Se nos da Pan de vida. Eso es la
Eucaristía:
Un Dios que se regala como se regala un pedazo de pan. Cristo nos
vio, y
nos ve, y tal vez nos seguirá viendo con hambre, mucha hambre y
sed.
Hambre y sed de felicidad, de vida, de paz y de amor. Hambre,
también,
de cambiar, de ser fiel, de ser distinto. Entonces Él pensó: “Necesitan
un pan espiritual, un pan especial, y, si yo me hago ese pan, calmarán
su hambre de todo”. Y así, Cristo es la vida, y comemos la vida; Cristo
es la verdad, la felicidad, la paz, y, al comerlo a Él, comemos la vida,
le verdad, la felicidad y la paz.
Tenemos todo en ese pan
de la
Eucaristía, pero hay que tomarlo con fe. Yo preguntaría a tantos
jóvenes y adultos hambrientos, angustiados, desesperanzados,
buscadores
de la verdad, del amor y de la felicidad: ¿Dónde van a buscar eso
que
necesitan? ¿Por qué no le dan a Cristo Eucaristía la oportunidad de
que
realmente sacie su hambre y su sed? Porqué Él nos dijo: “Venid a mí
todos los que andáis fatigados y agobiados por la carga, y yo os
aliviaré”. ¿Creemos, o no creemos en esas palabras de Dios? Porque,
cuando nos sentimos enfermos, vamos al médico; cuando tenemos hambre, vamos
a buscar pan; cuando tenemos sed, vamos a buscar agua, y, cuando
por dentro en el alma sentimos hambre y sed, ¿a dónde vamos?, ¿a
Jesucristo?, ¿a ese pan de la vida? ¿Qué es el Sagrario para ti?,
¿qué sacas de allí?, ¿sacas paz, energía, valor, amor, celo
apostólico?
Uno podría decir, si ha comulgado el día de hoy, si de veras he
recibido
ese Pan de Vida ¡qué felicidad, qué fuerza y qué horno de amor!
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