EL TOQUE DEL MAESTRO
Un frío viento del norte soplaba austero sobre las riberas del río Támesis en aquella mañana; y las calles de la ciudad, desiertas, dormitaban bajo un velo blanco de nieve. En la soledad de ese panorama de hielo, un ciego tocaba su deslucido violín con la esperanza de que, al escucharlo, la gente se apiadara de él y le arrojara algunas monedas desde las ventanas. Sus artríticos y viejos dedos, casi congelados por el frío, trataban de sacarle inútilmente música al instrumento, cuando dos hombres bien vestido se acercaron a él.
- Es un mal día, amigo. Debería irse a su casa –comentó uno de ellos.
- Quizás tenga razón. La gente se niega a abrir sus puertas y ventana –replicó el músico.
- ¿Por qué no los obliga entonces a abrirlas? Toque su violín, y tendrán que escucharlo –sugirió uno de ellos.
- Ojalá pudiese tocar bien –comentó el ciego desalentado-, pero mis dedos ya no me ayudan.
Entonces, dándole unas palmaditas de consuelo sobre el hombro, aquel hombre
tomó el violín de sus manos y comenzó a tocarlo. Mientras movía suavemente el arco sobre las cuerdas, el crudo viento comenzó a esparcir el sonido de una música celestial.
Al escucharla, la gente comenzó a abrir sus ventanas congeladas, y los niños abrieron las puertas para salir a ver quién tocaba. Aquel hombre producía música de ángeles, y enseguida una lluvia de monedas comenzó a caer desde las ventanas y balcones de los edificios donde se asomaba la gente para escuchar.
- ¿Quién es el que toca?-preguntó el ciego conmovido-. Ha de ser un maestro.
- Un maestro en verdad. Es Paganini –respondió el otro hombre que los acompañaba, mientras recogía las monedas.
¡Ah, qué maravilloso el cambio ocurrido en manos de aquel gran maestro!
Del mismo modo, la mayoría de nosotros somos hombres y mujeres ordinarios. Quizás usted se sienta sin valor personal alguno, quizá no se crea merecedor de las bendiciones de Dios, o se sienta desalentado y pusilánime ante sus intentos fracasados de ser un mejor cristiano. Somos simple barro. Pero Dios hace milagros con el barro.
Gracias, Señor, porque nada se asemeja a tu poder.
" He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano,..."
Jeremías 18:6