MI QUERIDA ESTRELLA ERRANTE
Te he preguntado tantas veces que era para ti el viento sin lograr que me respondieras,
que al final he tenido que inventar las palabras mientras te imaginaba, como aquel día,
de espaldas, sobre un pequeño muelle de madera, contemplando todos los océanos.
Ahora recuerdo que escuché tus carcajadas y supe que me perdería en un mar lleno de
estrellas tratando de adivinar cuál era la tuya. En tu juego, aprendí que tendría que buscar
prímero la mía para acercarme aún más a ti, pero sólo vislumbré, en mi oscuridad,
el reflejo lejano de una estrella errante. No me pertenecía. Aunque me tendió la mano,
pude sentir como a su paso se levantaba una suave brisa, y no pude evitarlo, alejándome,
le puse tu nombre, pues creo que era ella la que acariciaba la poesía, aún sin brotar,
de tus labios. No. No me pertenecía.
He aprendido. Algunas estrellas, hasta que encuentran su verdadero camino, vagan solitarias,
sin miedo.
¿Sabes? Muchas noches mientras todos duermen he viajado hasta ese muelle.
Me he sentado sola para saber qué se siente, porque todavía yo no he encontrado mi viento,
y en mi mar no se reflejan aún todas las estrellas.
Sí. Ahora ya no tengo miedo.
Esta noche, volveré allí y, mientras dibujo en mi rostro una gran sonrisa brillante,
dejaré grabado algo para ti en uno de sus tablones…
“Gracias por compartir conmigo, mi querida estrella errante”.
Neskatilla