COMIENDO A GRITOS
A gritos te llamo
desde este solitario castillo
esperando que me contestes
y nada, no se oye ni un mal grillo,
solo un búho U-U-O.
Sé que andas por ahí,
que vienes y das vueltas de reojo
a ver si m'ido o m'escapado
y, ya ves, hija,
aquí sigo,
escribiendo en mi diario
palabras formando ríos
que más parecen hilos
de un gersey imaginario.
En esta fortaleza
la vida se vuelve monótona:
te levantas por la mañana
y, por la noche, te acuestas.
Haces lo que haría una mamá
arreglas la cama,
te haces la comida,
limpias, friegas, lavas,
atiendes a los gatos
y no me olvido de las gallinas.
El huerto ya está muy majo,
las lechugas son chiquitas,
pero tengo unas acelgas,
unas patatas,
unos tomates,
y alubias, que,
cuando se hagan grandes,
ni te cuento la de pedos en sinfonías
PARA-PIII, PARA-PAAA, PARA-PIMPOMPAN.
Por lo demás todo sigue como antes.
Las telarañas se amontonan,
el dragón dejó de lanzar fuego
los soldados se fueron, claro,
no había dinero y no les podía pagar.
Los rincones se están llenando de polvo,
las tejas se han vuelto verdes,
pero un verde singular.
Las paredes amarillas,
alguna esquina se está descascarillando acuyá.
Creo que tendré que pintar las puertas
si, de marrón yo diría ¿verdad?.
Lo que si quiero poner
es un letrero bien grande.
Un letrero con letras de turmesina
SI NO ERES EL CARTERO
ENTRA EN CASA Y PREPARA LA COMIDA.
TE LO RUEGO.
Y, ya ves,
aquí me tienes gritando
con el corazón en un puño
a los cuatro vientos del mundo,
como aquel personaje de Cervantes,
Don Quijote de la Mancha,
el que a los molinos retaba
pensando que eran gigantes.
Si,
y miro todas las noches
a las estrellas fugaces,
y le pido a Dios un deseo:
si vas a hacer la comida
no me pongas todos los días
potage.
COMUNERO