Las tres tinajas
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Cuento Fure
África
Hace muchos años, hubo un rey al que le gustaba
contemplar las estrellas por la noche.
En una ocasión, una estrella atrajo se atención más que las otras,
y cuanto más la miraba, más admirable le parecía su esplendor.
-Si esa estrella fuera una mujer, me casaría con ella-
dijo pensando en voz alta.
Más tarde, mientras estaba durmiendo,
soñó que la estrella descendía hacia él,
como las grullas descienden al lago.
A la noche siguiente, uno de sus ministros le anunció:
-Hay una mujer que quiere veros, Majestad.
Dice que la habéis pedido en matrimonio.
Es imposible describir el asombro del rey cuando vio
que se le acercaba una joven cuya piel brillaba como las estrellas
de la Vía Láctea.
-Soy Ayaza, la hija de la estrella-dijo-.
Anoche dijiste que querías casarte conmigo.
-Y quiero-respondió el rey en cuanto recuperó el aliento.
De inmediato, ordenó que se hicieran los preparativos
para una gran celebración.
-Quiero que haya comida para todos,
y que todo el mundo se vista con sus mejores ropas.
Aquella misma noche se celebró la boda del rey con Ayaza,
la hija de la estrella.
Pero las estrellas sólo viven de noche, durante el día tienen que
descansar en un sitio donde nadie pueda verlas.
Por ese motivo, Ayaza pasaba los días en las habitaciones
más apartadas del palacio real y sólo aparecía después
del crepúsculo.
Al cabo de unos meses, Nyaza le dijo al rey:
-quiero volver a mi casa, para ver a mis padres,
y quiero que mi hijo nazca allí.
Al rey le pareció una buena idea,
pues en su país era muy normal que las esposas jóvenes
dieran a luz por primera vez en la casa de sus padres.
Ordeno que se le pusiera una escolta de doce guerreros
y le dio veinticuatro cabras como regalo para sus padres.
Aquella misma noche, la comitiva partió hacia las montañas,
guiada por la propia Ayaza, que conocía el camino mejor que nadie.
Cuando llegaron a la cima de la montaña más alta, Ayaza llamó:
¡Padre! ¡Mándame una canoa que me lleve a casa!
De pronto, completamente asombrados,
los guerreros vieron que una canoa blanca se acercaba navegando
entre la niebla de la montaña.
La hija de la estrella, los doce guerreros y las veinticuatro cabras
subieron a bordo, y la canoa surcó las nubes ascendiendo en el cielo
nocturno hacía el país de las estrellas.
Navegaron durante muchas horas y,
cuando finalmente llegaron a su destino,
vieron que nadie había acudido a recibirlos.
-Mi gente habrá ido a bailar-dijo Ayaza-.
Quedaos a descansar en mi casa y yo iré a buscarlos.
Si estáis fatigados por el viaje, encontrareis lechos cómodos
y agua fresca. Haré que os traigan comida.
Pero recordad: no abráis ninguna de las tinajas
que encontréis áquí.
Tras decir esto, los dejó solos.
Al cabo de unas horas, los hombres sintieron hambre
y empezaron a preguntarse qué podrían contener las tres tinajas.
Después de una breve discusión, uno de los escoltas levantó
la tapa de una tinaja y miró en su interior.
En el mismo instante en que lo hizo,
una nube de mosquitos salió volando de la tinaja
y empezaron a picarles por todo el cuerpo.
Los hombres espantaron como pudieron a los mosquitos
y se quedaron sentados, rascándose doloridos.
Pero seguían teniendo hambre y, al poco rato,
alguien abrió la segunda tinaja.
De ella salió una nube de langostas que cayeron sobre ellos,
metiéndose entre el pelo y pegándose a su cara hasta casi
asfixiarlos. Los guerreros las espantaron a duras penas
y se volvieron a sentar, mas deprimidos que antes.
Algunas horas más tarde, cuando la aurora empezaba a iluminar
el cielo, aún no había señales de Nyaza ni de su gente,
y otro guerrero hambriento levantó la tapa de la tercera tinaja.
De su interior salió una nube de moscas que los rodearon i
nmediatamente, atraídas por la sangre de las picaduras
de los mosquitos.
Los hombres esperaron en vano durante todo el día la llegada
de la esposa del rey y los suyos, pero fue en vano,
pues el pueblo de las estrellas nunca se dejan ver de día.
Cuando cayó la noche, la canoa de los cielos regresó
para devolver a los hombres a la cima de la montaña,
dejando a Nyaza con sus padres hasta que naciera su hijo.
Los hombres no vieron a nadie que guiara la canoa entre las nubes,
mas los insectos que habían dejado salir de las tinajas
los persiguieron durante todo el camino de regreso a sus casas.
Desde entonces, los insectos no han dejado de molestar
a las personas y animales en cualquier lugar que los encuentren.
D/A