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Cárceles y cementerios
Éste le parecerá un título lúgubre e insólito. Es cierto, sin embargo constatamos que no hay instituciones más antiguas y generalizadas que los cementerios y las cárceles.
¿Qué sociedad no conoció jamás alguno de estos dos sitios? ¿En qué región de nuestro planeta nunca se han cometido crímenes? Desde que los hombres fueron separados de Dios a causa de sus pecados, la tierra llegó a ser el escenario de toda clase de violencias y corrupciones. Es cierto que se trata de refrenar todo esto, y para ello se elaboran programas sociales, se forjan soluciones políticas. Pero las cárceles siguen presentes.
La Palabra de Dios declara que no hay hombre justo en la tierra. Fuésemos encarcelados o no, debemos reconocer que a menudo transgredimos lo que sabíamos que era justo. Y por no ser justos a los ojos de Dios, estamos condenados a morir. “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte… por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12).
Pero Jesucristo vino a esta tierra. Él es el Redentor, el que libera de la esclavitud del mal. No sólo las cárceles privan de la libertad: existe una servidumbre interior, de la que Jesús quiere liberarnos para darnos la vida eterna. Cada uno es prisionero de sus temores, pero ante todo de sus pasiones. Sólo Cristo puede darnos una completa libertad, aunque a causa de nuestros delitos tengamos que terminar la condena.
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