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Cantaba
el ruiseñor en la soledad de la selva cuando, oyéndole la golondrina,
le dijo: -Vente
conmigo a Tebas, una ciudad maravillosa de Egipto. Encuentro tonto que
desperdicies tu canto entre zarzas y cardos. Aquí nadie lo aprecia. -Hermana
mía
-respondió el ruiseñor-, en esa ciudad tan rica no encontraré más
que ruido y tormento. Aquí el aire es perfumado y el arroyo me
regala
con su música cantarina. No cambiaría mi sosiego por toda la gloria del
mundo.
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