ASÍ
ES
Con
siglos de estupor, con siglos de odio y llanto, con multitud de hombres
amorosos y ciegos, destinado a la muerte, ahogándome en mi sangre, aquí,
embrocado. Igual a aun perro herido al que rodea la gente. Feo como el
recién nacido y triste como el cadáver de la parturienta.
Los que
tenemos frío de verdad, los que estamos solos por todas partes, los sin
nadie. los que no pueden dejar destruirse, ésos no importan, no valen
nada, nada, que de una vez se vayan, que se mueran pronto. A ver si es
cierto: muérete. ¡Muérete, Jaime, muérete!
¡Ah, mula
vida, testaruda, sorda!
Poetas, mentirosos, ustedes no se mueran
nunca. Con su pequeña muerte andan por todas partes y la lucen, la lloran,
le ponen flores, se la enseñan a los pobres, a los humildes, a los que
tienen esperanza. Ustedes no conocen la muerte todavía: cuando la
conozcan ya no hablarán de ella, se dirán que no hay tiempo sino para
vivir.
Es que yo he visto muertos, y sólo los muertos son la
muerte, y eso, de veras, ya no importa.
Un desgraciado como yo no ha
de ser siempre desgraciado. he aquí la vida.
Puedo decirles una
cosa por los que han muerto de amor, por los enfermos de esperanza, por
los que han acabado sus días y aún andan por las calles con una mirada
inequívoca en los ojos y con el corazón en las manos ofreciéndolo a
nadie. Por ellos, y por los cansados que mueren lentamente en
buhardillas y no hablan, y tienen sucio el cuerpo, altaneros
del hambre, odiadores que pagan con moneda de amor. por éstos y los
otros, por todos los que se han metido las manos debajo de las
costillas y han buscado hacia arriba esa palabra, ese rostro, y sólo han
encontrado peces de sangre, arena.... Puedo decirles una cosa que no será
silencio, que no ha de ser soledad, que no conocerá ni locura ni
muerte. Una cosa está en los labios de los niños, que madura en la boca de
los ancianos, débil como la fruta en la rama, codiciosa como el
viento: humildad.
Puedo decirles también que no hagan caso de lo
que yo les diga. El fruto asciende por el tallo, sufre la flor y llega al
aire. Nadie podrá prestarme su vida. Hay que saber, no obstante, que
los ríos todos nacen del mar.
Jaime
Sabines
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