Todo lo que usted siempre quiso saber acerca de los dibujos animados y nunca se atrevió a preguntar
Hasta la década de los ochenta, el dibujo animado era sinónimo de entretenimiento exclusivo para niños, con temas cándidos e inocentes y expresiones de los valores tradicionales inculcados por la religión católica. Las escenas que ahí se mostraban no siempre eran pacíficas pero la violencia no traía consecuencias. Los antagonistas fueron en su primera etapa el bueno contra el malo (Popeye versus Brutus) y luego el más sagaz o pícaro contra el amargado (Bugs Bunny versus Elmer Gruñon); las historias no planteaban ninguna disyuntiva moral ni filosófica porque carecían de líneas argumentales, eran más bien una sucesión de gags cómicos concatenados bajo una circunstancia; aún así, los dibujos animados incorporan cuestiones de género y rasgos sexis como los de Betty Boop o hiperdesarrolladas “caperucitas rojas” de Tex Avery. Ninguna de estas figuras tuvo problemas hasta que Frederic Werthan y el senador McCarthy protestaron con el argumento de que estos dibujos pervertían a los párvulos. Por esta razón, ambos crearon el famoso código de la moral impuesto a todos los medios de masas (es decir, cine y cómic), el mismo que obligaba a la profilaxis a cualquier síntoma de sexo o posición política en contra del Establishment. Por ejemplo, el código (1*) estipulaba lo siguiente: "Se prohibe todo lo que vulnere el buen gusto, tanto en dibujo como en texto. Nada de obscenidades, deformidades físicas, vulgarismos y coloquialismos. Tampoco se puede ridiculizar las religiones, mostrar desnudos, posturas lascivas, vestidos incorrectos, ni exagerar los atributos femeninos."