Yo me alimentaría, rumiando tangos, sobrado de alegrías, falto de mangos, porque mi fiesta es relojear desde una esquina a mi Ciudad que es la más linda de las minas. Sentir que todo es mío, el sol, el aire, el limo de tu río... che, Buenos Aires... Mirá cuánta riqueza me ha brindado Dios que soy el dueño de tu voz.
Porque hay un ¡che! que me lastima y hay un porqué en cada esquina, porque tu mole que me atrae y que me asusta justamente es el lugar que a mí me gusta. Porque hay amor en tus baldosas y es el dolor la misma cosa, porque te amo y me embriago con tu aire al nombrarte, Buenos Aires, en mi canción.
Yo quiero ser un seco pero en tu suelo no tengo el “embeleco” de extraños cielos, me moriría de una muerte cotidiana si no te viera cuando subo las persianas. Yo te asumí de siempre como te siento, a veces con mis mufas, mi descontento, me gusta maldecir tus días de humedad y compartir tu soledad.
♥El arte hace los versos, pero sólo el corazón es poeta.♥ Andrea Chénier
Me instalo frente a ti, miro tus ojos y vigilo el espacio donde tu voz me busca. Me estremece el dolor del encuentro imprevisto, la sed con que te acercas al borde de mi sombra, el hueco que descubres en la luz de mi espejo. La soledad me arropa. Sólo en la noche existo. Y nunca me detengo sobre el mismo minuto en el que tú te apoyas para seguir llamándome. Suéñame de otro modo. Sacude el saco triste del idioma heredado. Cuéntale a las palabras las historias oscuras que sólo tú conoces; diles cómo te asusta mi presencia y mi odio, cuánta muerte te cuesta acariciar mi huida. A veces, en el centro mismo de tu pregunta, me reconozco y corro hacia otra oscuridad: es amargo encontrar al final de un abrazo mi propio grito erguido y mi propio deseo. Por eso me divido, me desdoblo y me hundo en heridas distintas: me da miedo encontrarte. Tu sonido es el mío. Tu tristeza, tus ropas saben a mí, y me escuece el recuerdo adherido al tiempo conciliado, al tiempo único en que la conjunción habitó nuestras sangres.