EL ESPÍRITU DE DIOS, EN EFECTO, NO PERMANECE INACTIVO EN NOSOTROS.
No acabaremos nunca de leer el capítulo 8 de la Carta a los Romanos... En ella oímos resonar palabras verdaderas, capaces de dar razón del mal que hay en nosotros, pero, sobre todo, de abrimos a la esperanza en virtud de la maravillosa realidad de nuestra liberación del pecado llevada a cabo por medio de Cristo Jesús. Nosotros estamos ahora bajo el señorío del Espíritu y se nos pide que vivamos según esta nueva modalidad. El Espíritu de Dios, en efecto, no permanece inactivo en nosotros. Somos nosotros quienes, distraídos y superficiales, nos dejamos distraer de la realidad de su presencia, fuente de paz, manantial de alegría, luz que proporciona una sensibilidad nueva para las palabras y los caminos de Dios.
El Espíritu pone en marcha una fuerza irresistible y suave que nos guía a la verdad completa y nos libera de los vínculos de la «carne». Ponemos cada vez más bajo el suave yugo del Espíritu es el camino de conversión al que estamos llamados. Nos lo recuerda también el fragmento evangélico en el que Jesús nos invita a reflexionar sobre algunos acontecimientos dramáticos. Todo debería impulsamos a alcanzar la linfa buena del Espíritu que nos permita dar frutos buenos para nosotros y para los hermanos. Nadie, sin embargo, puede sustituimos en la aceptación de las invitaciones que, continuamente, se nos dirigen para que nos adentremos en alta mar y nos dejemos conducir por el soplo del Espíritu en el gran mar de la libertad y del amor.