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Puertas cerradas y puertas abiertas el Devocional Hablado
Cierto día Lexa, una cristiana que trabajaba como asistenta social, volvió muy tarde a su casa. Como halló la puerta cerrada llamó, pero nadie la oyó. Entonces se marchó a casa de una amiga, pero fue imposible despertarla. Probó luego en otros lugares, pero sin éxito alguno.
«Sólo entonces –cuenta ella– me di cuenta de que era el Señor quien me cerraba el camino. ¿Por qué? ¿Qué deseaba de mí? ¿Quería confiarme una misión? De repente recordé que había una pensión muy cerca del lugar donde me hallaba. Mas, ¿podía ir en plena noche? Vacilé un poco, pero sentí que debía ir hacia allí.
Aunque cansada, pero convencida de que Dios dirige todo, subí la escalera hasta el tercer piso. «¡Espero que esta vez sí halle un lugar para dormir!» pensé. En cuanto soné, el propietario de la pensión (era el cuñado de una amiga mía) me abrió inmediatamente. Me miró fijamente, como si le costara reconocerme. Luego me mandó entrar, murmurando: ¿Cómo es posible? ¡Dios te ha enviado! Hace horas que estoy aquí sentado, pensando en toda clase de ideas suicidas. ¿Dónde hallar la solución a mis problemas?
No di crédito a mis oídos, pero entendí por qué había encontrado varias puertas cerradas. Dios mismo las había cerrado para abrir la del corazón de un hombre a su Evangelio».
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