LA
SOMBRA DEL ALA
Tú
que piensas que no creo cuando argüimos los dos, no imaginas mi
deseo, mi sed, mi hambre de Dios;
ni has escuchado mi
grito desesperante, que puebla la entraña de la tiniebla invocando al
Infinito; ni ves a mi pensamiento, que empañado en producir ideal,
suele sufrir torturas de alumbramiento.
Si mi espíritu infecundo tu
fertilidad tuviese, forjado ya un cielo hubiese para completar su
mundo.
Pero di, qué esfuerzo cabe en un alma sin bandera que lleva
por dondequiera tu torturador ¡quién sabe!;
que vive ayuna de fe y,
con tenaz heroísmo, va pidiendo a cada abismo y a cada noche un ¿por
qué?
De todas suertes, me escuda mi sed de investigación, mi ansia
de Dios, honda y muda; y hay más amor en mi duda que en tu tibia
afirmación.
Amado
Nervo
|