Señor, Señor, tú que abarcas con tu mano inmaculada el orbe entero, ten paciencia con nosotros y compadécete de nuestras iniquidades, recuerda tu compasión y piedad. Visítanos con tu bondad y concédenos, ayudados con tu gracia, huir el resto de este día de las múltiples tramas del Maligno y, con la gracia del Espíritu Santo, ampara nuestras vidas de sus insidias.
Por la misericordia y la bondad de tu Hijo unigénito, con el que eres bendecido, junto con el Espíritu Santo vivificante. Ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén
Señor Jesús, que has dicho: «Sin mí no podéis nada, pero conmigo daréis mucho fruto» (cf. In 15,5), te pido que me ayudes a «introducirme vivo» en tu Evangelio, a creer con plena adhesión de mente y de corazón. Concédeme, pues, hacer desaparecer, con la energía de tu Espíritu, toda la indiferencia, la comodidad y la intolerancia que tanto me hacen asemejarme a quienes, por el camino de Jericó, dejaron en tierra al hombre herido.
Crea en mí, Señor, un corazón nuevo, un corazón capaz de advertir el grito secreto de quien sufre, un corazón tan persuadido de tu amor y tan enamorado de ti que viva sólo para reconocerte, para amarte y «ocuparse» de todo prójimo.
Oh Señor Jesús, haznos asiduos oyentes tuyos. Ayúdanos a dejarnos cambiar a fondo por tu Palabra, para que podamos ponernos a tu servicio y al de los hermanos.
Tú que nos has hecho saborear la misericordia de Dios y no su cólera, haz que en nuestra vida cotidiana no nos mostremos fríos en el amor y en el perdón. Enséñanos a ver nuestra vida como un servicio a tu misericordia, de suerte que toda persona que encontremos en nuestro camino pueda vislumbrar en nosotros un reflejo del rostro misericordioso del Padre, que nos ama a todos con un amor infinito.
Oh mi Señor, tú eres bueno y paciente lento a la ira y misericordioso: hoy te pido que me infundas tu Espíritu, para que yo pueda tener un corazón semejante al tuyo y aprenda a obrar y a orar según el ejemplo que nos has dado en tu hijo, Jesús.
Sabes que yo también caigo con frecuencia en el error, pero no me condenas, no dejas que sea presa de la tentación. Cada vez me das el perdón. Perdona mis pecados, para que yo pueda hacer lo mismo con mis hermanos, aun cuando eso signifique humillarme ante ellos, demoler el muro de mi orgullo, arriesgarme a sentirme rechazado por ellos.
Ayúdame a tener un corazón humilde, que no sólo sepa ser misericordioso, sino que no juzgue ni condene a ninguno de los que se equivocan. Rompe mis defensas, desgarra los diafragmas que ofuscan la luz que viene de ti, haz resonar en mi oído interior la fascinación de tu voz. Concédeme un corazón tan grande que no se canse nunca de suplicarte por tus hijos que se equivocan y, sobre todo, de alabarte, bendecirte y agradecerte la ilimitada misericordia que muestras a todos, indistintamente.
Ven, Espíritu Santo, llena de fe y confianza mi corazón vacilante. Ven, Espíritu Santo, y muéstrame tu verdad, para que no me deje engañar por las evidencias del mundo. Ven, Espíritu Santo, y abre mis ojos al bien silencioso que se da entre la gente y no me dejes desanimarme por el mal rumoroso y prepotente.
Ven, Espíritu Santo, y hazme exultar de alegría por tu presencia. Ven, Espíritu Santo, y mantén despierto en mí el deseo de la vida eterna, esperando el día del retorno del Señor. Ven, oh Espíritu, y ahonda en mí el anhelo de conocer, amar y servir a aquel que será mi felicidad eterna. ¡Ven, Espíritu, ven!