uno y lo otro son efectos de su bondad. Las aflicciones, el ayuno, las enfermedades, no son penosos para los que los soportan, sino solamente para los que los reciben a disgusto. (Salmo).
III. La tercera condición es considerar cuál es voluntad de Dios en todo lo que nos acaece. Dios tiene sus designios y el demonio los suyos. ¿Cuál es designio de Dios en esta enfermedad que te envía? Que la soportes con resignación, mediante el pensamiento de la muerte y del paraíso. El demonio, por lado, quiere arrojarte en la impaciencia y en la murmuración. Dios es tan bueno que no permitiría más que sucediese ningún mal en el mundo, si no fuese Lo suficientemente poderoso como para sacar bien del mal. (San Agustín).
Conformidad con la voluntad de Dios Orad por los que os gobiernan.
ORACIÓN
Oh Dios, que habéis coronado con la gloria eterna al bienaventurado rey Eduardo, vuestro confesor, haced, os Lo suplicamos, que honrándolo en la tierra, podamos reinar un día con él en el cielo. Por J. C. N. S. Amén.
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13 de octubre
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SAN TEÓFILO,(*) Obispo de Antioquía
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San Teófilo de Antioquía (siglo II) Fue obispo de Antioquía bajo Marco Aurelio. Era un pagano converso, de formación griega y vasta cultura. De las numerosas obras que compuso, sólo nos ha llegado su Autólico, dirigido a un pagano que tenía necesidad de ser instruido, para quitarle, entre otras cosas, la idea de que los cristianos comían carne de niño. En plena persecución, Teófilo se atreve a llamar menesterosos y ciegos voluntarios a los escritores ateos, y les dice: “Comenzad por curar los ojos de vuestra alma cambiando de conducta y entonces veréis más claras las cosas invisibles. Vuestra estupidez, como en otros tiempos la mía, disminuirá entonces y Dios os dará la misma gracia que me concedió a mí: la de revelarse a vosotros”.
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13 de octubre
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SAN GERALDO DE AURILLAC,(*) (909 P. C.)
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San Geraldo (850-909) Noble de Aurillac, Francia, después de varias peripecias, se confirmó en su resolución de ser “célibe por el Reino de los Cielos” y vivir en todo según el Evangelio. Se mortificaba en secreto, rezaba mucho, daba buen ejemplo y estaba constantemente en presencia de Dios. Consideraba a sus siervos como sus hermanos y procuraba ayudarlos en todo. Era muy clemente, y nada le gustaba tanto como perdonar a los que cometían algún delito. Geraldo perdió la vista siete años antes de morir. Fue sepultado en la bella abadía de Aurillac que él había fundado, y su tumba atrajo allí a numerosos peregrinos.
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13 de octubre
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SANTOS FAUSTO, GENARO Y MARCIAL,(*) Mártires (¡304? P. C.)
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Prudencio llama a estos santos "las tres Coronas de Córdoba". Su martirio tuvo lugar en aquélla ciudad Andaluza. Primero Fausto, después Genaro y finalmente Marcial, que era el más joven, fueron atormentados en el potro. El juez ordenó a los verdugos que intensificasen gradualmente la tortura hasta que los mártires se decidieran a ofrecer sacrificios a los dioses. Fausto gritó: "¡No hay más que un Dios, que es nuestro Creador!" El juez mandó que le cortasen la nariz, las orejas, los párpados y el labio inferior. A medida que le cortaban esas partes, el mártir prorrumpía en un himno de acción de gracias. Genaro no salió mejor librado que su compañero y, entretanto, Marcial presenciaba con gran constancia el horrible espectáculo, tendido en el potro. El juez le exhortó a obedecer el edicto imperial; pero Marcial respondió resueltamente: "Jesucristo es mi único consuelo. Sólo hay un Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quien sean dados todo honor y toda gloria". Los tres mártires fueron condenados a perecer quemados vivos y ofrecieron jubilosamente sus vidas en Córdoba, España.
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13 de octubre SAN COLMÁN,(*) Mártir (1012 P. C.)
A principios del siglo XI, Austria, Moravia y Bohemia estaban envueltas en una serie de guerras y disensiones. San Colmán, un escocés o irlandés que iba en peregrinación a Jerusalén, llegó por el Danubio a Stockerau, población que dista unos diez kilómetros de Viena. Los habitantes, al ver que venía del campo enemigo y que no podía explicar su presencia en forma satisfactoria (porque no conocía la lengua), le tomaron por un espía y le ahorcaron el 13 de julio de 1012. La paciencia con que Colmán soportó los sufrimientos, fue como una prueba de su santidad; por otra parte, su cadáver permaneció incorrupto, y se cuenta que obró numerosos milagros. Tres años después, el cuerpo del santo fue trasladado a la abadía de Melk. Con el tiempo, San Colmán empezó a ser venerado como patrono secundario de Austria, y no faltó quien inventase que era de sangre real. Actualmente es el titular de muchas iglesias de Austria, Hungría y Baviera. El pueblo le invoca en las epidemias que diezman el ganado vacuno y caballar. El día de la fiesta del santo se lleva a cabo la bendición del ganado en Hohenscwangau, cerca de Füssen.
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13 de octubre BEATA MAGDALENA PANATTIERI,(*) Virgen
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Muchos autores consideran el hábito de los hijos de Santo Domingo símbolo por excelencia de la caridad y entrega al servicio del prójimo. Esa idea estuvo muy generalizada en una época, y numerosas personas tomaban el hábito de la tercera orden de Santo Domingo y vivían en sus casas el espíritu de caridad característico del fundador. Santa Catalina de Siena es un ejemplo clásico; la Beata Magdalena Panattieri constituye otro. Magdalena nació y vivió toda su vida en el pueblecito de Trino-Vercellese del marquesado de Monte Ferrato, entre el Piamonte y la Lombardía. Antes de cumplir los veinte años, Magdalena hizo voto de castidad perpetua e ingresó como terciaria de Santo Domingo, en una cofradía de jóvenes que se consagraban a las obras de piedad y beneficencia. La vida de la Beata Magdalena no tiene nada de pintoresco. Cosa extraña: Magdalena no parece haber sido víctima de ninguna persecución y pronto llegó a ser un personaje de importancia en su pueblo. La caridad con que se consagraba al cuidado de los niños pobres, en cuyo favor realizó varios milagros, le facilitaba la tarea de convertir a los pecadores. Por estos últimos oraba y se imponía continuamente nuevas penitencias; pero no vacilaba en reprenderlos severamente, sobre todo a los usureros. La beata tenía gran facilidad de palabra y empezó a dar una serie de conferencias a las mujeres y a los niños en un salón llamado "la capilla del marqués", contiguo a la iglesia de los dominicos; pronto empezaron a acudir, a las conferencias también los hombres y aun los sacerdotes y religiosos, y el superior de los dominicos solía enviar a los novicios a escuchar las fervorosas exhortaciones de Magdalena.
Gracias a los esfuerzos de la beata, los dominicos empezaron, a practicar más estrictamente la observancia. El año de 1490, el Beato Sebastián Maggi fue de Milán a Vercellese para ratificar ese movimiento de reforma. Por entonces, los dominicos estaban envueltos en un pleito con uno de los miembros del consejo de Milán. El consejero abusó tanto de su poder, que fue excomulgado por Roma. En la terrible confusión que produjo esa sentencia, un joven abofeteó públicamente a Magdalena, la cual le presentó la otra mejilla, cosa que no hizo sino enfurecer más al agresor. Los habitantes de Vercellese vieron una especie de señal del cielo en el hecho de que el violento joven, que se llamaba Bartolomé Perduto, murió trágicamente un año más tarde, y el consejero de Milán falleció también a consecuencia de una terrible enfermedad. La beata lloró esas muertes sinceramente. Según parece, Magdalena profeetizó las calamidades e invasiones que iban a abatirse sobre el norte de Italia en el siglo XVI. Los habitantes de Vercellese, que inexplicablemente no sufrieron daño alguno, atribuyeron a la intercesión de la beata ese favor. Sin embargo, en 1639, la población fue cañoneada por los españoles y los napolitanos, y las reliquias de Magdalena fueron destruidas.
Cuando Magdalena comprendió que se aproximaba el momento de su muerte, mandó llamar a todas las terciarias, a las que se unieron muchas otras personas, y les prometió orar por ellas en el cielo, diciendo: "No podría ser feliz en el cielo, si vosotras no estuviérais ahí." La beata entregó apaciblemente el alma a Dios, en tanto que los presentes entonaban el salmo 30. Los habitantes de Trino-Vercellese veneraban a Magdalena como santa desde antes de su muerte, ocurrida el 13 de octubre de 1503. El Papa León XII confirmó el culto de la beata.
En el apéndice de octubre de Acta Sanctorum, los bolandistas publicaron un artículo muy completo sobre Magdalena Panattieri y reimprimieron la biografía publicada por Marchese en Sacro Diario Domenicano, vol. V. Véase también J. A. Iricus, Rerum Patriae Tridinesis. Entre las biografías italianas, citaremos las de S. M. Vallaro (1903) y G. Gereghino (1927). Puede verse un resumen biográfico en Procter, Lives of the Dominican Saints, pp. 291-294.
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