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La esperanza pascual
Este es el día que hizo el Señor, alegrémonos todos en él! Así hemos cantado, citando un himno bíblico de triunfo, para anunciar la llegada de este domingo que cumple cabalmente, y por antonomasia, lo que significa su nombre: día del Señor. Es el santo día de Pascua de la Resurrección del Señor.
La narración evangélica que acabamos de escuchar (Juan 20, 1-9), con sus rasgos tan delicados y sugestivos, suscita nuestra emoción y nos ofrece contemplar los signos que conducen a la fe pascual. Ante todo, el descubrimiento del sepulcro abierto y vacío. Despuntaba el primer día de la semana; con este dato el texto quiere indicar que ha comenzado un tiempo nuevo para el mundo.
María Magdalena, movida seguramente por un impulso de su corazón, retorna al lugar donde fue depositado, como sembrado en un jardín, el cuerpo de Jesús. Al constatar el nuevo estado de las cosas, y sin entrar siquiera en el sepulcro, corre alarmada a avisar a Pedro y al discípulo al que Jesús distinguía con su predilección. Sus palabras revelan el afecto que profesa a aquél a quien ha visto morir, pero también exhiben su desconcierto. El evangelista ha señalado que todavía estaba oscuro; ella, al igual que los discípulos, se encuentra en las tinieblas.
Ahora son Pedro y su compañero quienes se dirigen de prisa al sepulcro. El Evangelio de Juan no comenta la reacción de Pedro cuando entró al lugar y pudo ver la disposición sorprendente del los lienzos funerarios, pero esa omisión nos autoriza a recoger la versión de San Lucas, según la cual quedó lleno de admiración (Lucas 24, 12); mucho más que una simple perplejidad, aquella admiración silenciosa del jefe de los apóstoles expresaba quizá su atención, su expectativa, una esperanza confusa, en trance de nacer.
El discípulo amado tiene otros recursos; asomándose apenas, vio lo mismo que Pedro, pero el amor que sentía por el Maestro abre en él paso a la luz: vio y creyó. Su unión profunda con Jesús le permite descubrir su presencia a través de su ausencia y de aquellos signos de la tumba vacía, las vendas y el sudario, que súbitamente se tornan para él palabra y mensaje: no está aquí, ha vencido a la muerte.
Todo allí estaba dispuesto con sumo cuidado; tal visión de la escena excluía la hipótesis de un robo del cadáver, que fue probablemente lo que pensó la Magdalena. Las vendas que estaban el cuerpo del Crucificado, ahora colocadas en el suelo, indican que no han podido retenerlo, él ha quedado desatado de las ataduras de la muerte. El sudario que había cubierto su cabeza está enrollado en un lugar aparte, reservado para él; ya no puede ocultar el rostro glorioso de Cristo. Más tarde, los discípulos tendrían la experiencia inefable de sus encuentros con el Resucitado. También comprenderían que todo estaba predicho en la Escritura, según la cual él debía resucitar de entre los muertos.
Nosotros recibimos la fe pascual como una gracia. Creemos por el testimonio de los testigos, de quienes vieron al Señor resucitado; nuestra es aquella bienaventuranza ¡Felices los que creen sin haber visto! (Juan 20, 20). Cada año, en el Santo Día de Pascua, resuena más melodioso y vibrante ese testimonio que la Iglesia custodia y transmite con fidelidad a través de los siglos: No está aquí, ha resucitado (Marcos 16, 6. En este día que hizo el Señor, a través de su celebración litúrgica, se nos convoca a un nuevo encuentro con el Resucitado que nos ratifique y fortalezca en su seguimiento y amor. Al afirmar el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, la Iglesia nos propone un mensaje de gozo y de esperanza; su contenido se refiere, ante todo, a nuestra relación con Dios y al misterio de la salvación. Nos recuerda que en el bautismo hemos sido marcados con un sello pascual. Nuestro destino es pertenecer a Cristo, vivir como quienes han muerto al pecado y, participando ya de las energías de la resurrección, obedecen a las leyes de una república celestial. Hemos escuchado, en efecto, estas palabras del Apóstol. Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.
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