LA VERDADERA ORIGINALIDAD DEL CREYENTE
Pocas páginas como la que nos propone hoy san Pablo son capaces de expresar con un carácter más incisivo el drama que se consuma en el interior de cada creyente. Así es, porque la lucha entre el bien y el mal no se desarrolla sólo fuera de nosotros, sino que llega hasta el interior de cada uno. El hombre se presenta despedazado en lo profundo de su ser entre la atracción del bien, por el que se siente irresistiblemente fascinado como la verdadera patria de su corazón, y del mal que le asedia, le rodea y le seduce con mil apariencias atractivas. Pablo, intérprete capacitado de este trasiego, llega a exclamar: “Desdichado de mí”, y a sentir todavía con más fuerza el deseo de una paz que aplaque toda disidencia.
Ahora bien, el apóstol no se detiene aquí. Va más allá y nos señala la verdadera originalidad del creyente: a él se le concede mirarse y examinarse no bajo un cielo vacío e implacable, sino bajo la mirada de Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Sería desesperante tomar conciencia sólo de nuestros propios desgarros. El hombre de fe advierte con mayor agudeza el drama de su estar dividido, desganado, pero sabe también que hay remedio para todo esto, porque ya no está solo. Jesús, nuestra paz, ha venido a ponerse en el corazón de nuestra aventura humana, para que hasta en el fondo del abismo podamos sentirnos como hijos amados. El cristiano, si bien experimenta de una manera muy dolorosa su ser pecador, sabe también que ésta no es la última palabra sobre su condición. En consecuencia, puede y debe dejar brotar de su corazón una plena acción de gracias, porque toda nuestra vida es ahora eucaristía al Padre por medio de Jesucristo.