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¿Quiénes son los verdaderos adoradores?
El fundamento mismo de la mayoría de las religiones consiste en obras y en ceremonias que obligatoriamente es necesario cumplir para apaciguar al Ser supremo y satisfacer su justicia. Aun los paganos llevan ofrendas a sus ídolos para que éstos les sean favorables.
Pero nosotros, los cristianos, no rendimos culto a Dios el Padre y a su Hijo Jesucristo por tales motivos interesados. No adoramos para ser salvos, protegidos o liberados, sino porque ya lo somos. Con nuestras propias fuerzas, no podemos hacer nada para salvarnos: no es suficiente querer amar a Dios, complacerle u obedecerle. Es necesario aceptar que Dios lo hizo todo al darnos un Salvador.
El culto que nos corresponde rendir a Dios es, pues, sencillamente la expresión de nuestra gratitud, la ocasión de agradecerle y celebrar su grandeza. Insistimos en esa fundamental diferencia entre el verdadero culto y la religión de los hombres. El hombre quiere hacer y traer algo de sí mismo a Dios, pensando que Dios lo tendrá en cuenta para perdonarlo y preocuparse por él. Nosotros, los creyentes, comprendemos que primeramente Dios nos dio todo por amor. Ahora simplemente nos corresponde alabarle con agradecimiento por lo que él es y por lo que hizo.
Nuestro amor, que se expresa en alabanzas, sólo es la justa respuesta al suyo. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).
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