QUINTO MISTERIO DOLOROSO
LA CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR
Por
Emma-Margarita R. A.-Valdés
Pies y manos le clavan sin luchar.
Sus brazos en la cruz, escarnecido,
son un abrazo abierto a quien le ha herido,
consagración de amor sobre el altar.
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Llagado, solo y próximo a expirar
otorga su perdón en un gemido.
Absuelve con el último latido
al infiel que le va a crucificar.
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Se olvidó de sí mismo. Con piedad
al buen ladrón por su sentir bendijo
concediéndole el Reino de su Padre.
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Sabiendo la polémica hermandad
dijo a María: "Ahí tienes a tu hijo",
y dijo a Juan: "Ahí tienes a tu Madre".
La ingrata humanidad le ha ajusticiado.
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Su queja, su clamor, su amante celo
extraña de su Padre el fiel consuelo:
¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?
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Tiene sed de los hombres que ha salvado,
y no acepta el vinagre. Mira al cielo,
triunfante brinda al Padre su desvelo:
por Él la redención se ha consumado.
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Cristo es fruto del árbol de la vida,
maduro en sacrificio sobrehumano,
rezumando en agraz su savia ungida.
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La voluntad de Dios está cumplida,
deposita el espíritu en su mano,
y muere por amor al deicida.
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Tembló la tierra, el cielo ennegreció,
un centurión y muchos comprendieron
realmente era Dios al que prendieron
y para ellos la Vida comenzó.
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El velo del Santuario se rajó,
el signo de la Antigua Ley perdieron,
con una lanza al Bien acometieron
y una fuente de gracias le brotó.
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Como el gusano de las profecías
se revela ante el mundo el nuevo Abel,
el Ser que descendió de las alturas.
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El hijo de María es el Mesías,
es el Rey que unifica esta Babel
y destierra las lápidas oscuras.
Del libro: "Antes que la luz de la alborada, tú, María